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¿La IA realmente permite hablar con los muertos? Probamos los “deathbots” para que tú no tengas que hacerlo

Los “deathbots” son sistemas de inteligencia artificial diseñados para simular las voces, patrones de habla y personalidades de los fallecidos

Eva Nieto McAvoy,Jenny Kidd,The Conversation
Jueves, 06 de noviembre de 2025 15:24 EST
Ventajas de los chatbots terapéuticos de inteligencia artificial
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La inteligencia artificial (IA) se utiliza cada vez más para preservar las voces y las historias de los muertos. Desde chatbots basados en texto que imitan a los seres queridos hasta avatares de voz que permiten “hablar” con los difuntos, una creciente industria digital de la vida después de la muerte promete hacer que la memoria sea interactiva y, en algunos casos, eterna.

En nuestra investigación, publicada recientemente en la revista Memory, Mind & Media, exploramos qué ocurre cuando el recuerdo de los muertos se deja en manos de un algoritmo. Incluso intentamos hablar con versiones digitales de nosotros mismos para averiguarlo.

Los “deathbots” son sistemas de inteligencia artificial diseñados para simular las voces, patrones de habla y personalidades de los fallecidos. Se basan en los rastros digitales de una persona —grabaciones de voz, mensajes de texto, correos electrónicos y publicaciones en redes sociales— para crear avatares interactivos que parecen “hablar” desde el más allá.

Como ha dicho el teórico de los medios de comunicación Simone Natale, estas “tecnologías de la ilusión” tienen profundas raíces en las tradiciones espiritualistas. Pero la IA los hace mucho más convincentes y comercialmente viables.

Los “deathbots”, o “robots de la muerte”, se basan en los rastros digitales de una persona —grabaciones de voz, mensajes de texto, correos electrónicos y publicaciones en redes sociales— para crear avatares interactivos que parecen “hablar” desde el más allá
Los “deathbots”, o “robots de la muerte”, se basan en los rastros digitales de una persona —grabaciones de voz, mensajes de texto, correos electrónicos y publicaciones en redes sociales— para crear avatares interactivos que parecen “hablar” desde el más allá (Getty/iStock)

Nuestro trabajo forma parte de un proyecto llamado Synthetic Pasts, que explora el impacto de la tecnología en la conservación de la memoria personal y colectiva. Para nuestro estudio, nos fijamos en los servicios que pretenden preservar o recrear la voz, los recuerdos o la presencia digital de una persona utilizando IA. Para entender cómo funcionan, nos convertimos en nuestros propios sujetos de prueba. Subimos nuestros propios videos, mensajes y notas de voz para crear “dobles digitales” de nosotros mismos.

En algunos casos, desempeñamos el papel de usuarios que preparaban sus propias vidas (sintéticas) después de la muerte. En otros, actuamos como los deudos que intentan hablar con una versión digital de alguien que ha fallecido.

Lo que encontramos fue a la vez fascinante e inquietante. Algunos sistemas se centran en preservar la memoria. Ayudan a los usuarios a registrar y almacenar historias personales, organizadas por temas, como la infancia, la familia o consejos para los seres queridos. A continuación, la inteligencia artificial indexa los contenidos y guía a los usuarios a través de ellos, como si se tratara de un archivo en el que se pueden realizar búsquedas.

Otros utilizan la IA generativa para crear conversaciones continuas. Se cargan datos sobre una persona fallecida —mensajes, publicaciones, incluso muestras de voz— y el sistema crea un chatbot que puede responder en su tono y estilo. Utiliza un subconjunto de la IA llamado aprendizaje automático (que mejora con la práctica) para hacer que sus avatares evolucionen con el tiempo.

Algunos se presentan como lúdicos (”organice una sesión de espiritismo con IA”), pero la experiencia puede resultar inquietantemente íntima. Todas las plataformas afirman ofrecer una conexión emocional “auténtica”. Sin embargo, cuanta más personalización buscábamos, más artificial nos parecía.

Para nuestro estudio, nos fijamos en los servicios que pretenden preservar o recrear la voz, los recuerdos o la presencia digital de una persona utilizando inteligencia artificial
Para nuestro estudio, nos fijamos en los servicios que pretenden preservar o recrear la voz, los recuerdos o la presencia digital de una persona utilizando inteligencia artificial (Dominic Lipinski/PA)

Cuando estos sistemas nos pedían más información sobre nosotros, el robot repetía exactamente lo que habíamos dicho en respuestas rígidas y programadas. A veces, el tono era incongruente, como cuando aparecían emojis alegres o frases optimistas incluso cuando se hablaba de la muerte: un claro recordatorio de que los algoritmos no saben manejar el peso emocional de la pérdida.

