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Vladimir Putin: su origen, ascenso, amenazas nucleares y motivaciones para invadir Ucrania

Detrás de la guerra de Rusia contra los ucranianos están los sueños de Putin de revivir la grandeza de la Unión Soviética; su estado mental es causa de preocupación, escribe María Luisa Arredondo

Jueves, 23 de febrero de 2023 22:01 EST

Desde hace más de 20 años, Vladimir Putin ha dominado la escena política rusa mediante un liderazgo autoritario y una ambición desmedida de poder que hoy tiene al mundo en vilo. Su decisión de invadir Ucrania , una nación democrática y soberana de 44 millones de habitantes, lleva a muchos a preguntarse quién es en esencia este hombre, qué es lo que en realidad pretende y hasta dónde será capaz de llegar.

Para tratar de entender sus pretensiones, hay que destacar que, si bien la guerra contra Ucrania tomó a muchos por sorpresa, desde hace meses Putin dio señales claras de que le resultaba intolerable que ese país fuera independiente porque nunca se ha resignado a aceptar el colapso de la URSS, que califica como “la mayor catástrofe política del siglo XX”.

En un texto que publicó el verano pasado bajo el título Sobre la unidad histórica de los rusos y los ucranianos, Putin afirmó que Rusia había sido víctima de un robo cuando Ucrania se independizó de la URSS en 1991, puesto que estos dos países son un “solo pueblo”.

Putin también ha manifestado una creciente intolerancia ante lo que percibe como una intrusión de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) en los países que alguna vez pertenecieron a la Unión Soviética porque dice que esto pone en peligro la seguridad rusa.

Aunque Ucrania no forma parte de esa alianza militar, el hecho de que muchos ciudadanos de ese país hayan expresado su deseo de integrarse a ella, ha desencadenado la furia del líder ruso no solo por cuestiones de seguridad sino porque interfiere con sus sueños de reconstruir el imperio soviético.

Con el fin de justificar su ataque a Ucrania, Putin no ha dudado en recurrir a las mentiras. Sin bases, afirma que el gobierno ucraniano está formado por neonazis corruptos, a pesar de que el presidente Volodymyr Zelensky es judío y su abuelo luchó contra la Alemania de Hitler en la Segunda Guerra Mundial.

A Putin, sin embargo, poco le importa distorsionar la realidad. Seguro de que podría cumplir con su objetivo de “decapitar” al gobierno de Ucrania en unos cuantos días, ha lanzado una ofensiva militar con bombardeos aéreos y cientos de tanques y vehículos militares que avanzan lentamente con la intención de apoderarse de las grandes ciudades, entre ellas Kyiv, la capital. Sin embargo, hasta ahora sus planes no han resultado como esperaba.

Resistencia inesperada de Ucrania

Para empezar, el Ejército y la población de Ucrania, encabezados por el presidente Zelensky, han presentado una resistencia heroica ante el avance de las tropas rusas. Y los países de la OTAN se han unido, como nunca antes, para ayudar a Ucrania mediante la provisión de armamento, asistencia humanitaria y de inteligencia. En muchos países de Occidente se han llevado a cabo manifestaciones en solidaridad con Ucrania y abierto rechazo a Putin.

Por si fuera poco, tanto Estados Unidos como Europa han decretado sanciones económicas contra Rusia que no tienen precedente, entre ellas la de aislar a los bancos de ese país del sistema financiero internacional e impedir que el gobierno de Putin utilice sus reservas de divisas.

Las consecuencias ya están a la vista. El rublo, que es la moneda rusa, ha caído ya más del 30 por ciento y la Bolsa de Valores un 40 por ciento. La incertidumbre se ha apoderado de gran parte de la población rusa y, pese a la represión, miles se han atrevido a salir a las calles para protestar contra la guerra en Ucrania. Algunos políticos y oligarcas cercanos a Putin, como el poderoso banquero Mijail Fridman y el industrial Oleg Deripaska, también han empezado a manifestarse en contra del conflicto bélico por las graves pérdidas que representa para su fortuna.

