Calaveritas de azúcar, los dulces que alegran los altares de Día de Muertos en México
¿Flores de cempasúchil? Listas. ¿Veladoras? Listas. Sólo faltan las calaveritas, las figuras de dulce que también adornan los altares dedicados a los seres queridos fallecidos durante Día de Muertos en México.
Al igual que el tradicional pan de muerto, estos cráneos azucarados capturan cómo los mexicanos recuerdan cada noviembre con alegría a quienes se han ido.
“Muy pocas personas compran para consumo personal,” dijo Adrián Chavarría, cuya familia se ha dedicado a la preparación de calaveritas desde los años 40 en Ciudad de México. “Normalmente las quieren para adornar sus altares ”.
Siguiendo una tradición arraigada en creencias prehispánicas ligadas a la agricultura, muchos mexicanos piensan que sus familiares regresan a casa para pasar la noche cada 2 de noviembre.
Para recibirlos como merecen, las familias montan altares en sus hogares, prenden velas que iluminen sus caminos y colocan sus platos y bebidas favoritos.
“Pongo una cerveza, una coca, un cigarro. Uno de cada cosa por si se ofrece”, dijo Margarita Sánchez, quien pasó una tarde reciente comprando calaveritas y otros artículos para su altar. “El que se acerque, que tome”.
Toda su familia participa en el montaje, pero sus hijas toman el control y cada año se las ingenian para renovar su ofrenda.
“Lo hacemos para recordar a mis seres queridos que se fueron un poquito más temprano de lo que yo esperaba,” contó Sánchez.
Una tradición con raíces prehispánicas
Las mayoría de las calaveritas se hacen con azúcar, chocolate o amaranto. Sin embargo, cada estado mexicano tiene sus variantes y puede añadir almendras, cacahuate, semillas de calabaza y miel.
De acuerdo con la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural de México, los orígenes de las calaveritas se remontan a antiguas tradiciones mesoamericanas.
Los aztecas usaban figuras de amaranto mezcladas con miel para honrar a sus dioses. El azúcar se introdujo recién en el siglo XVI con la llegada de los conquistadores españoles y este nuevo endulzante dio pie a una técnica que permitió moldear figuras parecidas a las actuales.
Las ofrendas que se realizaban en tiempos prehispánicos, sin embargo, no eran las mismas que se hacen durante Día de Muertos.
“Una ofrenda no consiste en una estructura montada en casa, sino en lo que se entrega a las entidades más allá de lo humano”, dijo el historiador Jesús López del Río, quien recientemente encabezó un tour sobre los sacrificios humanos en honor a los dioses en Mesoamérica. “Estas ofrendas consistían en comida, sangre, animales, cantos o rezos, olores y otras cosas”.
Calaveritas como reliquias familiares
Chavarría vende una gran variedad de dulces en su puesto del mercado de Ampudia, pero la mayoría provienen de proveedores externos. Sus calaveritas son los únicos que produce en casa.
“Me siento muy orgulloso y contento de seguir este legado”, dijo. “Nos ha tocado ver altares que tienen calaveritas de las nuestras y es un orgullo”.
El diseño de sus cráneos azucarados es una herencia de su mamá, pero su abuelo fue quien fundó el negocio —hoy llamado Domire— alrededor de 1941. “Aparte de que son parte de nuestro folclor, la calaverita es un dulce artesanal,” dijo Chavarría.
Todas se hacen a mano. El proceso es tan meticuloso que la producción inicia en abril, las ventas arrancan en septiembre y para fines de octubre sus calaveritas ya están agotadas.
No podría especificar cuántas confecciona anualmente, pero su negocio ofrece 12 tamaños diferentes y produce unas 40 cajas de cada uno. Los paquetes que contienen las más pequeñas albergan hasta 600 piezas y los que guardan las más grandes, unas 300.
Sus precios son accesibles —van de los 3 a los 400 pesos (de 0,17 hasta 20 dólares)— pero cada pieza tarda días en terminarse. De acuerdo con su hijo Emmanuel, quien trabaja en el negocio, el proceso es tan arduo como fascinante.
“Cuando te hierven las manos por usar los moldes de la calavera de azúcar sientes satisfacción,” dijo. “Porque aparte de que es tu creación, es un legado que te deja la familia”.
El proceso arranca añadiendo azúcar a una cazuela con agua caliente, a la que también se incorpora jugo de limón para evitar que la mezcla se pegue. Una vez que hierve, el líquido se vierte en moldes de barro donde permanece unos minutos antes de retirarse para enfriar. Unos cinco días después, cada calaverita está lista para ser pintada a mano.
Emmanuel entiende que la mayoría de los mexicanos encuentra en el 2 de noviembre una noche especial para recordar a sus seres queridos fallecidos, pero él los siente cerca cada día que trabaja confeccionando calaveritas y vendiéndolas en el negocio familiar.
“En cada calavera está la memoria de ellos”, dijo.
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