Agua salada en las casas de Montevideo, un problema de solución incierta que aqueja a los más pobres
En medio de la sequía más severa en los últimos 44 años en Uruguay, atribuida principalmente a la variabilidad climática de la región, los habitantes de Montevideo se quejan por la mala calidad del agua que sale del grifo
El malestar por la calidad del agua es un tema recurrente de queja en Montevideo desde que hace dos meses comenzó a salir de los grifos de las casas con un sabor salado.
La sequía más severa en Uruguay en los últimos 44 años, atribuida principalmente a la gran variabilidad climática de la región y a la falta de inversión en embalses de agua dulce -la última fue en 1986-, ha ocasionado una grave crisis hídrica cuya solución “es la lluvia”, dijo recientemente el presidente Luis Lacalle Pou, quien decretó la emergencia hídrica la semana pasada.
El río Santa Lucía, uno de los cursos de agua más importantes de Uruguay, abasteció durante más de 150 años de agua dulce a Montevideo y su zona de influencia hasta los primeros días de mayo de este año. Entonces las autoridades decidieron tomar agua salada del Río de la Plata, lo que los obligó a elevar los niveles permitidos de cloruro y sodio en el agua corriente.
Los sectores más vulnerables de la ciudad viven la crisis del agua con más severidad porque no pueden comprar agua embotellada, pero la salobridad del líquido ha democratizado el malestar y los perjuicios. Hay que bañarse, lavar la ropa, enjuagar las frutas y verduras o limpiar con agua salada que daña los electrodomésticos.
Enzo Vidoni, responsable de una fábrica de calefones de la capital donde también se reparan esos aparatos para calentar agua, dijo que antes de la crisis recibía cinco o seis clientes por día. Desde hace un mes llegan 50 ó 60. “Creo que es un aprendizaje para todos”, sostuvo. “Con el agua no podemos jugar”.
También aumentaron las quejas de los montevideanos por malestares digestivos, aunque médicos y autoridades sanitarias aseguraron que no se puede establecer una relación directa entre el consumo de agua salobre y las dolencias manifestadas.
El agua “sale cada vez más salada que no la podés tomar, pero tenés sed y tenés que tomar”, se lamentó Natalia Moreira, una mujer de 33 años que aseguró padecer malestar estomacal y diarrea cuando consume bebe agua de la llave. “Ahora tomo un café y voy directo al baño, antes no me pasaba”, explicó a The Associated Press. A sus hijos, al tomar agua del grifo, les duele el estómago. Aún así, no han necesitado ir al médico.
“Siempre tomamos agua del grifo, ahora la tomamos porque no da para comprar, está muy cara”, se quejó. Moreira no puede asumir el costo del agua embotellada para los cuatro integrantes de su familia en Malvín Norte, un barrio en la periferia de Montevideo donde una cada tres personas tiene alguna necesidad básica insatisfecha en vivienda, educación o servicios.
A raíz de la crisis el precio del agua envasada aumentó: un bidón de seis litros era un 10% más barato en mayo que en junio, según el Ministerio de Economía. Scanntech, una empresa de terminales de pago electrónico en comercios, aseguró que el consumo de agua embotellada de dos litros subió un 467% comparando con junio de 2022.
El presidente Lacalle Pou anunció la semana pasada que la calidad podría seguir empeorando y el martes amplió a 500.000 las personas de bajos recursos de Montevideo y Canelones, los dos departamentos afectados por la sequía, que recibirán hasta dos litros de agua embotellada por día si pasa en el Parlamento el proyecto de ley enviado por el gobierno que dispone la entrega del líquido.
También se exoneró de impuestos al agua envasada, lo que implica una pérdida fiscal de 10 millones de dólares, y aseguró que se monitoreará el precio de las botellas de agua, aunque se negó a controlar los precios.
