Quedan pocos migrantes en la selva del Darién en Panamá, pero el flujo dejó una crisis ambiental
Durante siglos, la gente de la Comarca Emberá ha pescado y se ha bañado en el río Turquesa, un curso de agua que fluye desde la selva del Darién. Desde hace tiempo han estado acostumbrados a los cambios en el agua: la temporada de lluvias trae barro y sedimentos al río, que se desplaza con mayor rapidez. Pero ahora están viendo un cambio sin precedentes a raíz de una crisis migratoria: los 1,2 millones de personas vulnerables que atravesaron una de las selvas tropicales con mayor biodiversidad en el mundo dejaron basura, gasolina y materia fecal.
La migración a través del Tapón del Darién —una zona remota a lo largo de la frontera entre Colombia y Panamá, que en gran medida permaneció intacta hasta que se convirtió en el epicentro de la oleada migratoria de 2021— prácticamente ha desaparecido, pero las familias en la pequeña comunidad de Villa Caleta aún temen bañarse en el sinuoso río. Los peces, su principal fuente de alimento, apestan a combustible de los botes que transportaban personas por el Turquesa. Y más adentro en la selva, grupos criminales que se adentraron en la región para lucrar con la ruta migratoria forman parte de operaciones ilegales de minería de oro y deforestación.
Autoridades panameñas y residentes dicen que la crisis humanitaria trajo consigo una crisis ambiental que tomará años revertir, y las comunidades locales sufren las consecuencias.
“El río está contaminado con basura”, expresó Militza Olea, de 43 años, mientras observaba las llagas rojas que aún salpican la piel de su sobrino de 3 años días después de que se bañara en el Turquesa. “Tenemos que ser más cuidadosos cuando se bañan en el río porque a todos se les roncha la piel. Es un peligro hacia el niño”.
2.500 toneladas de basura requieren 12 millones de dólares para limpiarlas
Han pasado meses desde que la migración en las selvas y ríos —que solían estar intactos— descendió abruptamente, pero las autoridades dicen que la contaminación y otras preocupaciones ambientales están en el nivel más alto del que se tenga registro. Calculan que se dejaron 2.500 toneladas de basura en el Darién y que tan sólo retirarla a lo largo de la ruta migratoria costará unos 12 millones de dólares.
En el apogeo de la migración, hasta 3.000 personas al día pasaban por Villa Caleta y otras comunidades a través del Turquesa cuando salían de la selva.
En la actualidad es posible ver colchonetas de espuma que los migrantes usaban para dormir, camisas desgarradas cubiertas de tierra, mochilas, botellas de plástico y otros artículos flotando en el agua y enredados en los árboles.
El ministro de Medio Ambiente de Panamá, Juan Carlos Navarro, culpa al gobierno estadounidense. Indicó que el gobierno del presidente Donald Trump debería pagar la factura de la limpieza, ya que la gran mayoría de los migrantes que atravesaban el Darién se dirigían a Estados Unidos.
Navarro se refirió a la falta de dinero y recursos de Panamá, y recordó que, en enero, el gobierno del presidente saliente Joe Biden prometió darle 3 millones de dólares a Panamá, pero durante el gobierno de Trump dichos fondos se estancaron.
“No recogen su porquería ni pagan para que la recojamos nosotros”, expresó. “El responsable es Estados Unidos por abrir su frontera. Que lo pague Estados Unidos”.
La Casa Blanca no respondió a una solicitud de comentarios enviada por correo electrónico.
Materia fecal y otros contaminantes
Además de la basura que se puede ver flotando en el río, funcionarios dicen que las pruebas muestran niveles peligrosos de contaminación.
La prueba más reciente realizada por hidrólogos del gobierno, en agosto, mostró altas cantidades de bacterias coliformes fecales en el río Turquesa, lo que suele indicar la presencia de desechos humanos. Las comunidades también encontraron cuerpos en descomposición flotando frente a sus hogares, indicaron sus líderes.
Las autoridades dijeron que necesitan realizar más pruebas sobre el estado actual del agua. Pero creen que todavía hay problemas, ya que la mayor parte de los restos que dejaron los migrantes están río arriba, donde la policía fronteriza les impidió el paso a los periodistas de The Associated Press a pesar de que las autoridades ambientales panameñas les habían concedido permiso de visitar.
Olea y otros en la comunidad indígena de la Comarca Emberá —compuesta por unas 12.000 personas que durante mucho tiempo vivieron de lo que producían tierras fértiles en lo profundo de la selva del sur de Panamá, hasta que su territorio se cruzó con la ruta migratoria proveniente de Colombia— atribuyen las erupciones que aparecen en los brazos de los residentes a la contaminación.
