Hoy, yo también soy Yuliia
Tal vez llegas a este texto y tengas como yo la opción de cerrar la pantalla y no pensar que todo este lío de bombas y tanques pasa demasiado lejos tuyo, escribe Sofia Zermoglio
Marzo es el Mes de la Mujer. Pienso en la simpleza de la palabra y en la complejidad que encierra.
Digo “mujer” y mi cabeza se llena de rostros que han cambiado mi vida, que me han educado, que me guían. Es el Día de la Mujer y confieso que siempre ha sido una fecha que me conmueve, justamente porque pienso en mi abuela y en mi mamá y todo lo maravilloso que he heredado de ellas. Pero en los últimos días he estado un poco más movilizada de lo común y hoy siento que cae sobre mis hombros el peso de ser mujer de una forma particular.
No porque crea que ser mujer es pesado, sino porque vivo mi género como una maravillosa responsabilidad.
Hace una semana, un amigo, me pasó el contacto de una chica ucraniana que está en Kyiv sin poder irse. Aguarda en silencio que una guerra, que ni ella ni su familia querían, termine de una vez. Ella espera, junto a su madre y su pareja, que líderes mundiales logren parar a Putin.
Tal vez leas esto pensando que Ucrania queda muy lejos de donde estás tú ahora. Tal vez llegas a este texto y tengas como yo la opción de cerrar la pantalla y no pensar que todo este lío de bombas y tanques pasa demasiado lejos tuyo.
Estoy escribiendo desde una soleada ciudad de California, rodeada de montañas, sobre la costa del Océano Pacífico, y además del clima perfecto, tengo las luces y el glamour de Hollywood a la vuelta de la esquina ¿qué me puede importar esta guerra?.
Pues la verdad que me importa, y mucho.
Va mucho más allá de la empatía, porque por mas que intente ponerme en los zapatos de las mujeres que están viviendo esta locura, la realidad es que es imposible que lo imagine de verdad.
Leo y releo los mensajes con estas chicas en Ucrania, me asombra su capacidad de actuar en medio del caos, de pensar en las ancianas que han quedado entre abandonadas y atrapadas en sus hogares; en las colas que hace a diario para comprarles alimentos y medicamentos. Pienso en que se quedó ahí porque su madre no puede caminar y ahí sí me siento reflejada, porque hubiera hecho lo mismo por mi madre. Tal vez, si yo estuviera en su lugar estaría haciendo lo mismo que ellas, ¿estaría yo también ayudando?. Desde la comodidad de mi casa pienso que sí, y ¡boom!, mi cabeza se llena de imágenes de madres con sus niños pequeños huyendo de su vida normal y tranquila y no puedo evitar sentirme acorralada por los sentimientos. Reitero, sentimientos que me son ajenos.
Cuando era pequeña solía leer con abuela, cierto día ella me enseñó un texto de un pastor llamado Martin Niemöller que decía así:
“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
ya que no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
ya que no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
ya que no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
ya que no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar”.
Por eso hoy, yo también soy ellas. Y lo quiero ser porque necesito que recordemos juntas que ser mujeres no es pararnos en la vereda de enfrente del mundo. Ser mujeres significa que somos las directoras de la orquesta en la oportunidad para unirnos y abrazar las diferencias como algo que nos empodera, no que nos disminuye.
Nuestro super poder es la resiliencia. Y hoy, Yuliia, es un nombre general que propongo en este texto para unir a todas las mujeres que en este rincón de la tierra están siendo la diferencia y construyendo un mundo diferente. En la delicadeza y la fortaleza que nos caracteriza, en la oportunidad de levantar la voz y gritar por los años de opresión, por la injusticia en las diferencias de género. Por las miles de mujeres asesinadas, violadas, por las vidas ultrajadas.
Hoy soy Yuliia esperando en su ciudad de Kyiv bombardeada. Ella está representada en cada mujer que logró escapar de la guerra, pero también es cada una de las que se quedaron a ayudar, a pelear, a cuidar, la que junta dinero en las redes sociales para conseguir fondos para los soldados.
Yuliia es cada mujer en Rusia que tiene miedo de decir que no está a favor de esto y que los ucranianos también son su familia; pero también son Yuliia las indígenas que no reciben un trato digno, o las mujeres que están siendo abusadas; aquellas que viven en esclavitud; lo son cada una de las mujeres que han encontrado la forma de sanar a otros, y las que aún no han podido sanarse ellas mismas. Las que cruzan fronteras luego de caminar cientos de kilómetros para darle un futuro a sus hijos, las que se sacrifican y las que sus ruegos no son escuchados.
Hay miles de Yuliias en este planeta. Por eso, te escribo desde mi casa tranquila en California, para decirte que hoy Ucrania queda lejos de tu casa, de tu comodidad, pero si no levantamos la voz, si escondemos nuestra cabeza como el avestruz para no enterarnos de lo que otras mujeres están pasando, el día que vengan por ti, no habrá nadie que te escuche porque el egoísmo se habrá apoderado de todos.
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