Favela más grande de Brasil ya no está en Río de Janeiro
Por primera vez desde que la pobreza, falta de oportunidades y desigualdades económicas provocaron que las favelas se multiplicaran en muchas de las ciudades del país, la favela más grande no pertenece a Río de Janeiro
La transitada avenida principal de este barrio pobre de Brasil está saturada de personas que bajan de autobuses después del trabajo o se detienen para comer algo. Adolescentes asisten a una batalla de rap al aire libre y a una clase de gimnasia. Los himnos y oraciones de los pequeños servicios religiosos se cuelan en la noche.
Es un miércoles típico en la favela, o barrio pobre, más grande de Brasil. Y, por primera vez desde que la pobreza, falta de oportunidades y desigualdades económicas provocaron que las favelas se multiplicaran en muchas de las ciudades del país, la favela más grande no pertenece a Río de Janeiro.
Sol Nascente está a sólo 34 kilómetros de la capital Brasilia en el Distrito Federal, cuyo producto interno bruto per cápita es por mucho el más elevado de cualquier estado brasileño, lo que enfatiza la desigualdad entre los vecindarios acaudalados de funcionarios públicos y las afueras del distrito.
El número de viviendas en Sol Nascente se ha disparado en 31% desde el 2010 a más de 32.000, por arriba de la favela Rocinha en las laderas de Río que era la más poblada, según datos preliminares del censo en curso. Rocinha tiene casi 31.000 viviendas, según los datos.
A lo largo de las calles sin pavimentar con casas construidas por la misma gente de Sol Nascente y al interior de las transitadas tiendas y restaurantes de la calle principal, ninguna persona entrevistada por The Associated Press recibió de buena manera la nueva clasificación.
“Todavía necesitamos muchas cosas, como instalaciones sanitarias e infraestructura básica, pero hoy en día es mejor la condición de las personas. Algunos incluso tienen un auto”, dijo Francisca Célia, una vendedora ambulante de 43 años.
Célia agregó que pese a sus desafíos, Sol Nascente no está tan desorganizado ni es tan peligroso como las favelas que vio cuando visitó Río hace tres años. Además, los lotes de tierra disponibles son mucho más grandes.
“Aquí es el paraíso”, dijo.
El crecimiento de la población de Sol Nascente refleja la llegada de nuevas personas que buscan tierra barata y desocupada para construir casas, mientras que en otras partes del Distrito Federal los pobres con frecuencia pagan alquileres relativamente altos. También refleja el aumento de personas que viven en barrios de clase trabajadora a nivel nacional, debido a una crisis de vivienda generalizada causada por una profunda recesión y un aumento en los precios de alquileres, cuyos efectos se vieron agravados por la pandemia del COVID-19, según Marcelo Neri, un ecónomo e investigador social en la Fundación Getulio Vargas, una universidad y centro de investigación.
La cantidad de personas que viven en áreas que el instituto nacional de estadísticas clasifica como “aglomeraciones subnormales” se disparó en 40% a 16 millones de personas desde el censo de 2010, según datos preliminares del instituto revisados por la AP. La población de Brasil en general creció menos del 9% en ese periodo.
Las aglomeraciones subnormales no sólo incluyen las favelas, sino también otros términos usados en Brasil para describir áreas urbanas con ocupaciones irregulares y servicios públicos deficientes. Los residentes de Sol Nascente reconocen que alguna vez fue una favela, pero le dijeron a la AP que muchas áreas de la comunidad han superado ese término.
El instituto de estadísticas deja de considerar a las comunidades como aglomeraciones subnormales una vez que los residentes obtienen el título legal de sus propiedades o están disponibles todos los servicios básicos, según el coordinador de geografía del instituto, Cayo Franco.
Las favelas crecen conforme los colonos se mudan a tierra pública o privada desocupada, ya sea en laderas empinadas o en tierras planas, como Sol Nascente.
Sol Nascente todavía tiene transporte público deficiente y calles sin pavimentar e impasables, que se inundan con frecuencia durante la temporada de lluvia veraniega. Sólo algunos residentes han obtenido el título legal y los servicios no están disponibles para todos.
“Yo pago electricidad, agua, impuestos, pero no hay drenaje ni asfalto aquí al frente”, dijo Débora Alencar, de 39 años, quien se mudó a Sol Nasente hace 15 años después de recibir la oportunidad de comprar un terreno y construir una casa.
“Aquí es en donde gané dignidad”, agregó.
Alencar opera un colectivo que recibe alimento, ropa y materiales escolares para los necesitados. También ofrece capacitación vocacional para manicuristas y maquillistas, así como clases de danza y teatro.
También ha sido representante comunitaria desde 2019, negociando inversiones con el gobierno del Distrito Federal. Dijo que ha asegurado algunas mejoras, pero no suficientes.
Una característica común de las favelas es que el estigma permanece incluso después de que los residentes obtienen títulos y servicios, según Theresa Williamson, directora ejecutiva de Comunidades Catalíticas, un organismo no lucrativo basado en Río que estudia las favelas.
Esa opinión la comparte Nayara Miguel, un ama de casa con dos hijos en una parte organizada de Sol Nascente que ya tiene electricidad y agua, y donde el gobierno local recientemente pavimentó calles e instaló alumbrado público. El ministerio de ciudades del gobierno federal ha destinado fondos para un proyecto de vivienda en el lugar.
“Para mí, esto no es una favela, es una ciudad”, dijo Miguel, de 30 años. “Claro, le falta mucho: no logré conseguir un lugar en una guardería para mi hija, entonces no puedo trabajar. Podemos llegar al hospital, pero no hay un médico ahí que nos atienda”.
Las áreas circundantes todavía tienen chozas. Durante los últimos siete años, Bruno Ferreira y su esposa han hecho su vida en un área carente de Sol Nascente. Ahí encontraron un lugar en el cual, con sus propias manos, pudieron construir una casa de una pieza que llaman su hogar y evitan la trampa de los alquileres.
Ferreira, de 39 años, tiene trabajos ocasionales y su esposa tiene un trabajo formal, de tiempo completo, en una cafetería. Tienen cinco hijos y un sexto en camino, y están ahorrando para poner loseta en el piso de tierra de su casa.
Ninguno quiere irse.
“Aquí está muy bien”, dijo. “Sólo le falta infraestructura para ser hermoso y legal”.