A juicio de los observadores que han seguido de cerca a Putin, lo que resulta más sorprendente de esta guerra es que el líder ruso se haya lanzado a la aventura de invadir Ucrania sin medir las consecuencias ni la resistencia que enfrentaría, tanto a nivel internacional como en su propia casa.

Por años, sus biógrafos y quienes lo han conocido de cerca, lo han descrito como un líder calculador y pragmático. La primera ministra británica Margaret Thatcher incluso llegó a decir que “Putin es claramente capaz de evaluar los eventos internacionales y responder a ellos con audacia, astucia y eficacia”.

Esas cualidades fueron justamente las que le han permitido gobernar Rusia de manera ininterrumpida desde el año 2000 y a ser considerado como uno de los líderes más poderosos del mundo, en gran parte gracias a su habilidad para aprovechar la dependencia de Europa hacia el gas y el petróleo rusos.

Preocupación por el estado mental de Putin

Hoy, sin embargo, muchos se preguntan qué ha quedado de ese hombre astuto y calculador. En Estados Unidos, algunos funcionarios de inteligencia, entre ellos del FBI, han expresado que el reciente comportamiento de Putin está fuera de lo normal debido a lo que algunos informes sugieren ha sido un aislamiento prolongado por la pandemia del covid-19.

Las preocupaciones sobre la salud mental de Putin se acrecentaron luego del discurso que pronunció el pasado jueves 24 de marzo, en el que pretendió justificar su invasión a Ucrania a través de una historia distorsionada. El senador republicano de Florida, Marco Rubio, señaló en un tuit que Putin “siempre ha sido un asesino, pero que su problema ahora es diferente y significativo”. Rubio aclaró que basaba su evaluación en los informes que recibió como vicepresidente de la Comisión de Inteligencia del Senado.

“Me gustaría poder compartir más, pero por ahora puedo decir que es bastante obvio para muchos que algo está mal con #Putin. Sería un error asumir que este Putin reaccionaría de la misma manera que hace 5 años”, precisó Rubio.

Michael McFault, exembajador de Rusia en Estados Unidos, se sumó a las voces de preocupación sobre la estabilidad mental de Putin al tuitear que el líder ruso suena “completamente desconectado con la realidad y desquiciado”.

No todos coinciden con esta evaluación. Beth Sanner, exasesora de Donald Trump y analista de seguridad de CNN, afirma que Putin no está loco y que sus acciones de hoy no son diferentes de lo que ha dicho antes. En su opinión, el dirigente ruso siempre ha demostrado que está dispuesto a hacer cosas incalificables y arriesgadas. En 1999, por ejemplo, ordenó una segunda invasión en Chechenia, tres años después de que el ejército ruso ya había sido derrotado allí.

En cualquier caso, en lo que casi todos los observadores coinciden, es que Putin es impredecible y, por lo tanto, peligroso en extremo.

Espía para la KGB en Alemania del Este

Pero, ¿cómo fue que este hombre escaló hasta convertirse en la amenaza que es hoy?

Los biógrafos del hombre fuerte de Rusia aseguran que para entender su forma de pensar hay que conocer la historia de lo que vivió el 5 de diciembre de 1989 en Dresde, Alemania.

En ese entonces, Putin trabajaba en esa ciudad como espía para la KGB, la oficina de inteligencia y policía secreta soviética a la que había ingresado desde 1975, gracias a su perfecto dominio del idioma alemán.

La noche del 5 de diciembre, pocas semanas después de la histórica caída del Muro de Berlín, una multitud se arremolinó en los cuarteles de la policía secreta de Alemania del Este, sin que nadie opusiera resistencia. Envalentonados, varios manifestantes decidieron entonces dirigirse a la casa que albergaba a los agentes de la KGB.

Siegfried Dannath, uno de los manifestantes, recuerda que el guardia que estaba a la entrada corrió hacia la casa. De inmediato, salió otro oficial que lucía muy agitado y les dijo: “No traten de entrar por la fuerza a esta propiedad. Mis camaradas están armados y tienen autorización para usar sus armas en una emergencia”. Sus palabras surtieron el efecto deseado y el grupo se dispersó.

Pero, Putin, el agente de la KGB que salió a defender la casa, sabía que el peligro no había pasado. En entrevistas posteriores ha relatado que después del incidente llamó a los cuarteles del Ejército soviético para pedir protección. La respuesta que recibió fue devastadora y cambió para siempre su forma de pensar y de ver el mundo.

