Putin vs. Zelensky: el duelo entre personalidades que caracteriza la guerra en Ucrania
¿Pudieron dos líderes diferentes a ellos haber estado más abiertos a una resolución temprana, o incluso haber evitado el conflicto armado por completo?, pregunta Mary Dejevsky
Uno de los argumentos eternos en la historia, al igual que en la política, gira en torno al papel que cada persona juega. ¿Hasta qué punto el comportamiento o el carácter individual determinan el curso de los acontecimientos, o la clave radica en las circunstancias, incluidas las económicas? En mi opinión, al menos desde el 19 de agosto de 1991, un individuo sí puede cambiar el curso de la historia. Como una de las que presenciaron al entonces líder ruso, Boris Yeltsin, subirse a un tanque fuera del parlamento ruso para desafiar el golpe extremista contra Mijaíl Gorbachov, no tengo ninguna duda.
Es posible que los factores objetivos hayan obrado en contra del éxito del golpe, incluida la mala organización de los conspiradores, pero la decisión de Yeltsin de desafiar a los conspiradores transformó las probabilidades, además de que sentó las bases para el colapso de la Unión Soviética. Más de treinta años después, el papel que juega la persona y la personalidad puede ser uno de los aspectos más descuidados de la guerra entre Rusia y Ucrania. ¿Podría ser, por ejemplo, que dos líderes diferentes a Volodymyr Zelensky y Vladimir Putin pudieron haber estado más abiertos a una resolución temprana o incluso haber evitado el conflicto armado por completo? ¿Podría algo en la dinámica entre ellos haber empeorado el conflicto?
Es cierto que se ha prestado mucha atención a la mentalidad de ambos líderes. Zelensky, el presidente elegido por democracia y convertido en líder de la guerra, cuyo desafío a la invasión rusa lo transformó en una celebridad en todo el mundo, ofrece más evidencia sobre el papel decisivo que la persona juega en la historia. Su renombrada respuesta a la oferta de refugio de los Estados Unidos (que necesitaba “municiones, no un viaje”) estableció que Ucrania lucharía como nación; no habría capitulación ni oportunidad para una acción guerrillera desordenada que podría poner en riesgo una guerra civil.
La cuestión de si la ocurrencia de Zelensky fue sincera o no (y el balance de opinión sugiere que lo fue) poco importa en estos momentos. Zelensky se enfrentó a lo que debe verse como el desafío de su vida y ha liderado a su país desde el frente.
Si bien Occidente percibe a Zelensky como un héroe, a Vladimir Putin lo demoniza. Se le ve como un ejemplo de lo peor de la gran Rusia: como un autócrata, por no decir un dictador, como un agresor y un bravucón, empeñado en restaurar un imperio, como un líder despreocupado de su pueblo, contento de enviar tropas a una muerte segura (esta semana escuchamos al secretario de Defensa del Reino Unido, Ben Wallace, hablar por enésima vez del “molino de carne” ruso en Ucrania). Con semejante comparación, es difícil ver que ambos pudieran ser otra cosa diferente a enemigos acérrimos. Sin embargo, las similitudes y diferencias entre ambos podrían dar lugar a conclusiones más complicadas.
A menudo se olvida que Zelensky se postuló a las elecciones presidenciales de Ucrania con una candidatura pacifista y obtuvo una abrumadora mayoría en gran parte por su promesa de poner fin a la guerra en el este. Había razones para que se sintiera capacitado para ello. Creció en el seno de una familia ucraniana de habla rusa y de hecho pasó parte de la década de 1990 como artista de éxito en Rusia. Tenía una edad similar a la de los ucranianos que mueren en los combates de Donbás. También parecía creer, no sin razón, que podía hablar con Putin como un líder ruso racional y realista. Hasta cierto punto, su confianza se vio confirmada.
