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Qué nos dicen los esqueletos medievales sobre la salud a largo plazo y la esperanza de vida

Investigadores examinaron más de 270 esqueletos para analizar el impacto de la desnutrición en las primeras etapas de la vida

Julia Beaumont
Viernes, 01 de agosto de 2025 14:31 EDT
Descubren un enterramiento masivo en el sitio de un hospital monasterio del siglo XIV
Descubren un enterramiento masivo en el sitio de un hospital monasterio del siglo XIV (PA)
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Bajo los cementerios de Londres y Lincolnshire yacen los ecos químicos de la hambruna, la infección y la supervivencia preservados en los dientes de quienes vivieron algunos de los periodos más catastróficos de la historia de Inglaterra.

En un nuevo estudio, mis colegas y yo examinamos más de 270 esqueletos medievales para investigar los efectos de la malnutrición en los primeros años de vida en la esperanza de vida y la salud a largo plazo.

Nos centramos en las personas que vivieron el devastador periodo de la Peste Negra (1348-1350), que incluyó años de hambruna durante la Pequeña Edad de Hielo y la gran peste bovina (una epidemia que mató a dos tercios del ganado de Inglaterra y Gales). Descubrimos que las carencias en la infancia durante esta época dejaban marcas duraderas en el cuerpo.

Estos resultados sugieren que el estrés nutricional precoz, ya sea en el siglo XIV o en la actualidad, puede tener consecuencias que se extienden mucho más allá de la infancia.

Los dientes de los niños actúan como pequeñas cápsulas del tiempo. La capa dura del interior de cada diente, llamada dentina, se encuentra debajo del esmalte y se forma mientras crecemos. Una vez formada, la dentina se mantiene invariable a lo largo de la vida, y crea un registro permanente de lo que comemos y experimentamos.

A medida que se desarrollan, los dientes absorben diferentes versiones químicas (isótopos) del carbono y el nitrógeno de los alimentos, los cuales se fijan en la estructura dental. Esto significa que, al analizar sus piezas dentales, los científicos pueden ver la historia de la alimentación de una persona en su infancia.

El estudio afirma que los dientes de los niños actúan como pequeñas cápsulas del tiempo
El estudio afirma que los dientes de los niños actúan como pequeñas cápsulas del tiempo (PA Archive)

Un método para medir las modificaciones químicas en cortes secuenciales de los dientes es un avance reciente que se utiliza para identificar con mayor precisión los cambios nutricionales en poblaciones pasadas.

Cuando los niños pasan hambre, sus cuerpos descomponen sus reservas de grasa y músculo para seguir creciendo. Esto deja una marca diferente en la dentina recién formada que los isótopos de los alimentos. Estas marcas hacen visibles en la actualidad las hambrunas de hace siglos, y muestran exactamente cómo afectaban los traumas de la infancia a la salud en la época medieval.

Identificamos un patrón distintivo que se había visto antes en víctimas de la gran hambruna irlandesa. Normalmente, cuando las personas siguen una alimentación típica, los niveles de carbono y nitrógeno de sus dientes se mueven en la misma dirección. Por ejemplo, ambos pueden aumentar o disminuir a la vez si una persona come más plantas o animales. Esto se denomina “covarianza”, porque las dos variables se mueven juntas.

Sin embargo, en la inanición, los niveles de nitrógeno en los dientes aumentan, mientras que los niveles de carbono se mantienen o descienden. Este movimiento opuesto ―denominado “covarianza negativa”― es como una señal de alerta en los dientes que indica cuándo un niño ha pasado hambre. Estos patrones nos ayudaron a determinar las edades a las que las personas sufrieron de malnutrición.

Un legado para toda la vida

Los niños que sobrevivieron a este periodo llegaron a la edad adulta en los años de la peste, y el efecto en su crecimiento quedó registrado en las señales químicas de sus piezas dentales. Las personas con marcadores de hambruna en la dentina presentaban tasas de mortalidad diferentes a las de quienes carecían de estos marcadores.

Las carencias nutricionales en la infancia suponen peores desenlaces en edades posteriores: estudios en niños modernos sugieren que los niños con bajo peso al nacer o que sufren estrés durante los primeros 1.000 días de vida tienen efectos a largo plazo en su salud.

Por ejemplo, los bebés que nacen pequeños, un posible signo de estrés nutricional, serían más propensos a padecer enfermedades como las cardiopatías y la diabetes en edad adulta que la población en general. Estas características también pueden transmitirse a la descendencia futura a través de cambios en la forma en que se activan o desactivan los genes, lo que se conoce como “efectos epigenéticos”, que pueden perdurar durante tres generaciones.

En la Inglaterra medieval, la privación nutricional temprana pudo haber sido beneficiosa en épocas catastróficas ―al producir adultos de baja estatura y con capacidad para almacenar grasa―, pero estas personas tenían muchas más probabilidades de morir después de los 30 años que sus coetáneos con patrones de dentina indicadores de una infancia sana.

Los patrones de inanición infantil aumentaron en las décadas previas a la Peste Negra y disminuyeron después de 1350. Esto sugiere que la pandemia puede haber mejorado indirectamente las condiciones de vida, al mitigar la presión demográfica y ampliar el acceso a los alimentos.

Las dentaduras medievales nos dicen algo urgente sobre la actualidad. En este momento, millones de niños de todo el mundo sufren las mismas crisis nutricionales que dejaron marcas en aquellos aldeanos ingleses muertos hace tiempo, ya sea por las guerras en Gaza y Ucrania o por la pobreza en innumerables países.

Sus cuerpos registran las mismas historias químicas de supervivencia en sus huesos y dientes en crecimiento, y esto crea problemas biológicos que surgirán décadas más tarde en forma de enfermedades cardíacas, diabetes y muerte prematura.

Nuestros hallazgos más recientes no son meras curiosidades históricas; son una advertencia urgente de que los niños a los que no nutrimos hoy llevarán esas huellas en su cuerpo de por vida y se las transmitirán a sus propios hijos. El mensaje de las tumbas medievales es evidente: alimentemos a los niños ahora o pagaremos el precio durante generaciones.

Julia Beaumont es investigadora de Antropología Biológica en la Universidad de Bradford.

Este artículo se publicó originalmente en The Conversation y se distribuye bajo licencia Creative Commons. Lee el artículo original.

Traducción de Martina Telo

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