En ‘Todo vale’, el arquetipo de la mujer empoderada alcanza su punto más ridículo
El ideal de la mujer empoderada domina el nuevo drama legal de Ryan Murphy, All’s Fair, con Kim Kardashian al frente de un bufete compuesto solo por mujeres. Ellie Muir analiza cómo este modelo fue adoptado por una nueva generación de emprendedoras y por qué el lenguaje que lo acompaña nunca resultó tan humillante
¿El arquetipo de la “mujer empoderada” alguna vez fue más ridículo? En All’s Fair, el nuevo drama legal de Ryan Murphy que debutó con un inusual 0 % de aprobación de la crítica en Rotten Tomatoes, parece que hemos alcanzado un nuevo nivel de vergüenza ajena en torno a la figura de la mujer profesional.
Protagonizada por una inexpresiva Kim Kardashian, junto a Naomi Watts y Niecy Nash como las fundadoras de un bufete de divorcios integrado solo por mujeres que representa a esposas de multimillonarios, las heroínas de All’s Fair lanzan frases como “Nos estamos alejando del patriarcado”, “Hacer negocios me relaja” y “Hagamos que el trabajo en equipo funcione”. Caminan por pasillos como si fueran pasarelas y suben a jets privados como parte de su rutina diaria. Al parecer, el único rol del personaje de Kardashian —la implacable abogada Allura— consiste en amenazar a hombres ricos desde el otro lado de la sala de juntas. La serie supuestamente transcurre en el presente, pero estas “jefas” hablan como si aún fuera 2014, recitan eslóganes vacíos y mencionan marcas de lujo en cada diálogo (“¡Busquen las valijas Goyard y empiecen a empacar!”).
El lenguaje y la estética de la mujer ejecutiva que muestra esta serie de 2025 suenan caducos, porque el atractivo de la “mujer empoderada” lleva años en declive. Surgido a mediados de los años 2010, el concepto prometía una especie de utopía en la que las mujeres irrumpían en los espacios laborales, se sentaban en mesas dominadas por hombres y llegaban a CEO antes de los 25, todo con un blazer fucsia y un balayage impecable. Encarnaban ese modelo figuras como Emily Weiss (Glossier), Whitney Wolfe (Bumble) y Audrey Gelman (fundadora del espacio de coworking femenino The Wing). A la cabeza estaba Sophia Amoruso, fundadora de Nasty Gal, quien construyó su marca en sus veintes, apareció en Forbes como una de las “Mujeres hechas a sí mismas más ricas de EE. UU.” en 2016, y registró la palabra girlboss con un libro de memorias y una serie de Netflix en 2014.
Esa fue la era del feminismo pastel en Instagram, el que invitaba a las mujeres a construir imperios con trajes sastre. Se compartían y republicaban infografías con frases como “Desmantelar el patriarcado”, y la “mujer empoderada” debía “hacerse escuchar”, desafiar el sistema y pelear por sí misma en nombre del empoderamiento. Todo eso acompañado de hashtags como #MenstruaciónPoderosa, entre otros.
Pero el concepto de jefa empoderada no tardó en volverse objeto de burla. Para 2021, internet ya había popularizado la frase “Manipula, manda, excluye” como sátira del feminismo blanco tóxico que solía rodear al girlbossismo. Otra expresión común fue “Voló demasiado cerca del éxito”, una adaptación de “volar demasiado cerca del sol”, usada para señalar cuando un intento ambicioso de sobresalir terminaba en desastre. No se trataba de querer ver fracasar a estas mujeres, sino de aceptar que el modelo de la jefa empoderada solo servía para unas pocas.


Aun así, el arquetipo de la jefa empoderada sigue vigente, aunque con una tipografía distinta. Las versiones 2025 ya no hablan de romper el patriarcado con un mazo ni promueven el empoderamiento de forma descarada, pero siguen vendiendo una imagen idealizada de “tenerlo todo”: una vida de ocio, riqueza y glamour, acompañada de sus imperios de estilo de vida suave. La mujer empoderada moderna muestra su esfuerzo a través de la opulencia, no con jornadas eternas de trabajo. Su fortuna está a la vista, pero ya no se asocia de forma tan directa con el éxito profesional. Podríamos llamarlo riqueza sin esfuerzo.
Basta mirar a Hailey Bieber, modelo y esposa de Justin Bieber, quien fundó su exitosa marca de maquillaje Rhode en 2022 y la vendió este año por mil millones de dólares. En lugar de compartir frases motivacionales sobre la cultura del esfuerzo, publica fotos en pijamas de lujo o en la cama con su perro. “Que tu correo nunca me encuentre”, escribió en una publicación reciente de Instagram, expresando hastío ante la rutina laboral. ¿Trabajando duro o durando en el trabajo? La nueva generación de jefas prefiere dejar la duda.
Bieber jamás se arriesgaría al bochorno de llamarse a sí misma “She-E-O”, algo así como “Jefaza” en español. Porque, en el fondo, siempre supimos que el espectáculo de la girlboss tenía algo de vergonzoso, sobre todo porque infantiliza el éxito profesional de las mujeres (nadie llama a Steve Jobs “hombre empoderado”). Hoy, el término se presenta con más sutileza: fundadora. Así se titula, por ejemplo, el pódcast de Meghan Markle, Confessions of a Female Founder (Confesiones de una fundadora), lleno de charlas sobre incubadoras, KPIs y métricas.

El espejismo de la “mujer alfa” que dominó los años 2010 perdió fuerza, y no sorprende: no era tan fácil revertir décadas de desigualdad de género en el trabajo de un solo golpe. En 2015, Nasty Gal —la marca de Sophia Amoruso— enfrentó una demanda por discriminación y denuncias por ambiente laboral tóxico. Un año después, la empresa se declaró en bancarrota. En 2020, exempleadas del espacio de coworking femenino The Wing denunciaron maltratos, lo que llevó a Audrey Gelman a renunciar.
La jefa empoderada de mediados de los 2010 prometía a las mujeres poder, prestigio y la posibilidad de romper el patriarcado en tacos aguja. Hoy, esa retórica agresiva fue reemplazada por un estilo de vida más suave y aspiracional. En All’s Fair todavía resuenan ecos de ese viejo arquetipo: lujo excesivo, frases pensadas para imponer autoridad y Kim Kardashian en un traje sastre con escote, pero la solemnidad que antes definía a la girlboss ahora parece una parodia. Sigue presente en la nueva generación, oculta bajo capas de ropa deportiva de diseñador. Por suerte, al menos ya no dice cosas como: “Hacer negocios me relaja”.
Traducción de Leticia Zampedri