“No podemos hacer nada sin órdenes de Moscú”, le dijo la voz al otro lado de la línea. “Y Moscú está callado”.

Esa frase: “Y Moscú está callado”, lo ha perseguido como un fantasma durante toda su vida.

Boris Reitschuster, uno de sus biógrafos alemanes, considera que este episodio es clave para entender a Putin.

Esa noche el mundo entero se derrumbó para él. Su experiencia en Alemania del Este le demostró la fragilidad de las élites políticas y lo fácil que pueden caer los imperios, por más fuertes que parezcan. Para compensar la ansiedad que le produjo el hecho, Putin empezó a forjar ideas de cómo construir una nación fuerte, a prueba de los vaivenes políticos y, al mismo tiempo, una poderosa red de riqueza personal.

Putin había llegado a la entonces República Democrática Alemana, un estado comunista creado por la Unión Soviética, a mediados de la década de 1980 para ocupar su primer puesto como espía de la KGB. En Dresde, el futuro hombre fuerte de Rusia, llevaba una vida cómoda, con mejor nivel económico del que tenía en su país de origen.

En una entrevista publicada en 2000, como parte del libro First Person, su esposa Ludmila Pútina relata que vivían en un vecindario de calles muy limpias y se instalaron con su pequeña hija Mariya en un piso de 66 metros cuadrados e incluso pudieron comprarse un auto, considerado como un lujo en la Unión Soviética. Durante su estancia en Dresden, vino al mundo su segunda hija, Katerina.

Los deseos de Putin de ingresar a la KGB lo envolvieron desde que era un adolescente. En 1968, en un cine de Leningrado, acudió a ver una película soviética llamada El escudo y la espada, sobre un agente de la URSS infiltrado en la Alemania nazi.

Al jovencito, que en ese entonces le apodaban Putka, el filme lo dejó hipnotizado. En su mente quedó grabada la obsesión de convertirse en espía, pues para él no había nada más admirable y grandioso. “Parecía tan inalcanzable como volar a Marte”, confesó en una entrevista con CNN.

Otro factor que pudo haber sido determinante en su deseo de convertirse en espía es su historia familiar. Según su biógrafo Charle J. Shields, su padre, Vladimir Spirdonovich Putin, participó como voluntario en el servicio de submarinos contra los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. El padre de Putin estuvo a punto de morir cuando el bando enemigo los interceptó. Logró escapar al sumergirse en un pantano y respirar a través de un tubo hueco. Solo él y otros cuatro de sus compañeros sobrevivieron del grupo integrado por 28 combatientes.

Los primeros años del futuro hombre fuerte

Putin nació el 7 de octubre de 1952 en San Petersburgo, que en ese entonces se llamaba Leningrado, y es parte de la segunda generación nacida en la Unión Soviética. Pese a que cuando era niño el régimen comunista había prohibido las prácticas religiosas, su madre, Maria Ivanovna, se arriesgó a bautizarlo en secreto en una iglesia ortodoxa rusa.

Desde muy joven, se distinguió como estudiante. Cuando cursaba el noveno grado lo seleccionaron para asistir a la escuela secundaria 281 de Leningrado, reservada para los alumnos más destacados. Ahí, Putin desarrolló su interés por la historia, el arte y la literatura.

A la par de sus intereses académicos, Putin mostró también, desde muy joven un gran gusto por el deporte, en especial por el judo, al que considera una filosofía que ha tenido una gran influencia en su vida. En una entrevista que le dio a la reportera Celestine Bohelen del New York Times, el líder ruso, que incluso es autor de un libro de judo, le dijo algo muy revelador sobre su carácter: “Solo una cosa puede ser efectiva: ir a la ofensiva. Debes golpear primero y golpear tan fuerte que tu oponente no se ponga de pie”.

Una vez concluidos sus estudios de preparatoria, Putin se inscribió en la Universidad Estatal de Leningrado para estudiar leyes. Ahí conoció a un personaje determinante para su futuro: Anatoly Aleksandrovich Sobchak, uno de los dirigentes políticos de la era de la perestroika. Fue también en esa universidad donde estableció sus primeros contactos con la KGB.

