Organización recoge excremento de barriadas en Perú ante falta de alcantarillado
Dos triciclos motorizados trepan a diario la pendiente de una colina en la capital de Perú para recoger cubos cerrados que contienen bolsas llenas de excrementos, mezclados con aserrín, que dejan los vecinos como una alternativa a la falta de saneamiento que afecta al 22% de los peruanos.
El servicio cuesta 10,8 dólares mensuales y abastece al 7% de los casi 100.000 habitantes de la barriada Pamplona Alta e incluye la entrega de aserrín, la instalación de un retrete seco que no utiliza agua y el traslado de los desechos hacia un contenedor que semanalmente lleva 40 toneladas a un relleno sanitario.
“Todo es más higiénico, más fácil de limpiar”, dijo Dolores Umeres, de 60 años, quien vive con su padre anciano, su hija adulta y su pequeña nieta en una cabaña de madera con techo de zinc en lo alto de una ladera rocosa desde donde se observan miles de casas humildes como la suya y, del otro lado, árboles, jardines y mansiones de una de las zonas más ricas de Perú.
Umeres dejó a un lado de la vía sus cubos repletos que fueron recogidos por dos trabajadores de la organización no gubernamental Sanima, que ejecuta estas operaciones en Perú aplicando una tecnología llamada saneamiento por contenedores, considerada segura por Naciones Unidas y replicada por otras organizaciones en algunos barrios de Haití, Kenia, Sudáfrica y Madagascar.
Los clientes de Sanima —vendedores ambulantes, emprendedores o empleados domésticos de casas ricas cuyos ingresos no superan los 300 dólares mensuales—, se han incrementado los últimos 11 años en estas laderas que fueron invadidas hace más de dos décadas por miles en un país donde 1,7 millones de familias no tienen casa o poseen una en pésimas condiciones.
El organismo que supervisa la calidad del saneamiento en Perú afirma que quienes no tienen agua potable ni alcantarillado gastan 313 dólares más por año que quienes sí tienen acceso directo.
Martín Gonzáles, encargado de instalar los retretes de Sanima, explicó que muchos vecinos quisieran contratar el servicio pero no pueden pagar la mensualidad. “Algunos sólo tienen para comida”, dijo en referencia a varias zonas donde los pobladores caminan hasta una hora para llegar a sus empleos y ahorrarse el gasto en transporte o se alimentan en ollas comunes que cobran un dólar por plato.
La organización, con una facturación anual de más de 600.000 dólares, sostiene sus operaciones mayormente con subvenciones que superan el 74% de sus ingresos, mientras que el resto es producto del pago de los usuarios que por lo general cancelan sus cuotas en tiendas de comestibles de las barriadas.
Las calles de Pamplona Alta, construidas durante décadas por los mismos vecinos, no están pavimentadas, son empinadas y están enlodadas con aguas cloacales que llegan por tubos de plástico desde cabañas y granjas de cerdos que existían antes de que la zona se poblase en el año 2000.
“Nadie se hace cargo de procesar sus heces, nadie tiene tiempo para hacerlo, es un trabajo especializado”, comentó Arturo Llaxacondor, gerente general de Sanima. “Nuestros servicios no se detienen ni en feriados, ni en días especiales”, comentó.
Decenas de miles en Pamplona Alta defecan en letrinas de unos dos metros de profundidad por 1,5 metros de ancho que ubican lejos de sus cabañas y que se llenan en tres años. Una vez completas las tapan con tierra y cavan otras. El hedor es permanente y abundan las ratas. Algunos vecinos como César Caballero, un militar jubilado y padre de siete, tuvieron que criar hasta cuatro gatos para que cacen a los roedores.
"Las cucarachas salen bastante en las noches y eso era asqueroso”, recordó Umeres, a quien le aterraba la idea de que su padre de 94 años y su nieta de 6 cayeran al pozo.
La mujer también estaba preocupada por las recurrentes infecciones urinarias que sufría junto a su hija y nieta durante el tiempo que usó la letrina. Sentía que estaban “atrapadas” en una rueda recurrente de eventos que empezaban con unas ganas interminables de orinar, micciones con ardor y la compra de antibióticos que les recetaba el boticario porque no tenían dinero para ir al urólogo.
“Algo tan simple como ir al baño implica a veces salir de tu casa, cruzar la pista o incluso ir casas más allá en la madrugada, lo que te hace más vulnerable”, dijo Milagros Arcos, encargada de las operaciones de Sanima.
Caballero, vecino de Umeres, recordó que hace una década una niña sufrió un intento de violación mientras estaba ocupando una letrina. Poco después la familia de la niña se fue de la zona.
La anemia también acecha a quienes no tienen alcantarillado. Según Naciones Unidas, la falta de saneamiento junto al déficit de hierro son las principales causas de la anemia en Perú que en 2024 aumentó a 43,1% en los niños menores de tres años.
Martín Gonzáles, un vecino de la zona que antes trabajaba como mototaxista y ahora instala los retretes de Sanima, comentó que no existe empatía con quienes viven en condiciones insalubres en los barrios humildes. A la mayoría de las personas que tienen resuelto el acceso a agua y desagüe no les interesa el problema de la falta de saneamiento, afirmó. “De 10 personas, a una le interesará, más no”, dijo.
En Lima los barrios sin agua ni saneamiento demoran al menos 10,4 años en obtener estos servicios, según datos oficiales. Todo se complica más por la inestabilidad política del país, que tuvo seis mandatarios desde 2016 y donde son constantes los cambios de funcionarios de menor rango. Por ejemplo, el ejecutivo más importante de la empresa estatal de agua y saneamiento de Lima ha sido cambiado en promedio cada siete meses en los últimos cinco años, recordó el gerente Llaxacondor.
Esos cambios tienen consecuencias en la vida de los vecinos. “Hay generaciones que han crecido en Pamplona Alta, se han hecho adultos y nunca han tenido un baño”, dijo Llaxacondor.
Caballero, quien vive hace 23 años en la zona con sus siete hijos, tenía tres letrinas llenas en su terreno de 120 metros cuadrados cuando comenzó a usar el servicio de Sanima hace ocho años.
“Por lo menos nuestro sector está limpio, a la vuelta de nuestra calle los vecinos casi se agarran a golpes porque una vecina no tiene el servicio y saca un tubo de su baño a la calle y se llena en las puertas de los demás”, dijo Caballero.