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Análisis

Trump “se quita los guantes” en una reunión de gabinete digna del infierno

Holly Baxter informa sobre un Pete Hegseth desorbitado y de habla acelerada, y sobre cómo Trump pasó de las “drogas para gordos” a las ejecuciones extrajudiciales y a las opiniones de Melania sobre el ruido de las obras alrededor del nuevo salón de baile de la Casa Blanca

Martes, 02 de diciembre de 2025 17:34 EST
Trump se jacta de haber aprobado una prueba cognitiva durante un discurso desordenado en la reunión de su gabinete
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Puedes reír o puedes llorar. Lo único que no puedes hacer, salvo con mucha ironía, es tratar esto como algo normal. Al final, el espectáculo de Donald Trump junto a Pete Hegseth (título tentativo: “¿Fueron crímenes de guerra? Y otras preguntas que preferimos no responder”) ya va más allá de la sátira.

Para empezar, hace unos días se supo que el ejército de Estados Unidos abrió fuego contra una lancha sospechosa de transportar narcóticos frente a la costa de Trinidad. Luego, cuando dos personas lograron aferrarse a los restos, volvió a disparar. Según The Washington Post, un almirante ordenó ese segundo ataque después de escuchar a Hegseth decir “maten a todos”.

El Gobierno niega esa frase. Sin embargo, la secretaria de Prensa, Karoline Leavitt, repitió en una conferencia que el segundo ataque buscaba matar a todos los que iban en las embarcaciones, y sostuvo que Estados Unidos tiene autoridad para hacerlo debido a una interpretación inusual de la autodefensa nacional.

Los ataques dobles son profundamente polémicos y muchos los consideran crímenes de guerra. De hecho, los principios más básicos de las leyes de guerra, redactadas en parte con participación de Estados Unidos, establecen que no se remata a los sobrevivientes de un bombardeo, sobre todo si no son combatientes enemigos. En esos casos se les rescata, se les detiene o se les entrega a las autoridades. Y si ocurre algo distinto, corresponde investigar a quienes tomaron la decisión.

Sin embargo, existe otra salida. Si eres Pete Hegseth, el “Comandante de Memes”, optas por ir a las redes sociales y publicar una portada alterada de Franklin la Tortuga, el personaje infantil que enseña modales y amistad, convertido esta vez en una figura que sostiene un bazuca y apunta a “narcoterroristas” Y rematas con un pie de foto que dice: “Para tu lista de deseos de Navidad”.

El presidente Donald Trump observa durante una extensa reunión de su gabinete el martes
El presidente Donald Trump observa durante una extensa reunión de su gabinete el martes (Getty Images)

El editor de esa serie reaccionó con sorpresa y repulsión: Franklin nunca tuvo la intención de promover la violencia.

Ahora bien, ¿a quién le importa si el responsable fue Pete Hegseth, otro almirante o una tortuga antropomórfica que disparó contra las lanchas y luego hizo estallar a los sobrevivientes? La historia avanza entre contradicciones. Primero parecía que Hegseth había dado la orden. Luego el Pentágono se desmarcó por completo. Más tarde, la Casa Blanca defendió ambos ataques y los calificó de legales, incluso mientras crecían las acusaciones de ejecuciones extrajudiciales. Y hoy, durante la reunión del gabinete, la explicación sobre por qué nada se divulgaría ni se investigaría volvió a cambiar.

En ese encuentro, Hegseth, con una velocidad de palabra que descolocó a todos, lanzó una lista apurada de elogios a Trump. Además, afirmó que la guerra en Ucrania “jamás habría empezado con el presidente Trump”, que Biden fue el peor presidente de la historia, que “la DEI y la corrección política” quedaron “eliminadas por completo” por órdenes de Trump y así continuó, hasta pasar al tema de “los narcoterroristas”.

“Empezamos a atacar lanchas de narcos y a enviar narcoterroristas al fondo del océano”, dijo, hablando a un ritmo que parecía de cien millas por hora y con la mirada recorriendo cada rincón de la sala. Luego afirmó que se está “quitando los guantes”. Según él, los ataques ya funcionan como un disuasivo tan fuerte que “cuesta encontrar lanchas para atacar en este momento”. Además, aseguró que “así como el presidente Trump siempre nos respalda”, él “siempre respalda” a los miembros de las fuerzas armadas que tomen decisiones que quizá se califiquen o no como crímenes de guerra. Eso sí, dejó claro que no piensa cargar con la culpa.

