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Comentario

A un año del caso Gisèle Pelicot, ¿entienden los hombres cómo nos impactó realmente?

El 19 de diciembre de 2024, Dominique Pelicot y otras 50 personas fueron condenadas por la violación y agresión masiva de Gisèle Pelicot mientras estaba inconsciente. Fue un caso que conmocionó al mundo, y muchas mujeres seguimos cuestionando a los hombres que nos rodean, afirma Victoria Richards

Juicio por violación de Gisèle Pelicot: las sentencias para el exesposo de la mujer y otros 51 acusados
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Hoy hace un año, Dominique Pelicot y otros 50 hombres fueron condenados a un total de 428 años de prisión tras ser declarados culpables de violar y agredir sexualmente a Gisèle Pelicot, que ahora tiene 73 años, en Aviñón, Francia. Dominique —marido de Gisèle, condenado a 20 años de prisión por violación con agravantes— había drogado y maltratado a su entonces esposa e invitado a decenas de desconocidos a violarla durante casi una década.

Aunque Pelicot admitió los cargos que se le imputaban, diciendo inequívocamente “soy un violador” y describiéndose a sí mismo como “el diablo”, la mayoría de los demás hombres juzgados negaron que lo que hicieron fuera una violación. Aun así, el 19 de diciembre de 2024, un panel de cinco jueces emitió sus veredictos condenatorios: de los 50 coacusados, 46 fueron declarados culpables de violación, dos fueron declarados culpables de intento de violación y dos fueron declarados culpables de agresión sexual.

Es, hasta la fecha, el caso de violación masiva más impactante de Francia; y, cuando el juicio inició en septiembre del año pasado, encabezando rápidamente los titulares, las mujeres de todo el mundo quedaron impactadas. Los efectos de los crímenes de Dominique Pelicot devastaron a Gisèle y a su familia —ella describió su estado interno como un “campo de ruinas” ante el tribunal— y a nosotras junto con ellos. No pudimos evitar mirar a nuestro alrededor, a nuestros esposos, hermanos y vecinos; a nuestros padres, hijos y amigos.

Nos preguntamos lo siguiente: si un hombre como Dominique pudo drogar a su esposa de 50 años durante nueve años, sin ser detectado; dándole sedantes (pastillas para dormir recetadas) antes de violarla e invitando a hombres que reclutaba en línea a través de un foro de chat a tener relaciones sexuales con ella en la cama de su casa mientras ella estaba inconsciente, ¿de qué eran capaces otros hombres, otros hombres normales, hombres iguales a esos hombres?

Observamos la fila de Señores Cualquiera saliendo del tribunal de Aviñón: uno, D. J.; otro, periodista; algunos, bomberos y camioneros; otros, guardias de seguridad, obreros de construcción y soldados. No eran monstruos, eso estaba claro. Eran —simplemente, devastadoramente— solo hombres. Hombres corrientes: algunos solitarios, otros con un coeficiente intelectual inferior a la media, otros inteligentes y con éxito. Algunos jóvenes, otros mayores, de todas las etnias. No había ningún hilo conductor que los uniera, salvo que todos vivían muy cerca de los Pelicots y que, cuando se les presentó la oportunidad de abusar de una mujer dormida, la aprovecharon. Y entonces se absolvieron de culpa.

Nos enteramos de que uno de los acusados, Joseph C., que entonces tenía 69 años, era un entrenador deportivo jubilado y “abuelo cariñoso”. Su abogado dijo que le “pusieron en una situación de estafa” y le “tomaron el pelo”. Otro, conocido como Romain V., (63), que era seropositivo a sabiendas cuando violó a Gisèle en seis ocasiones distintas, dijo en su defensa que “buscaba conexión social”.

Asimismo, “mi cuerpo la violó, pero mi cerebro no” fue la justificación ofrecida por el bombero voluntario Christian L.; mientras que la mayoría afirmaron haber sido “manipulados” o “engañados” por Dominique Pelicot, diciendo que los había convencido de que estaban participando en un “juego sexual consentido”. Otros abogados pusieron en duda que Gisèle estuviera realmente dormida en algún momento, presumiblemente para intentar culparla en parte de los abusos que recibió. El alcalde de Mazan, Louis Bonnet, tuvo que esconderse tras restar importancia a la gravedad del caso con las palabras “no ha muerto nadie”.