Regreso a un país desconocido

Al despertar del sueño que había vivido como espía de la KGB en Dresde, Putin regresó a un país que no reconocía.

Bajo la mirada impasible de Mikhail Gorbachov, la Unión Soviética se había desmoronado. El imperio que alguna vez llegó a dominar gran parte del mundo era solo un capítulo del pasado, una realidad que hasta el día de hoy ha sido muy difícil de aceptar para Putin.

Gracias a la sólida red de conexiones que estableció mientras estuvo en Alemania, Putin continuó en la KGB y se retiró en 1991 con el rango de coronel para iniciar un nuevo capítulo en su vida que lo llevaría a convertirse en el hombre fuerte de Rusia.

En 1996, Putin incursionó en la política con el pie derecho al ser nombrado administrador en jefe adjunto del Kremlin, junto al entonces presidente, Boris Yeltsin. Tres años después, en agosto de 1999, Putin dio un salto decisivo en su carrera pública, cuando Yeltsin lo designó primer ministro de Rusia. Fue la antesala de la llegada al poder absoluto.

Agobiado por la crisis económica, la inestabilidad política, las acusaciones de corrupción sobre él y su familia y graves problemas de salud, Yeltsin anunció sorpresivamente su dimisión inmediata en la víspera del Año Nuevo de 1999. La renuncia de Yeltsin dejó el camino libre a Putin para que se convirtiera en el presidente interino del país, tal como lo establecía la Constitución rusa.

Putin no desaprovechó la oportunidad. El 26 de marzo de 2000, al frente del Partido Unidad y con el 52,9 por ciento de los votos, ganó la presidencia sin problemas. Su promesa principal no dejó lugar a dudas sobre el liderazgo que pretendía ejercer: establecer un gobierno que sería una “dictadura de la Ley” y un estado que sería “uno de los más fuertes del mundo”.

Política de mano dura

Con esa idea de estabilidad y firmeza, Putin ha gobernado desde entonces con una política cada vez más represiva en la que sin miramiento alguno ha aplastado cualquier atisbo de oposición e incluso ha mandado matar a sus rivales políticos. En su larga lista de asesinatos hay desde periodistas hasta disidentes, empresarios, políticos y exespías como Alexander Litvinenko.

Se le acusa, además, de haber cometido crímenes de guerra en Chechenia y de interferir en la política de otros países, como se supone lo hizo en las elecciones de 2016 en Estados Unidos para favorecer a Donald Trump. Al mismo tiempo, ha tratado de alimentar entre sus gobernados el sueño de restablecer la grandeza que alguna vez tuvo la URSS.

De acuerdo con el politólogo Arkadi Dubnov, Putin espera algún día ser reconocido como el restaurador del imperio hundido y se ve a sí mismo como el protector y garante de la prosperidad y estabilidad de todo el espacio postsoviético.

Es evidente también su egolatría y narcisismo pues no tiene reparos en presentarse a sí mismo como la encarnación de la “masculinidad alfa”, es decir, como un hombre atlético y osado que lo mismo va de cacería, practica karate o monta a caballo sin camisa.

Aunque su gobierno no se ha traducido en la prosperidad e igualdad que alguna vez prometió para toda la sociedad, pues la corrupción ha concentrado la riqueza en muy pocas manos, Putin enfrenta poca oposición por el autoritarismo con el que ejerce el poder.

Sin embargo, las nuevas generaciones de rusos han expresado cada vez con mayor vigor su rechazo a Putin, sobre todo ahora que millones están en contra de la invasión a Ucrania, no sólo porque la califican de injustificada sino porque las sanciones económicas los golpearán directamente.

No está claro hasta dónde crecerá la inconformidad de los rusos hacia el que ha sido su líder por más de 20 años. Por lo pronto, el jerarca no tiene intenciones de irse. En abril de 2021, Putin firmó una ley que le permitirá permanecer en el cargo hasta 2036. De mantenerse en el poder, se convertiría en el dirigente que ha estado al frente de Rusia por más tiempo, incluso más que Joseph Stalin que gobernó durante casi 30 años.

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