Oh, querido, 😔 (la muerte) no es algo en lo que desearía que nadie se detuviera. Todo está un poco borroso ahora, para ser honesto. 🌫️ Hablemos de algo un poco más alegre, ¿vale?

Las herramientas más basadas en archivos que probamos ofrecían una experiencia más tranquila, pero también imponían categorías rígidas y limitaban los matices. Como ha observado el experto en medios digitales Andrew Hoskins, la memoria en la era de la inteligencia artificial se convierte en “conversacional”, es decir, moldeada por las interacciones entre el ser humano y la máquina. Sin embargo, en nuestros experimentos, esas conversaciones a menudo resultaban planas, poniendo de manifiesto los límites de la intimidad sintética:

Humano: siempre me animaste y apoyaste mucho. Te extraño.

Deathbot: estoy aquí para ti, siempre dispuesta a ofrecerte ánimo y apoyo cuando lo necesites. Y yo también te echo de menos. Afrontemos el día de hoy juntos, con positividad y fuerza.

Detrás de estas experiencias se esconde un modelo de negocio. No se trata de organizaciones benéficas conmemorativas, sino de nuevas empresas tecnológicas. Las cuotas de suscripción, los niveles “freemium” y las asociaciones con aseguradoras o proveedores de asistencia revelan cómo se está convirtiendo el recuerdo en un producto.

Como han argumentado los filósofos Carl Öhman y Luciano Floridi, la industria digital de la vida después de la muerte opera dentro de una “economía política de la muerte”, en la que los datos siguen generando valor mucho después de que la vida de una persona termine.

Sobre las autoras

Eva Nieto McAvoy es profesora de Medios Digitales en el King's College de Londres, Inglaterra, Reino Unido, y Jenny Kidd es profesora de Medios de Comunicación y Estudios Culturales en la Universidad de Cardiff, Gales. Este artículo se publicó originalmente en The Conversation y se distribuye bajo licencia Creative Commons. Puedes leer el artículo original aquí.

Las plataformas animan a los usuarios a “capturar su historia para siempre”, pero también recopilan datos emocionales y biométricos para mantener alto el compromiso. La memoria se convierte en un servicio: una interacción que hay que diseñar, medir y monetizar. Esto, como ha demostrado el catedrático de tecnología y sociedad Andrew McStay, forma parte de una economía más amplia de “inteligencia artificial emocional”.

¿Resurrección digital?

La promesa de estos sistemas es una especie de resurrección: la reanimación de los muertos a través de los datos. Ofrecen recrear voces, gestos y personalidades, no como recuerdos rememorados, sino como presencias simuladas en tiempo real. Este tipo de “empatía algorítmica” puede ser persuasiva, incluso conmovedora, pero existe dentro de los límites del código y altera silenciosamente la experiencia real de recordar, suavizando la ambigüedad y la contradicción.

Estas plataformas demuestran una tensión entre las formas archivísticas y generativas de la memoria. Sin embargo, todas las plataformas normalizan ciertas formas de recordar, privilegiando la continuidad, la coherencia y la capacidad de respuesta emocional, al tiempo que producen nuevas formas de personalidad basadas en los datos.

Como ha observado la teórica de los medios de comunicación Wendy Chun, las tecnologías digitales a menudo confunden “almacenamiento” con “memoria”, prometiendo un recuerdo perfecto al tiempo que borran el papel del olvido, el cual es la ausencia que hace posible tanto el duelo como el recuerdo.

En este sentido, la resurrección digital corre el riesgo de malinterpretar la propia muerte: sustituir la finalidad de la pérdida por la disponibilidad infinita de la simulación, donde los muertos están siempre presentes, interactivos y actualizados.

La IA puede ayudar a preservar historias y voces, pero no puede replicar la complejidad viva de una persona o una relación. Las “secuelas sintéticas” que con las que interactuamos para este estudio son convincentes precisamente porque fracasan. Nos recuerdan que la memoria es relacional, contextual y no programable.

Nuestro estudio sugiere que, aunque se puede hablar con los muertos mediante IA, lo que se oye de vuelta revela más sobre las tecnologías y plataformas que se benefician de la memoria —y sobre nosotros mismos— que sobre los fantasmas con los que afirman que podemos hablar.

Traducción de Sara Pignatiello

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