Sydney Sweeney y el precio de estar en todas partes
La estrella de ‘Euphoria’ fue celebrada por su olfato para los negocios, pero una cadena de tropiezos recientes ha hecho arder la imagen que construyó con tanto cuidado. Y lo que está quedando en segundo plano es su talento actoral incuestionable, escribe Adam White
La clave para entender a Sydney Sweeney —imán de polémicas y actriz— solía ser Madame Web. sta fallida derivación del universo de Spider-Man, estrenada a comienzos de 2024, se volvió célebre por su rotundo fracaso y por sus extensas escenas en las que su protagonista, una Dakota Johnson siempre confundida, no lograba abrir una lata de Coca-Cola. Durante la gira promocional, Johnson parecía avergonzada de encabezar el proyecto, casi suplicando al público que no lo viera, oculta tras su habitual flequillo.
Sweeney, quien tuvo un papel secundario en la película y era una estrella en ascenso en ese momento, optó por otra postura: definió Madame Web como un acuerdo comercial y un paso profesional hacia un objetivo mayor.
“Para mí, esa película fue un paso necesario, lo que me permitió construir una relación con Sony”, dijo Sweeney a GQ tras el estreno de la cinta. “Si no hubiera hecho Madame Web, no tendría vínculo con quienes toman decisiones allí. Todo lo que hago en mi carrera no es solo por la historia, sino por decisiones estratégicas de negocio”.
Y así nació Sydney Sweeney: actriz, empresaria y estratega. A sus 28 años, proyectaba tener muy claro quién era y qué quería de su carrera, con la inteligencia y la ambición necesarias para lograrlo. Sus decisiones también hablaban por sí solas: su éxito inesperado Con todos menos contigo, que además produjo, llenó el vacío de comedias románticas en 2023 y confirmó que podía liderar una película.
Ese mismo año, el drama íntimo Reality, centrado en una informante de la NSA, demostró su capacidad para transformarse en un papel y encontrar matices y dureza mucho más allá del caos explosivo que muestra en Euphoria, la serie que la lanzó a la fama.
Entonces, ¿por qué, exactamente, el imperio de Sydney Sweeney parece estar tambaleándose este año? Una serie de decisiones de relaciones públicas desconcertantes la han llevado a una especie de tierra de nadie en el mundo de la celebridad. Otras figuras famosas han comenzado a criticarla abiertamente, desde personajes de posturas más reaccionarias como la modelo Ruby Rose —quien esta semana la llamó “cretina”— hasta SZA, Christina Ricci, Aimee Lou Wood y Dan Stevens, quienes han dado “me gusta” o compartido comentarios en redes sociales que la cuestionan.
La economía digital de la atención se alimenta con entusiasmo de cada tropiezo profesional o personal que enfrenta. La extrema derecha incluso ha comenzado a usar una captura de su rostro, tomada de una reciente entrevista en video con GQ, como meme contra la izquierda. Y gracias a Sweeney, ese viejo dicho de que “toda publicidad es buena publicidad” empieza a sonar obsoleto.
Entre los titulares, su presencia constante en campañas publicitarias y los tres estrenos que ha tenido este año (con otro programado para Navidad), Sweeney ha sido, sin duda, una de las mujeres más relevantes del panorama cultural de 2025. Pero lo ha sido en el mismo sentido en que Donald Trump fue elegido Persona del año por Time: no tanto por lo que ha hecho o dejado de hacer, sino porque el ruido que la rodea es tan ensordecedor que resulta imposible ignorarla.