Una de las razones por las que las mujeres de todo el mundo encontramos este caso tan impactante fue que no podíamos ver a estos hombres como algo fuera de lo normal. No podíamos consolarnos —y hubiera sido un consuelo pequeño y trivial— imaginándolos como una arruga en el tejido de la sociedad. Si hubiesen viajado desde muy lejos para participar en esta atrocidad, podríamos haber considerado que eran el azote de sus propios pueblos y ciudades; que eran grotescos “turistas del trauma”, dispuestos a recorrer largas distancias para satisfacer alguna necesidad enfermiza. Pero no lo eran.

La mayoría de los 50 coacusados procedían de ciudades y pueblos situados en un radio de apenas 50 km de Mazan, donde vivían los Pelicot. Si se les puede calificar quizá de “oportunistas”, también todos ellos tomaron la decisión consciente de no acudir a la policía. Jacques C. (73), antiguo bombero, dijo que había pensado en denunciarlo, pero que “luego la vida siguió su curso”. Otro, un electricista —Patrice N., (55)— dijo que “no quería perder todo el día en comisaría”. Lo que esto dice a las mujeres de todo el mundo es que, cuando se trata de respeto, atención, compasión y seguridad personal, no significamos casi nada, ni siquiera lo suficiente como para “molestarse” en faltar un día al trabajo.

Desde entonces, he leído libros sobre el juicio, fascinada por averiguar qué llevó a estos hombres a hacer esto; por qué una muestra normal de hombres en una provincia francesa hizo esto; cómo cualquier hombre sería capaz de hacer esto. Quiero, como tantas mujeres, entender cómo puedo aceptar tener relaciones con hombres después de sentirme tan atormentada por sus acciones en Aviñón. Y quiero que los hombres sepan lo profundamente afectadas que nos hemos visto las mujeres por las acciones de sus compañeros, que aprecien cómo se contagia, incluso ahora, a nuestro día a día. Cómo profundiza el miedo que sentimos tras otros ataques brutales contra mujeres: Sarah Everard, Zara Aleena, Sabina Nessa. Que el nombre de Gisèle Pelicot está igualmente grabado a fuego en nuestros labios. Queremos oír que les atormenta, tanto como a nosotros.

En el libro Living with Men (Vivir con los hombres), la filósofa Manon Garcia —que asistió al juicio en Mazan— escribe: “¿Cómo podemos amarlos si los hombres siguen el juicio desde lejos como una noticia cualquiera que no les concierne, mientras que las mujeres lo ven en los rastros de su vida cotidiana? ¿Cómo no superponer al sexo oral la violación repetida de la boca de Gisèle Pelicot que vimos en esos videos? ¿Cómo construir sobre el campo de ruinas que es la sexualidad masculina?”.

Un año después de estos veredictos, ¿ha cambiado algo? Si pensábamos que en Francia sí había ocurrido, después de que se destaparan sus sórdidas entrañas de abusos y odio a las mujeres, nos vamos a llevar una gran decepción: el mes pasado, en un inquietante eco del caso Pelicot, más de 200 mujeres denunciaron haber sido drogadas por un alto funcionario francés durante una entrevista de trabajo. Decenas de víctimas afirmaron que les habían dado bebidas calientes mezcladas con un diurético para hacerlas orinar, después de que Christian Nègre, responsable de recursos humanos del Ministerio de Cultura francés, las invitara a una entrevista de trabajo en París. Más de 240 mujeres están ahora implicadas en la investigación penal.

¿Qué pueden aprender las mujeres de esto, tan poco tiempo después del juicio Pelicot? Nada bueno sobre los hombres, eso es seguro. En todo caso, solo nos queda consolarnos con la fuerza y la dignidad exhibidas por mujeres como Gisèle, que renunció a su derecho al anonimato e insistió en un juicio abierto. Pidió que se hicieran públicas las horrendas imágenes de video grabadas por su marido; declaró con fuerza que “la vergüenza debe cambiar de bando”. Ahora seguimos sus pasos.

Traducción de Sara Pignatiello

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