Sobrevivientes del accidente aéreo en los Andes dicen no arrepentirse por haber recurrido al canibalismo
“Fue difícil llevarla a la boca, pero nos acostumbramos”, recuerda uno de los sobrevivientes
Esta nota fue originalmente publicada en 2022.
Los sobrevivientes del desastre del vuelo de los Andes de 1972 dicen no arrepentirse de haber recurrido al canibalismo para evitar la muerte durante el tiempo suficiente para ser rescatados.
El vuelo 57 de la Fuerza Aérea Uruguaya, un viaje privado desde Montevideo, Uruguay, con destino a Santiago de Chile que transportaba a un equipo de rugby amateur, se estrelló contra las montañas de los Andes, no lejos de la frontera con Chile, el 13 de octubre de ese año.
Al timón de la aeronave se encontraba un copiloto sin experiencia, quien había creído erróneamente que el vuelo había llegado a Curicó, Chile, e inició el descenso prematuro del vuelo hacia el aeropuerto de Pudahuel. En este punto, el avión estaba a unas 40 millas (65 kilómetros) del punto en el que el vuelo debía comenzar a prepararse para aterrizar.
En pleno descenso, el avión chocó contra la ladera de una montaña, lo que provocó el desprendimiento de la sección de la cola y de ambas alas. La parte central de la aeronave descendió a toda velocidad por un glaciar unos 725 metros, antes de estrellarse contra la nieve y el hielo.
Doce de los 45 tripulantes y pasajeros murieron instantáneamente. Otras 17 personas perdieron la vida más tarde como resultado de las gélidas temperaturas y las lesiones graves, y 13 de ellas murieron a causa de una avalancha menos de tres semanas después del accidente.
Los que sobrevivieron, un grupo que se redujo gradualmente a solo 16 personas, enfrentaron una agotadora espera de 72 días antes de su eventual rescate el 23 de diciembre.
Cincuenta años después, el desastre del vuelo de los Andes sigue siendo fuente de gran intriga, una fascinación derivada del giro de los sobrevivientes hacia el canibalismo para mantenerse con vida.
“Por supuesto, la idea de comer carne humana era terrible, repugnante”, declaró para The Times Ramón Sabella, de 70 años, empresario. “Fue difícil llevarla a la boca, pero nos acostumbramos”.
Habiendo agotado sus escasas reservas de chocolate, dulces, mermelada y vino, e incluso el algodón que se utiliza para tapizar los asientos del avión, Roberto Canessa, un estudiante de medicina, pregonó la idea de comerse los cadáveres esparcidos alrededor del fuselaje varado.
Con un trozo de vidrio, fue el primero en descuartizar los cuerpos de sus amigos.
“Tuve que acudir con sus familias después para explicárselo”, comentó, y agregó que habría considerado un “honor” si él hubiera muerto y “me hubieran usado para vivir”.
Para hacer las paces con sus acciones, los sobrevivientes hicieron un pacto “que si uno de nosotros moría, los demás estaban obligados a comer sus cuerpos”, explicó Canessa.
Según Carlitos Páez, otro sobreviviente, comer carne humana no fue tan difícil. Para los curiosos, un humano “no sabe a nada, en realidad”, le aseguró al periódico.
Los sobrevivientes comenzaron comiendo tiras de piel y grasa, antes de recurrir al músculo y el cerebro.
“Perdieron sus inhibiciones. Comenzaron a comer de los cráneos, y a preparar platillos con la carne”, opinó Piers Paul Read, el autor británico de Alive: The Story of the Andes Survivors.
Aunque los equipos de rescate sobrevolaron el lugar del accidente varias veces en los días posteriores al incidente, no pudieron detectar el fuselaje blanco que se perdía en la nieve. Después de ocho días, las autoridades cancelaron las labores de rescate.
Una inmensa desesperación llevó a Canessa y a otro miembro del grupo, Fernando Parrado, a emprender un viaje en busca de ayuda. La pareja sobrevivió al ascenso de 5.000 metros a una montaña con solo un saco de dormir casero y calcetines rellenos con reservas de carne humana.
Después de 10 días de caminata, Canessa y Parrado vieron a tres hombres a caballo al otro lado del río donde estaban acampando. Parrado arrojó una piedra al otro lado del río envuelta en papel que tenía una nota que decía: “Vengo de un avión que cayó en las montañas”.
El mensaje explicaba que Canessa ya no podía caminar y que los sobrevivientes morirían a menos que fueran rescatados del fuselaje. Uno de los hombres montó a caballo durante 10 horas para dar la alarma.
El 22 de diciembre de 1972, dos helicópteros que transportaban equipos de búsqueda y rescate llegaron al grupo. Los sobrevivientes restantes fueron llevados a un lugar seguro al día siguiente.