La mala racha que atraviesa Sydney Sweeney se ha visto amplificada por varios factores ajenos a ella. Su polémico anuncio para American Eagle, donde destacaba sus “buenos genes”, era tan ambiguo que no sorprendió cuando sectores más extremistas de todo el espectro político comenzaron a proyectar interpretaciones racistas completamente desquiciadas.
También influye la obsesión, cada vez más tediosa, por las cifras de taquilla, alimentada tanto por cinéfilos como por medios especializados, que ha puesto un foco desmedido sobre sus películas más recientes. Nadie esperaba que Americana, una cinta indie de bajo presupuesto, arrasara en cartelera. Lo mismo puede decirse de Eden, el thriller atípico de Ron Howard, que apenas logró llegar a algunos cines de EE. UU. en agosto tras dificultades de distribución (y que este mes desembarcó en Prime Video en el Reino Unido).
Y Christy, el biopic sobre boxeo protagonizado por Sweeney, puede haber tenido un estreno flojo este fin de semana en EE. UU., pero no está sola: otros dramas dirigidos al público adulto también se han estrellado últimamente. Entre ellos, Cacería de brujas con Julia Roberts, que no convenció, y Mátate, amor, el extraordinario thriller psicológico con Jennifer Lawrence, que tampoco logró atraer a las masas.
Pero lo cierto es que Sweeney ha contribuido a este escenario al exponerse de forma excesiva este año, tomando decisiones que oscilan entre lo desconcertante y lo francamente desacertado. La campaña con American Eagle llegó después de protagonizar un anuncio insólito en el que promocionaba un jabón de edición limitada, supuestamente hecho con el agua de su bañera y, poco antes, había aparecido en una campaña publicitaria de helados Baskin-Robbins, que también se sentía por debajo del nivel de una actriz con su proyección.
Sus vínculos con figuras muy cuestionadas en el espacio digital tampoco pasaron desapercibidos. Estuvo presente en la boda de Jeff Bezos y este mes fue fotografiada besando a Scooter Braun, enemigo declarado de Taylor Swift. Todo esto ha reforzado la percepción de que ha perdido el control sobre su imagen pública o, al menos, sobre qué tipo de exposición le sirve y cuál le juega en contra.
Sweeney, en gran medida, ha optado por un silencio casi digno mientras la polémica la rodea, pero incluso esa estrategia ha parecido equivocada. La semana pasada, al ser consultada por GQ sobre la controversia del anuncio de American Eagle, se limitó a decir que era “solo” una campaña de jeans, que los comentarios de Trump al respecto le parecieron “surrealistas” y que, en su momento, prácticamente no les prestó atención.
Cuando se le pidió una respuesta más directa sobre las acusaciones de que el anuncio insinuaba que su blancura la hacía genéticamente superior, respondió: “Creo que cuando tenga un tema del que quiera hablar, la gente lo escuchará”.

Entiendo el impulso de Sweeney por mantenerse al margen y no decir nada, pero en relaciones públicas básicas, se sabe que una figura pública debe marcar el tono de su propia imagen. Si no lo hace, si no participa activamente en cómo se la representa, queda a merced del relato ajeno.
Al elegir el silencio, Sweeney se ha convertido en una pantalla en blanco sobre la que se proyectan todo tipo de narrativas: es una víctima, una girlboss, una villana, una ingenua, una ignorante profunda o una genia empresarial que juega ajedrez en cuatro dimensiones con los medios del mundo.
Su marca personal, en consecuencia, se ha vuelto confusa y frágil. La asistenta, el thriller que protagoniza junto a Amanda Seyfried y que se estrena en diciembre, probablemente será un éxito: su material de origen —el bestseller homónimo de Freida McFadden— fue un fenómeno en BookTok. Sin embargo, es probable que la promoción quede eclipsada por la magnitud de la controversia que hoy la rodea.
Mientras tanto, los mismos sectores que ahora la elevan como una especie de diosa anti-woke no dudaron en criticar cruelmente su aspecto cuando aumentó masa muscular para interpretar a la boxeadora Christy Martin a principios de año. No son, precisamente, una base de fans confiable.
Y si bien Sweeney tiene todo el derecho a mantener en privado su postura política, nunca se ha pronunciado sobre el hecho de estar registrada como votante del Partido Republicano, algo que salió a la luz en agosto a través de registros públicos. ¿Le haría daño hablar abiertamente sobre sus ideas políticas? Es posible. Pero a esta altura, probablemente sea menos riesgoso que dejar que su historia la sigan escribiendo otros.

En medio de todo esto, hay un hecho que no debería perderse de vista: Sydney Sweeney es una actriz brillante. Christy, que llega a los cines del Reino Unido a finales de este mes, es un biopic deportivo clásico, con pelucas cuestionables y clichés por doquier. Pero Sweeney está estupenda. Interpreta a una boxeadora en el clóset, atrapada en un matrimonio abusivo, y evita convertir a su personaje en una mártir o en una santa. Se mueve entre la crueldad contenida y una vulnerabilidad desgarradora, y luego vuelve a hacerlo. Es una actuación medida, precisa, que —de no ser por todo lo anterior— probablemente la habría puesto en carrera al Oscar.
Pero Christy no parece importar. Aunque vivimos en una época en la que los escándalos se olvidan rápido y las figuras polémicas pueden rehabilitarse con el tiempo, el caso de Sweeney parece estancado de forma inusual. Más allá de la política o de campañas publicitarias fallidas, lo más peligroso para Sydney Sweeney hoy es haber perdido el control sobre su propio relato. Y no está claro si hay camino de regreso.
Traducción de Leticia Zampedri