Aunque médicos y funcionarios no han efectuado un diagnóstico, los residentes dicen que los síntomas sólo aparecieron cuando la migración comenzó a aumentar, aproximadamente en 2021.
Olea indicó que su familia gasta dinero de sus cultivos de plátano en costosas cremas antibióticas, traídas por miembros de la familia que viajan horas en bote desde los pueblos más cercanos. No todos pueden pagarlas, y dicen que sus erupciones se extienden.
A Olea también le preocupa el suministro de agua. Por ahora hay agua potable fresca, gracias a una pequeña planta instalada por una organización de ayuda humanitaria, pero recalcó que sus pequeñas reservas serán insuficientes durante la temporada de sequía en el verano.
“Cuando es tiempo, nosotros necesitamos esa agua”, manifestó. "Tiene que ser limpio el río".
La escasez de alimentos ya era un problema, y ahora se pasan apuros económicos debido a la desaparición de los migrantes. Muchos dicen que los efectos ambientales están exacerbando el problema.
“Con los peces se siente el olor de gasolina”, observó el líder comunitario Cholino de Gracia. “Y cuando vamos a pescar, no lo podemos (comer). Prácticamente estás comiendo un pescado de gasolina”.
Deforestación y actividad delictiva
Con el flujo de migrantes, el grupo delictivo colombiano conocido como el Clan del Golfo se adentró en la región, tomando el control de la ruta migratoria, declaró Henry Shuldiner, investigador de la fundación Insight Crime, quien investiga el crimen organizado en el Tapón del Darién.
Desde hace tiempo el Clan del Golfo ha cultivado coca —la planta utilizada para producir cocaína— y ha extraído oro ilegalmente, un proceso que utiliza mercurio para extraer oro del mineral, envenenando tierras y aguas en los alrededores de las minas.
En el lado colombiano del Darién, señaló Shuldiner, el grupo ha aprovechado su control de grandes extensiones de selva para expandir operaciones y obtener dinero a partir de delitos ambientales. En algunos casos eso ha incluido recibir una parte de las ganancias de las operaciones de tala ilegal existentes. En otros, han cortado y quemado la densa selva para reemplazarla con campos de coca.
"Estamos viendo un aumento en los despejes de tierras en los alrededores de estos municipios que bordean el Darién, en su mayor parte para el cultivo de coca", comentó Shuldiner. A lo largo del que solía ser el sendero de los migrantes "están ocurriendo delitos ambientales, y el (Clan del Golfo) se está beneficiando directamente".
En algunos casos, esa actividad criminal se ha filtrado gradualmente a Panamá, luego de que los grupos establecen operaciones mineras ilegales en parques nacionales protegidos por el gobierno federal. En enero, las autoridades informaron que habían desmantelado una red de minería de oro ilegal y detenido a 10 colombianos y panameños que contaminaron la selva con mercurio y cianuro.
En otros lugares, el ministro ambiental Navarro y residentes denunciaron que los delincuentes alquilan tierras en reservas indígenas para lavar dinero ganado durante el auge económico de la migración, y queman y talan la densa selva para dar paso a ranchos ganaderos.
En 2023, la deforestación en el Darién se disparó luego de años de declive, según los últimos datos de Global Forest Watch, que monitorea la deforestación utilizando satélites. Líderes locales dicen que eso supondrá un golpe a largo plazo para las comunidades que han vivido de la tierra durante siglos.
Un estado de "anarquía ambiental"
Navarro indicó que el gobierno de Panamá debe intentar rescatar la selva de un estado de "anarquía ambiental".
“Es un tesoro de biodiversidad”, afirmó. “Han trastocado todo el sistema de vida de esta comunidad y las han dañado, algunas de ellas para siempre. Gracias a que ha parado este desastre, vamos a poder conservar estos bosques”.
Pero el líder comunitario De Gracia y otros en la región dicen que el área ha sido descuidada durante mucho tiempo. Culpan al gobierno de Panamá por no hacer más para limpiar sus aguas o desarrollar la región de una manera que les permitiría recuperarse más rápido.
A Olea, que observaba a su sobrino jugar incluso con la urticaria en sus brazos, le preocupan más los niños en lugares como Villa Caleta.
"Sin agua no hay vida (aquí)", advirtió.
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Esta historia fue traducida del inglés por un editor de AP con la ayuda de una herramienta de inteligencia artificial generativa.