Rehén israelí liberada revive horrores del cautiverio y teme por su esposo, aún retenido en Gaza
De pie en las ruinas de su casa en la aldea agrícola de Nir Oz, en la frontera con Gaza, Sharon Alony Cunio contempló la distante silueta de Jan Yunis, la ciudad palestina hacia donde los combatientes de Hamás se la llevaron hace más de tres meses. Su esposo, David, sigue cautivo en Gaza.
Está a pocos kilómetros de distancia, pero completamente fuera de alcance.
Cunio y sus gemelas de 3 años fueron liberadas de Gaza el 27 de noviembre. Están sanas físicamente; a salvo. Pero no puede dejar de pensar en las últimas palabras que le expresó su esposo. Estaba delgado y frágil, herido en una pierna, cuando la familia se abrazó por última vez en cautiverio.
“Pelea por mí. No te rindas”, cuenta ella que él le dijo. “Por favor, grita lo que yo no puedo gritar. Estoy aterrorizado”.
David Cunio se encuentra entre decenas de cautivos que se cree que están vivos en Gaza luego de que 120 rehenes, entre ellos su esposa e hijas, fueran liberados durante una tregua de una semana.
A medida que pasan los días, salpicados de informes de que otros rehenes han muerto mientras estaban cautivos, los liberados han hablado cada vez más sobre las condiciones que soportaron en Gaza. Mientras las difíciles circunstancias de los rehenes restantes acaparan la atención de la nación, quienes sobrevivieron esperan presionar al gobierno para que llegue a otro acuerdo.
En una entrevista con The Associated Press, Sharon describió el ataque de Hamás y su tiempo en cautiverio, la mayor parte del cual, dijo, pasó en un hospital, lo que refuerza las afirmaciones de Israel de que Hamás ha usado instalaciones médicas con fines militares.
Sus hijas —Emma y Julie— aún no entienden qué les pasó después de que los combatientes de Hamás incursionaron en el sur de Israel el 7 de octubre, mataron a unas 1.200 personas y secuestraron a 250. El ataque de Hamás provocó una feroz ofensiva israelí en la Franja de Gaza.
En cautiverio, dijo a las niñas que los sonidos casi constantes de los bombardeos eran sólo tormentas eléctricas y que los hombres que custodiaban su puerta eran sus protectores. Ahora, cuando llueve en Yavne, la ciudad central de Israel donde las tres se alojan con los padres de Sharon, las niñas preguntan: “Mami, ¿dónde están los ‘pums?'”
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La mañana en que Hamás atacó su casa, la familia se refugió en su habitación segura fortificada. David Cunio cerró la puerta con fuerza para protegerse de los intrusos, dijo su esposa, pero al final abrieron el gas e incendiaron la casa.
Mientras entraba humo, David agarró a Julie, salió por la ventana y dejó a Sharon y su hermana, Danielle, en la habitación segura con dos niños. Afuera había hombres armados.
“Comencé a perder el conocimiento”, recordó Sharon. “En ese momento, Danielle me sacudió y dijo: ‘Abramos la ventana y salgamos. Es mucho mejor si nos disparan. Entonces no habrá dolor, no habrá sufrimiento en lugar de vernos a todos morir asfixiados aquí dentro’”.
Pero los combatientes palestinos no les dispararon. En cambio, se las llevaron, junto con otros cuatro rehenes, a Gaza en un tractor robado al kibutz. En el tumulto, la familia perdió a una de las gemelas —Emma desapareció y temieron que fuera para siempre—.
Sharon, David y Julie pasaron 10 días en una casa palestina, custodiada por dos miembros de Hamás. Sus captores dijeron que estaban en Jan Yunis, la segunda ciudad más grande de Gaza, relató Sharon.
“Tuve un colapso mental, me dieron tics, tuve ataques de pánico”, dijo a la AP.
En el noveno día de su cautiverio, la casa de al lado fue bombardeada. Cuando la explosión hizo que las paredes a su alrededor se derrumbaran, David y Sharon cubrieron a Julie con sus cuerpos para protegerla. Un vidrio atravesó el cuero cabelludo de Sharon.
Poco después, los captores trasladaron a la familia. Sharon dijo que los combatientes cubrieron a su esposo con una sábana blanca para que pareciera un cadáver y a ella la vistieron con ropa tradicional árabe. Envolvieron a Julie en una tela y la metieron en los brazos de Sharon. Subieron a la familia en una ambulancia y los llevaron a un hospital que Sharon dijo que ahora reconoce por las noticias como Nasser, en Jan Yunis.
Tres días después, dijo Sharon, escuchó un llanto afuera de su habitación. Instantáneamente reconoció que era de Emma.
“Este tipo simplemente me dio a Emma como si fuera una caja o algo así. Y yo estaba en shock”, relató. “Estaba segura de que estaba muerta. Ella estaba en pánico y llorando. No podía creer que nos la llevaran de regreso”.
La familia reunida pasó las siguientes semanas en una habitación del primer piso del hospital. Cajas apiladas separaban la sección de rehenes del resto del piso del hospital, dijo Sharon. Describió haber dormido con las niñas en una cama pequeña, usando una almohada manchada de sangre. En cierto punto, refirió, había 12 rehenes hacinados en la pequeña habitación.
