Ante el crecimiento de la migración haitiana, una familia de médicos de Ciudad de México los ayuda
El año pasado, la familia Hernández Pacheco comenzó a notar que varios haitianos llegaban a un apartamento frente a su clínica en las afueras de Ciudad de México.
Su oficina de dos pisos, de color verde menta, se encuentra en una pequeña calle de Ciudad Nezahualcóyotl, una zona de clase trabajadora. Los haitianos sobresalían entre los vendedores de tamales y los comerciantes ambulantes, sentados al sol para calentarse en el aire helado, consecuencia de la elevada altitud de la ciudad.
Un día, la doctora Sarahí Hernández Pacheco, que habla francés, se acercó a un chico haitiano de 15 años que a menudo parecía triste y aburrido. “Tengo dos sobrinos, ¿quieres jugar con ellos?”, le preguntó.
Casi un año después, los inmigrantes haitianos constituyen una buena parte de los pacientes que reciben atención en la clínica, cuyo personal lo integran Hernández Pacheco, su madre y dos de sus hermanos, quienes también son médicos.
La clínica Bassuary ofrece consultas gratuitas. La familia también comenzó a darles comida a los haitianos y a la larga ayudó a algunos a encontrar trabajo, incluso en la clínica misma.
Hernández Pacheco quiere que la clínica sea un refugio seguro para los inmigrantes haitianos, ya sea que planeen quedarse en México o continuar el viaje hacia el norte, hasta la frontera con Estados Unidos.
“Yo no me quiero imaginar lo que es estar en un país distinto, en el cual tienes tantas limitantes”, dijo. “Y aquí las puertas de la clínica están abiertas para apoyarlos en todo lo que podamos. Igual no nada más la clínica, sino como amistad”.
Una de estas pacientes, Bellantta Lubin, de 23 años, acudió en un principio con la doctora debido a un dolor de estómago.
Poco después, Lubin regresó en busca de trabajo. Le dijo a la doctora y a su hermana, la doctora Hosanna Berenice Hernández Pacheco, que pasaba apuros. No hablaba español, por lo que nadie la contrataba. Le ofrecieron trabajo de limpieza en la clínica tres veces por semana.
Con una mezcla de español, francés y criollo, Lubin y los médicos se han enfrascado en una danza de dialectos durante los últimos ocho meses.
“Yo me pegué con ella. Me enseñaron palabras en criollo que ellas hablan y ahora dice ella: ‘Tú y yo somos amigas’”, refirió Berenice. “O sea, ya se abrió más”.
Los disturbios políticos y los desastres naturales han provocado períodos de migración a través de México durante la última década. En un principio muchos haitianos emigraron a Sudamérica, incluido Brasil, y luego se trasladaron al norte cuando las economías sudamericanas entraron en crisis durante la pandemia de COVID-19.
La creciente violencia de las pandillas en Haití ha desplazado internamente a casi 580.000 haitianos desde marzo, según un informe reciente de la Organización Internacional para las Migraciones, perteneciente a la ONU.
Un reciente desalojo de campamentos de migrantes en Ciudad de México, al igual que la intensificación de las labores para interceptar a los migrantes en México antes de que puedan llegar a la frontera con Estados Unidos, han alarmado a los haitianos en la capital. Esos temores se vieron agravados por las nuevas restricciones a la solicitud de asilo en la frontera anunciadas por el gobierno del presidente estadounidense Joe Biden el mes pasado.
Más migrantes como Lubin se han quedado varados en México durante meses a la espera de que les concedan una cita para solicitar asilo a través de la app en línea CBP One, de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés).
Las hermanas Hernández Pacheco siguen los pasos de sus padres, quienes provenían de familias pobres y fueron los primeros doctores en ejercer la medicina en el barrio rural. Abrieron la primera clínica de la familia en 1963.
Sarahí Hernández Pacheco, que estudió medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México, abrió su propia clínica privada en 2014 para brindar atención médica gratuita a los residentes de bajos ingresos de su comunidad. Está al otro lado de la calle de la clínica de sus padres, que aún funciona actualmente. Un hermano, Marco Antonio, atiende a pacientes allí.
La clínica privada no está financiada ni subvencionada por ninguna institución. A veces reciben donaciones de organizaciones no gubernamentales, y se esmeran en mantener los costos bajos para los pacientes de la zona.
