Peruana García, la marchista andina que busca la revancha olímpica... otra vez
Kimberly García estiró las piernas y brazos para luego marchar alrededor de un estadio en una ciudad de los Andes de Perú. Sabía que no hay tiempo que perder en su preparación, pues busca una reivindicación olímpica... otra vez
Hace ocho años pensó en el retiro. Un 14to puesto se quedó lejos del debut olímpico que soñaba en Río de Janeiro.
Decidió continuar con la esperanza de mejorar su desempeño en Tokio. Pero la pandemia se atravesó en sus planes, limitando su preparación.
El resultado fue peor, un abandono en la prueba de 20 kilómetros, una depresión y nuevos deseos de abandonar la marcha para siempre.
“Fue muy triste”, rememoró.
La ayuda de su familia, de un psicólogo y de un ecuatoriano que se ha convertido en el gurú de esta especialidad para los marchistas de Sudamérica transformaron el panorama de García, quien llega a su tercera cita olímpica en París con credenciales de la mejor atleta peruana en la historia, con dos oros y una plata en mundiales y con sed de revancha.
Por eso se afanaba en el entrenamiento en su natal Huancayo, ubicada a 3.259 metros de altitud, antes de seguir su preparación en Ecuador, desde donde enrumbará a la capital francesa en busca de una medalla olímpica que su país no consigue incluso antes de que ella naciera.
La deportista de 30 años y 50 kilos tocaba el piso con cada uno de sus talones a un ritmo cada vez más rápido hasta lograr poco más de tres decenas de vueltas. Un gorro de tela morada y unos anteojos oscuros la protegían del fuerte sol.
García afirmó que sus recientes triunfos le han otorgado seguridad para enfrentarse con deportistas de países con antigua tradición en el atletismo, que en Perú tiene a Huancayo como su cuna fértil y donde desde hace 40 años es popular el Maratón de los Andes.
"Cuando estoy en la línea de partida, para mí todos somos iguales”, dijo casi afónica por un leve resfrío durante una breve entrevista con The Associated Press a un lado de la pista atlética tras finalizar su entrenamiento, limpiándose el sudor del rostro y de sus largas pestañas postizas con una toalla.
“Kimi”, como la conoce su familia, bebió por un instante de una bolsita un gel con alto contenido de cafeína, hidratos de carbono y sodio. Luego tomó agua de una botella. Varios adolescentes de distintas disciplinas atléticas entrenaban en la misma pista y la observaban a cierta distancia sin interrumpirla.
“Cuando me enteré de las medallas de Kimberly por la televisión me dije que sí se puede”, dijo María Taipe, de 13 años, quien entrena en las mañanas y estudia por las tardes, porque desea ser maratonista.
La adolescente comentó que se veía reflejada en la persistencia de García. “Es un ejemplo”, indicó.
El inicio de García en la caminata llegó de la mano de la casualidad. Relata que sus padres no hallaron vacantes disponibles en una escuela deportiva para que entrenara voleibol o gimnasia.
La marcha siempre fue divertida. García jugaba con otros niños y nunca sintió que fuera una obligación.
Recuerda que quienes no conocían su deporte comentaban que al mover las caderas parecía “un pato” o alguien que “tiene ganas de ir al baño”. Pero la marcha se convirtió en una pasión para ella desde el momento en que empezó a mirar los Juegos Olímpicos por televisión.
“Nunca he practicado otra disciplina porque sabía, creo que inconscientemente, que esto era lo mío”, dijo la atleta que se describe como “demasiado exigente” consigo misma en los entrenamientos, por lo que no podría ser entrenadora debido a que no tiene paciencia.
Retar a personas más grandes y fuertes ha sido una costumbre en Kimberly, de 1.64 metros, desde que ganó su primera medalla a los 9 años ante niñas que la superaban en edad.
Para esa época “ya no lo miraba como ir a jugar y divertirme, sino como que quiero competir”, dijo.
Los campeonatos escolares, juveniles y sudamericanos le dieron triunfos, pero también le mostraron que no sabía controlar la ansiedad. Vomitaba antes de cada carrera, algo que logró vencer hace cuatro años, luego de trabajar con un psicólogo.
Atender la salud emocional se volvió primordial tras la cita en Tokio, pospuesta a 2021 por el COVID-19. García sintió que no estaba al nivel de sus rivales y abandonó la prueba avergonzada. Cayó en un estado constante de mal humor y tenía pesadillas recurrentes con el momento en que se retiraba de la carrera.
Quiso mirar su vida en perspectiva. Uno de sus hermanos se había graduado de médico y ella no había podido estudiar veterinaria porque la mayoría de clases eran presenciales, lo que no encajaba con su horario de deportista.
“A pesar de ello, me he levantado”, enfatizó sobre la decisión de continuar en la marcha, algo de lo que dijo “no arrepentirse”.
Para ello fue clave el apoyo de su familia —sus padres y dos hermanos. En sus brazos tiene dos tatuajes, en el izquierdo un felino rodeado de rosas y en el derecho la frase: “familia, donde la vida comienza y el amor nunca termina”.
Ayudó también mucho un cambio de entrenador. El ecuatoriano Andrés Chocho, quien sigue compitiendo y entrena a varios marchistas de la región en la localidad andina de Cuenca, modificó la alimentación e hidratación de García. Logró un entrenamiento menos intenso para recuperarse más rápido.
De cualquier modo, García entrena seis veces por semana en doble turno, recorriendo hasta 130 kilómetros.
Los cambios dieron frutos. En el Mundial aplazado a 2022 en Eugene, Oregon, logró el primer oro en la historia de Perú, al imponerse en los 20 kilómetros. Días después, se llevó también la prueba de los 35.
Un año más tarde, obtuvo una plata en la edición mundialista de Budapest, así como un oro en los 20 kilómetros de los Juegos Panamericanos de Santiago. Por un momento pensó que había pulverizado el récord mundial, pero resultó que un bochornoso error en el trazo del recorrido le redujo varios kilómetros a éste, y la marca no se validó.
En París, una presea le permitiría sacarse “la espina”. En la historia, Perú tiene cuatro medallas olímpicas, una de oro y tres de plata. La última llegó en 1992.
García afirma que sabe ahora superar el dolor, el cual aparece por unos tres o cuatro kilómetros cuando “parece que se rompe todo” dentro del cuerpo. La lucha sobre todo es mental, afirma, pero tras vencer el desafío, puede seguir adelante.
“Tu cuerpo y tu mente en verdad lo asimilan...y sigues, sigues, incluso es como que dieras otro salto, pasa ese dolor y sale otra Kimberly, incluso más fuerte”.