En otras palabras, la lealtad lo resuelve todo. El testimonio directo o el derecho internacional pasan a segundo plano frente a lo que “crean” entre ellos. Y el que llegue después seguirá creyéndote, siempre que aproveches cada oportunidad para repetir sus logros ante la cámara. Así que, por Dios, más vale que lo hagas.

La reunión del gabinete fue, por decir lo menos, incómoda. Comenzó con casi una hora de Trump divagando de un tema a otro: el nuevo salón de baile de la Casa Blanca y si el ruido de la construcción molesta a Melania; la “elección amañada” de 2020; Joe Biden; su insistencia en que la palabra “asequibilidad” no tiene definición; nuevamente Biden; una congresista a la que desprecia por su “muy bajo coeficiente intelectual”; su salud física, que definió como impecable porque, según dijo, “sacó calificación perfecta en todo” en su examen anual; otra vez Biden; cómo, en su opinión, abarató Ozempic, o como él lo llama, “la droga para gordos, F-A-T, para la gente gorda”; su molestia por no haber recibido el Premio Nobel, pese a creer que lo merece más que nadie; las personas que —según él— “aman corregirlo aunque tenga razón en todo”; una mención más a Biden; por qué considera que el Green New Deal es una “estafa” basada en “el calentamiento global y toda esa basura”; lo feos que le parecen los azulejos verdes que Biden eligió para uno de los baños de la Casa Blanca; por qué cree que el New York Times está lleno de perdedores; y, para cerrar el círculo, una nueva descripción del flamante salón de baile.

Luego, según las propias palabras de Trump, realizaron una “ronda rápida por la sala”, en la que cada miembro del gabinete tuvo dos minutos para exponer sus “logros” frente a las cámaras.

Hay momentos en la política estadounidense en los que el telón se corre y lo que asoma es el ID del país: crudo, sin filtro, mirando directo a la cámara. Esta reunión fue uno de esos episodios. Una presentación de 55 minutos en forma de torrente mental, ofrecida por un presidente que abrió y cerró hablando de decoración, y que, en el medio, incluyó incluso una arenga en favor del vigilantismo oceánico. Todo, por supuesto, aderezado con risas forzadas —y visiblemente incómodas— de quienes lo rodeaban en la mesa.

Es tentador reírse de todo esto: del examen físico con la calificación perfecta, de la “droga para gordos” deletreada letra por letra, o del salón de baile erigido sobre un cúmulo de agravios. Y el humor, claro, es necesario. Actúa como una válvula de escape, la que impide que el país, sencillamente, se derrumbe.

Pero también hay un riesgo en reír con demasiada facilidad, porque debajo de ese espectáculo errático había un patrón claro: enemigos por todas partes. Los medios, los demócratas, el calentamiento global, las congresistas, los inmigrantes, China, los “narcoterroristas”, incluso la definición literal de las palabras: todo era presentado como una amenaza. No algo que requiera gobierno, sino castigo. Sí, como dijo Mark Kelly, Pete Hegseth “no es una persona seria”, pero el cargo que ocupa, sí lo es.

La visión del mundo que impulsa MAGA se ha vuelto una en la que el presidente es el único protagonista, la única fuente de verdad, el único hombre con puros dieces. Es una visión en la que la realidad no se define por las pruebas, sino por la afirmación. Y el monólogo frenético de Hegseth mostró con claridad adónde conduce esa lógica: al océano, donde personas terminan hechas pedazos por una guerra que solo existe en la mente de otro, y donde el marco moral se reduce a una consigna: “quitarse los guantes”.

A Estados Unidos le están contando una historia. No una fábula tierna como la de Franklin la Tortuga, sino una mucho más deshonesta en su estructura narrativa. En ella, el presidente es, al mismo tiempo, la víctima y el héroe; el constructor de salones de baile y el hombre que, de algún modo, abolirá el impuesto sobre la renta; un tío encantador y un espectro intimidante que exige lealtad a cualquier precio. En este relato, los agravios se convierten en política y los insultos, en ideología.

Y mientras tanto, las personas en la sala no hacen más que reír. Porque la alternativa, simplemente, resulta impensable.

Traducción de Leticia Zampedri

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