La familia pronto descubrió que estaban cerca de otras dos habitaciones con rehenes, casi 30 en total. Los captores eventualmente dejaron que los rehenes pasaran tiempo en las habitaciones de los otros, dijo Cunio.
El ejército israelí ha sido objeto de críticas internacionales por los desalojos y el cierre de más de la mitad de los hospitales de Gaza durante su ofensiva, lo que ha dejado al sistema médico al borde del colapso. Israel ha acusado repetidamente a Hamás de almacenar armas y esconder rehenes en hospitales con el fin de justificar las operaciones militares en las instalaciones.
Cunio dijo que algunos rehenes recibieron tratamiento médico por parte del personal del hospital. Cuando uno de los cautivos en su habitación enfermó más, se lo llevaron y regresó con una vía intravenosa en el brazo. Otro joven rehén fue sometido a una cirugía en la pierna, agregó.
La comida no llegaba con un horario regular, pero la mayoría de los días los captores les llevaban dos comidas. Sharon describió platos de arroz con especias cubierto con carne y pan de pita, a menudo mohoso, con queso feta. Algunos días no llegaba nada para comer.
Cunio dijo que los adultos a menudo renunciaban a su comida para alimentar a las gemelas. Dividían el pan en cuartos, por si al día siguiente no recibían nada para comer.
Cunio perdió 11 kilos (24 libras) en Gaza, y dijo que cada miembro de su familia sufrió vómitos y diarrea en al menos una ocasión.
“Muchas veces, las niñas simplemente lloraban y decían: ‘Tengo hambre’”, refirió. “Fue devastador”.
Cuando necesitaban ir al baño, llamaban a la puerta y esperaban a que los captores la abrieran. A veces esperaban cinco minutos, otras veces horas, dijo Sharon, y las niñas a veces hacían sus necesidades en el lavabo o en el bote de basura de la habitación húmeda y sin ventanas. Cada vez que ellas salían, tenían que cubrirse con un hiyab.
Durante la última semana de cautiverio, los combatientes trasladaron a los rehenes a una habitación exterior con una ventana. Cunio dijo que vio filas de palestinos desplazados que acampaban alrededor del hospital.
A los cautivos se les dijo que no hicieran ruido. Por la noche, reportó Sharon, abrían la ventana para que entrara aire fresco. Hacía frío, pero los rehenes tenían mantas. Las niñas sólo llevaban ropa interior y camisetas sin mangas cuando fueron secuestradas, y otro cautivo les confeccionó pantalones largos de pijama con ropa extra.
Sharon dijo que David, un electricista nacido y criado en Nir Oz, se culpaba a sí mismo —él era la razón por la que la familia vivía tan cerca de la frontera con Gaza—. Sharon lloraba todo el tiempo, declaró, y David una vez se golpeó a sí mismo hasta sangrar dentro de la boca. Otras veces, lograba un poco de trivialidad. “Le decía: ‘Eres el mejor hombre que he conocido’”, prosiguió Sharon. “Y él me respondía: ‘Ya era hora de que te dieras cuenta de eso’”.
Un día, dijo Sharon, sacaron a David de la habitación para que hablara con un oficial de Hamás. El hombre le dijo que Israel había decidido traer de vuelta sólo a mujeres y niños, recordó Sharon, y que David sería llevado a algún lugar con los demás hombres.
“Nos sentamos allí durante tres horas, sólo abrazándonos. Yo, él y las niñas”, dijo Cunio. “Le ruego que no se vaya y ruego quedarme con él. Las niñas están llorando. ‘¿Por qué te vas? ¿Por qué se llevan a papá? ¿Pueden llevarse a otros papás? ¿Por qué tienen que llevarse al nuestro?'”.
Tres días después, vehículos de la Cruz Roja transportaron a Cunio y a las niñas de regreso a Israel.
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Ahora, Sharon dice que no podrá dormir hasta que su esposo regrese a casa.
“Todo está lleno de culpa”, puntualizó. “Darme una ducha, comer comida caliente, fumar un cigarrillo, jugar con nuestras niñas, estar fuera cuando él está en los túneles”.
El lunes, Sharon recorrió el kibutz Nir Oz —donde los combatientes de Hamás mataron a unas 20 personas y tomaron a más de 80 como rehenes— por segunda vez desde su liberación. Se emocionó cuando vio aparecer rostros familiares y a vecinos que recogían pertenencias de las casas saqueadas. Todos tenían una historia: un hijo todavía retenido como rehén; un cónyuge asesinado.
El viejo gato de Sharon, Elvis, llegó tranquilamente, frotándose en la pierna de Cunio cuando se reunieron.
Sharon dijo que la familia no regresará al kibutz, cuyos idílicos senderos floridos y campos de naranjos han dado paso a un paisaje de casas con agujeros de bala. En el horizonte, ve columnas de humo que se elevan desde el lugar donde cree que mantienen retenido a su esposo.
Por ahora, Sharon envía a las niñas al preescolar todos los días, las abraza por las noches y las tranquiliza durante sus pesadillas.
Cuando tiene un momento para sí misma, busca un archivo de los mensajes de voz de su esposo. “Te amo, eres la mejor”, dice en uno que ella no puede evitar reproducir una y otra vez.
“Le prometí que lucharía por él”, subrayó Sharon. “No pararé hasta que él regrese”.