Con ritos indígenas familias recuerdan a sus muertos a un año de las violentas protestas en Perú
Sobre una frazada extendida en una mesa los familiares del peruano Clemer Rojas colocaron un retrato en colores del difunto cuya alma, según las creencias indígenas de sus ancestros, vendrá a despedirse antes de partir para siempre al “más allá”.
Los invitados ubicados en la sala de la casa de ladrillos de Ayacucho conversaban en quechua y español mientras observaban al padrino de Rojas acomodar en silencio una gorra junto al retrato. Luego, como si estuviese vistiendo a un difunto invisible, acondicionaba una chamarra, un pantalón vaquero y unos zapatos deportivos que Rojas había comprado meses antes de convertirse en uno de los 49 civiles muertos durante las protestas antigubernamentales que hace un año remecieron Perú.
Diez peruanos, incluido un adolescente de 15 años, murieron en Ayacucho el 15 de diciembre de 2022 durante una protesta reprimida a los tiros por el ejército en la que los manifestantes exigían la renuncia de la presidenta Dina Boluarte y los miembros del Congreso.
Desde el jueves en la casa de cada uno de los fallecidos de la ciudad, cuyo nombre en quechua significa “rincón de muertos”, se realiza el mismo ritual. Junto a las prendas de los fallecidos se colocan velas y en la pared del fondo cuelgan telas desde el techo junto a una cruz.
“Eso es lo que dicen, que va a volver”, dijo en español Nilda García, de 48 años, madre de Rojas, un estudiante de 23 años que recibió un disparo mortal en el abdomen. “Yo digo, así será pues, mi hijo volverá a mi casa”, añadió la mujer cuya lengua materna es el quechua y que vestía sombrero, suéter y falda negra.
Los familiares colocaron más tarde alrededor de la ropa los alimentos que más le gustaban al joven. Modesto Barrientos, el padrino de Rojas y soldado jubilado de la Armada, posó un plato de ceviche —carne de pescado bañada en jugo de limón—, junto a camotes, papas, trozos de cebollas, hojas de lechuga y maíz tostado. También había racimos de uvas y un par de mangos.
En otra casa Yovana Mendoza velaba a su hermano John Henry Mendoza, muerto a los 34 años. Mientras le ofrecía un plato con galletas de fresa, menta y chocolate y cócteles, la sobrina preferida del difunto tocaba una canción de carnaval en un violín. “Tenemos la costumbre de que al año del fallecimiento se tiende la ropa para al día siguiente cambiar el luto”, despojarse de las prendas negras y comenzar a vestir los trajes cotidianos de diversos colores, dijo la mujer en la pequeña sala de su casa adornada con los cuadros de su hermano, quien no dejó hijos. “Sabemos que él está con nosotros presente y estará hasta mañana viernes cuando se irá para siempre”, acotó con resignación.
Casi todas las muertes durante las protestas ocurrieron en los Andes del Sur, donde la mayoría es indígena y en las calles se escucha hablar frecuentemente en quechua. La región fue epicentro de la cultura Inca y a lo largo de los siglos han sido escenario de rebeliones aplastadas a sangre y fuego por el poder desde Lima.
El 7 de diciembre de 2022 miles de peruanos de zonas rurales iniciaron una cadena de protestas exigiendo la renuncia de Boluarte y los congresistas luego de que la mandataria reemplazó al destituido presidente Pedro Castillo, quien fue encarcelado tras intentar disolver el Parlamento. Castillo, que había arrasado en el sur en las elecciones de 2021, está procesado por cargos de corrupción y rebelión.
“Estos rituales con una u otra variante se realizan en todos los pueblos de los Andes”, explicó Lurgio Gavilán, profesor de antropología de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga en Ayacucho. “Se hace un año después de la muerte para despedir al alma que emprenderá un viaje para irse al más allá".
Estos rituales son importantes para los familiares porque son espacios que “ayudan a menguar un poco” el dolor por las muertes, dijo Gavilán. “Hay otras muertes, por edad avanzada o enfermedades, pero estos dolores por muertes violentas e imprevistas no se curan al instante”.
Al caer la noche García y su marido Reider Rojas se sentaron en una silla junto a la ropa de su primer hijo. Un trío de música religiosa empezó a cantar "Apuyaya Jesucristo", en español “Poderoso señor Jesucristo”, compuesta en quechua en el siglo XVI por el fraile franciscano Luis Jerónimo de Oré quien participó en la evangelización de los indígenas impuesta por la monarquía española.
La mujer se mordía los labios, apretaba sus puños. “Lo he tenido en mi vientre. Yo lloro, no tengo vergüenza, lloro cuando camino por los mercados; este dolor llega hasta el hueso”, dijo.
Su vecina Diana González contó que García no ha logrado superar la muerte de su hijo. A veces va por las calles y abraza los postes de luz. “Nadie puede olvidar a los hijos”.