De las manos de reclusos a feria patrimonial: las miniaturas de Alasita siguen alimentando sueños
Con una larga sentencia de prisión a sus espaldas, dice que siente menos el peso de la reclusión cuando está tallando un auto o una moto en madera. Más aún al saber que su trabajo cruzará la puerta de la cárcel y será vendido en una reconocida feria de artesanías de Bolivia y podrá ayudar a sus tres hijos y su esposa.
David Lujan, de 29 años, fue encarcelado hace seis y siente que ha encontrado una segunda oportunidad en las artesanías. Del delito que cometió prefiere no hablar. Pero sí, y con entusiasmo, de lo que crea con sus manos: “Aquí en el taller de carpintería me siento muy ocupado, hasta inclusive diría siento la misma libertad como si estuviera en mi taller”, contó a The Associated Press desde la cárcel de San Pedro, en el centro de La Paz.
Como él, al menos 300 reclusos han encontrado una camino hacia su reinserción social y una forma de obtener recursos en los trabajos manuales que realizan desde prisión. Trabajan bajo la presión del tiempo para que sus obras puedan ser exhibidas en la feria de artesanías y miniaturas de Alasita, que en 2017 fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Según los reclusos, reciben aproximadamente el 50 % de cada artesanía que se vende. El precio en la feria varía de 22 a 30 dólares por los autos de hojalata y de 30 a 40 dólares por los de madera.
La particularidad de esa feria es que, según la creencia popular, es el lugar donde las aspiraciones y sueños se pueden hacer realidad.
Para Luján, lo que empezó como una distracción dentro de la cárcel es ahora una fuente de inspiración. Cuenta que este año se estrenó como maestro de los nuevos reclusos en el taller de carpintería.
Según la tradición, cada 24 enero el dios de la abundancia llamado Ekeko —representado por un hombre regordete y de baja estatura que llega cargado de bienes y alimentos— cumple los deseos de sus fieles. Por lo que los bolivianos compran objetos en miniatura para pedirle que sus anhelos se hagan realidad. Esta celebración tiene su origen en antiguas creencias de pueblos prehispánicos andinos.
En la planta de arriba del presidio de San Pedro, unos pequeños pasillos conducen hacia las celdas donde los presos apresuran el acabado de automóviles, camiones de todo tipo y autobuses, de unos 30 centímetros, hechos de las envases de hojalata de alcohol. No solo trabajan con madera.
La cárcel de San Pedro abarca toda una manzana de la ciudad boliviana y está construida con ladrillos de barro que levantan un muro de seis a siete metros. Fue levantada para unos 400 presos, pero alberga a unos 2.700, según el director de Régimen Penitenciario en La Paz, Daniel Callisaya. La mayoría son detenidos preventivos.
Quien enseña hojalatería en la cárcel, se identifica sólo son su apellido, Layme. Tiene 48 años, hace 10 años que esta preso y espera salir pronto. “El trabajo te mantiene ocupado y te libera del encierro y el tiempo se pasa rápido”, comparte. Según sus cálculos, cada mes producen al menos 300 figuras metálicas de autos.
Fuera de cárcel, los reclusos ya no pueden ver cómo en una plaza de La Paz, familias y comerciantes se interesan por las miniaturas. Tienen gran aceptación entre los compradores por su gran parecido con los originales y algunos, según cuentan los vendedores, son llevados después a Perú, Argentina y Brasil, donde también hay comunidades bolivianas.
Las piezas creadas por los sentenciados llegan a la feria de Alasita, después de que sus familiares y algunos vendedores mayoristas se apostan en otra especie de feria a las fuera de la cárcel para comprar sus miniaturas y trasladarlas después al mercado en honor de Ekeko.
Son precisamente esos intermediarios quienes proveen de materia prima a los presos para que la trabajen. Después, las autoridades penitenciarias se encargan de permitir la salida de las figuras.
“Todos tenemos una segunda oportunidad y con esas mismas manos (con las que cometieron un delito) realizan artesanías; el objetivo es apoyar”, comentó Callisaya.
Dice que los cursos han sido un éxito y que la mejor forma de reinsertar a los reclusos a la sociedad es enseñándoles un oficio.
“Es inimaginable lo que sus manos pueden crear”, dijo con cierto tono de orgullo.