No todos los uruguayos pueden permitirse sustituir el agua del grifo por la de botella. Según cifras del Instituto Cuesta Duarte, hay 549.000 personas en el país con ingresos inferiores a 25.000 pesos (640 dólares) y 141.000 desocupados. Uno cada 10 uruguayos está por debajo de la línea de pobreza, según datos oficiales.
Carlos Ibarra y María Abreu dejaron de usar agua del grifo para tomar mate, la popular infusión sudamericana. Sentados en un estrecho camino en la puerta de su casa, en el barrio Malvín Norte de la capital, conversaron rodeados de niños que tienen prohibido tomar agua de la llave y de sus dos perros, que sorben agua del grifo pero hervida.
En su hogar viven ocho personas. Comprar agua para todos implica 600 pesos diarios, unos 15 dólares. “Son 18.000 pesos por mes (460 dólares), es un sueldo”, echó cuentas el hombre. Su esposa trabaja en una una tienda de comidas y cobra 20.000 pesos mensuales. Además padece dishidrosis escamosa por estrés, una afección cutánea en las manos por lo que debe lavarlas con agua hervida para que no se le hinchen ni le ardan.
Hace dos meses, relataron, “empezamos a sentir un gusto extraño en el mate. Después los niños se quejaron de dolores de panza, dos de ellos tuvieron diarrea, yo también”, dijo Ibarra, que acopia y vende botellas plásticas para reciclar.
“Es intomable el agua de la canilla, ni siquiera en el mate”, acotó. La amarga infusión de yerba mate tampoco aplaca el sabor “raro”, “extraño”, “como a tierra y sal”, que describen varios vecinos de Malvín Norte, emplazado en uno de los sectores con mayor desempleo y economía informal de Montevideo.
Álvaro Sosa, de 31 años, otro vecino de la zona, aseguró que el agua ya “venía rara” desde antes de que dieran la noticia. "Me ha hecho ir bastante al baño y no defecar tan sólido sino más líquido, eso me preocupa”, reconoció. El hombre vive con otras siete personas y, según contó, “más o menos nos pasa lo mismo a todos”.
Ante la escasez de agua dulce en la represa más voluminosa de Uruguay -la de Paso Severino, que guarda sólo un 3,5% de su embalse-, el Ministerio de Salud Pública autorizó en mayo duplicar los valores permitidos de cloruro y sodio en el agua y la semana pasada las autoridades anunciaron que los valores volverán a incrementarse.
También los niveles de sólidos totales disueltos, hierro y trihalometanos -un compuesto potencialmente cancerígeno, según el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer-, superaron los valores medios permitidos por la normativa de agua potable del país.
Aún así, el Ministerio de Salud emitió un comunicado hace dos semanas en el que aseguró que el agua que llega a los hogares “es apta para consumo humano” y una fuente de esa cartera indicó que si hay más casos de diarrea o dolencias digestivas probablemente sea un virus, pero no por el aumento de sodio en el agua.
La discusión sobre los efectos adversos de los nuevos parámetros del agua está abierta y el viernes pasado Arturo Briva, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, señaló en una carta que “existe poca evidencia sobre efectos agudos a partir de la ingesta de agua con niveles elevados”.
Pero insistió en “que la ausencia de evidencia en parte ocurre por lo excepcional de la situación y no debe ser confundida con que no existan riesgos potenciales o que no hemos podido identificar”.
Dahiana Amarillo es oncóloga del Hospital de Clínicas. Algunas de las terapias que dirige implican que sus pacientes beban hasta tres litros al día. “Pero varios pacientes me han dicho: ‘doctora, no puedo beber tres litros’”.
Silvia Crosa, enfermera comunitaria responsable del centro de salud barrial INVE 16, de Malvín Norte, explicó que “cuando el sabor disgusta puede ocurrir una alteración gástrica, una reacción de rechazo. Con la elevación del cloro, las personas pueden referir malestar gástrico o incluso diarrea. Se puede estar generando, pero no podemos dar como probada” la relación en estos casos.
Sin embargo, reconoció que “cuando el malestar no es muy agudo, las personas adultas lo aguantan” y no acuden al médico.