Taller familiar mantiene vivo el legado de fuegos artificiales mexicanos a pesar del peligro
Cada año, en la primera semana de marzo, cientos de toros gigantes de papel maché rellenos de fuegos artificiales se erigen en los patios frontales de las casas del municipio mexicano de Tultepec.
Miles de dedos incansables cortaron, pegaron y pintaron cuidadosamente los coloridos dibujos que dieron vida a los “toritos” el viernes, durante una celebración anual en que se prendió fuego a las figuras con forma de toro.
Miles de personas se reunieron para bailar y esquivar entre los toros, mientras las velas romanas y los cohetes de botella les lanzaban chispas y la pirotecnia les tronaba a la altura de las piernas. Muchos llevaban ropa de algodón empapada en agua para protegerse de las quemaduras.
A diferencia de ocasiones anteriores, la iluminación nocturna de los toros no tuvo lugar en las calles de Tultepec, sino en un descampado cercano.
La multitud que se agolpó en el campo presenció una mezcla de momentos, con algunos huyendo de los toros furiosos que escupían fuego, como una versión pirotécnica de los encierros de Pamplona, España.
Luego, se convirtió en una especie de rave multitudinaria en que la gente, en su mayoría jóvenes, bailaba, saltando al ritmo de los fuegos artificiales y coreando ”¡Fuego! ¡Fuego! Fuego!” bajo una lluvia de chispas y humo.
La celebración, que cumple 35 años, rinde homenaje y agradecimiento al patrón de los pobres y los enfermos, San Juan de Dios, a quien los productores de fuegos artificiales —un pilar de la economía del pueblo— ven como una figura protectora.
Pero las fiestas también son una forma de que el pueblo de Tultepec, al norte de Ciudad de México, mantenga viva su artesanía y atraiga a la gente a la localidad después que en 2018 una enorme y devastadora explosión en los talleres matara a 25 personas e hiriera a alrededor de 50.
Uno de los talleres más conocidos es la empresa familiar Los Chavitos, que lleva 15 años fabricando figuras de cartón para fuegos artificiales. Sus figuras van desde toros muy pequeños a gigantes, pasando por figuras de santos y animales imaginarios conocidos como alebrijes.
Cada año, el taller produce cientos de “toros” más pequeños, con velas romanas por cuernos, que se llevan a hombros por las calles de innumerables pueblos pequeños de México, haciendo que los niños salten de alegría. El taller también produce figuras de “Judas” de villanos y políticos que tradicionalmente se queman durante la Semana Santa en México.
Pero los grandes toros de Tultepec marcan el punto álgido del año. Tultepec fue uno de los primeros lugares en que se empezó a fabricar pólvora en México durante la época colonial, debido al abundante suministro de salitre de la ciudad, un ingrediente clave. Hoy, el poblado es conocido cariñosamente como “la capital de la pirotecnia”.
Francisco Cortés Urbán, de 51 años, es artesano pirotécnico desde que tiene uso de razón. Aprendió el oficio a los 12 años y ha transmitido sus conocimientos a sus hijos.
Cortés se movía incesantemente esta semana, atendiendo llamadas, dando instrucciones y transportando pequeños toritos de una esquina a otra del taller. Los clientes esperaban sus entregas.
Al fondo, un toro gigante con coloridos adornos prehispánicos brillaba bajo el sol, donde un grupo de jóvenes artesanos se afanaba en los últimos retoques. Una vez terminado el toro, tuvieron que asegurar una base sobre él, para sostener aproximadamente 1.000 fuegos artificiales que explotaron cuando se encendieron durante el festival.
Cada 8 de marzo, unos 300 toros monumentales de papel maché son arrastrados por las calles de Tultepec, como ofrenda para acompañar a la figura de San Juan en una procesión icónica. También participan toros más pequeños, que salpican el cielo con coloridas explosiones.
Por supuesto, había preocupación por la seguridad de todo ello, pero los lugareños estaban demasiado apegados a la belleza de la tradición como para preocuparse demasiado.