Su madre de 83 años, su hermana menor, Berenice, y su hermano también ejercen la medicina en la clínica Bassuary. Dos sobrinas trabajan como enfermeras.
Con el tiempo se han percatado que sus pacientes haitianos tienen una serie de problemas de salud en común.
“Tienen problemas de lumbares porque la mayoría duerme en el suelo. El problema del frío se les hacía difícil”, refirió Berenice. “Se revisó que tienen problemas en el estómago porque también su dieta es completamente diferente a la (dieta) mexicana”.
Uno de sus pacientes, Gabriel Toussaint, de 50 años, era uno de los haitianos que vivía en el pequeño apartamento al otro lado de la calle. Originario de la localidad haitiana de Dessalines, fue director de escuela y profesor de historia durante 28 años.
Tomó la difícil decisión de dejar a sus cuatro hijos con familiares para intentar reunirse con su esposa en Florida. Atravesó Nicaragua, Honduras y Guatemala para llegar a México.
Tras llegar a Ciudad de México, se abrió paso gracias a que en su país había estudiado español. Llegó a la clínica para recibir tratamiento por hipertensión arterial y dolor en los ojos.
“Sí me gusta México, pero aquí hay un poquito de problema”, reportó. “Para encontrar trabajo es muy difícil. Se paga poco, se paga mal”.
La visa humanitaria de México puede otorgar a los haitianos ciertos beneficios, como permiso para trabajar. El año pasado, los haitianos fueron los que más solicitaron estas visas entre todas las nacionalidades, con más de 37.000, según la OIM. No obstante, en los primeros cinco meses de este año, México recibió menos de 4.000 solicitudes de visas humanitarias por parte de haitianos.
“Pero desde diciembre de 2023, el Instituto Nacional de Migración —encargado de emitir esta documentación— ha restringido la emisión de documentación”, dijo Alejandra Carrillo, de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en México.
“Y ahora hay un número importante de personas haitianas trabajando en un mercado informal, con todos los riesgos que eso conlleva”, agregó.
En consecuencia, muchos haitianos como Toussaint pasan dificultades mientras esperan meses para recibir una visa humanitaria en México o una cita en Estados Unidos por medio de la app CBP One.
Toussaint realizó trabajos eventuales en una fábrica y como mecánico, pero nada constante. Finalmente, después de ocho meses, él y tres de sus compañeros de cuarto consiguieron citas en CBP One.
Para la doctora Sarahí Hernández Pacheco, la partida de ellos el 20 de junio fue motivo de celebración. Antes del viaje, invitó a los hombres a una comida de despedida. Preparó hamburguesas y patatas fritas, sus favoritas.
“¡Deben de comer más de una!”, exclamó mientras se agolpaban alrededor de una mesa en el patio de la clínica. “Es un viaje largo”.
“Esto es la famille”, dijo Toussaint en español y francés, y señaló a los médicos y a los otros tres hombres haitianos a su alrededor durante la comida. “Esto es la familia”.
Para otros, como Lubin, la espera continúa.
Llegó a México el año pasado para huir de la violencia en Puerto Príncipe. Tomó un vuelo a Nicaragua y luego cruzó por Honduras y Guatemala para llegar a México.
“Mi familia ha sido víctima de la inseguridad”, contó. “Los bandidos se apoderaron de nuestra casa y de los coches de mi madre. Realmente sufrí por eso”.
Al ser la mayor de su familia, dejó atrás a tres hermanos y a sus padres, así como su sueño de asistir a la escuela de medicina en Haití.
Ahora trabaja en la clínica junto con otra joven haitiana, Phenia. Viven en una pequeña habitación a cinco minutos a pie.
“Es seguro aquí y me siento cómoda”, agregó Lubin. “Aquí en la clínica he hecho amistades muy, muy profundas”.
Sarahí Hernández Pacheco dice que los haitianos se merecen más de la comunidad internacional.
“Yo hago poco, es un granito de arena”, dijo. “Yo preguntaría al gobierno qué pueden hacer, algo para ellos para agilizar sus trámites y (que) lleguen (a) donde sí puedan crecer y tener la certeza de estar sanos y salvos”.