En pocos meses había conseguido la liberación de los marineros ucranianos capturados el año anterior en un incidente naval. Con frecuencia hablaba con Putin y parecía que podían —como Margaret Thatcher dijo de Gorbachov— hacer tratos juntos. Putin consideraba a Zelensky una figura atractiva e interesante (como muchos otros). Pero esta relación terminó. Al parecer, no por diferencias con Putin, sino por el temor de la derecha ucraniana y de los aliados de Ucrania en Estados Unidos y en la Unión Europea a que Zelensky hiciera concesiones inoportunas a Moscú en aras de la paz.
No había pruebas de ello; de hecho, Zelensky mostró una perseverancia y una paciencia en sus tratos con Putin muy superiores a las que cabría esperar de un político novato. Sin embargo, a medida que Zelensky fue ganando aceptación entre quienes habían apostado por la reelección de su predecesor, los canales de comunicación con Moscú parecieron cerrarse. Y así pasó la oportunidad de evitar una guerra que aún no estaba prevista. Sí, hay grandes diferencias de personalidad entre los dos hombres. Zelensky es extrovertido y encantador por naturaleza, y alguien, como pudo verse durante su campaña electoral y a lo largo de la guerra, que inspira una gran lealtad personal.
Como ha demostrado, es un comunicador dotado, experto en identificar las emociones en una sala llena de personas. Pero también es, y no hay que olvidarlo, un actor muy profesional. Putin recurre a la formalidad; a menudo parece poco comunicativo, frío y reservado. Pero no es un apostador ni un irracional. Actúa con un agudo sentido de los intereses nacionales y de seguridad de Rusia, al igual que Zelensky con Ucrania.
Tales diferencias no hacen imposible llegar a un acuerdo. Más difíciles de superar son las diferencias generacionales. Putin, que ahora tiene 70 años, creció siendo consciente de las enormes pérdidas que la Unión Soviética sufrió en la Segunda Guerra Mundial. Estaba a la mitad de su carrera en la KGB cuando la Unión Soviética colapsó. Como presidente, restableció cierto orden en las instituciones y la economía y empezó a reconstruir Rusia como agente internacional. Pero su experiencia ha sido más de pérdidas y alteración que de estabilidad. Zelensky, de 45 años, es un cuarto de siglo más joven que Putin.
Ha pasado toda su vida adulta en la Ucrania independiente, con el optimismo y las conexiones internacionales que dieron lugar a dos levantamientos proeuropeos (la revolución naranja de 2004-2005 y el Euromaidán de 2014). Es probable que la experiencia de cambio de Zelensky haya sido mucho más positiva que la de Putin, lo que le permitió adoptar una actitud menos defensiva ante el mundo… hasta que se produjo la invasión rusa.
El hecho de que Zelensky sea propenso a mirar hacia delante, mientras que Putin —tal y como se deduce de sus largas digresiones sobre la historia— tiende a mirar hacia atrás, sugiere grandes diferencias de perspectiva que serán difíciles de salvar cuando termine la guerra. Analizar las similitudes y diferencias de carácter entre ambos líderes no significa excluir otros factores.
Podría decirse que se veía venir un enfrentamiento de algún tipo entre Rusia y Ucrania desde el colapso de la Unión Soviética. Crimea, cedida a Ucrania en 1954 por Jruschov, fue un punto de discordia particular y creciente. Rusia observó con recelo cómo Ucrania buscaba cada vez más a Occidente a principios de la década de los 2000, pero intervino (con su invasión total) hasta que Ucrania pareció a punto de unirse a la OTAN.
Rusia también habrá observado que el desarrollo nacional postsoviético de Ucrania se basó, al menos en parte, en el rechazo a Rusia. En la medida en que el rechazo a Rusia implicaba también la adhesión a Occidente, Moscú lo percibía —y podría decirse que casi cualquier dirigente ruso, no solo el quisquilloso Putin, lo habría percibido— como una amenaza a la seguridad de Rusia.
Pero el hecho de que los dos hombres que llevaron a sus países a la guerra sean a la vez tan parecidos y tan diferentes, de que exista también una dimensión personal en este conflicto, podría decirse que hace que un acuerdo sea más difícil de lo que ya es. En ese sentido, puede que no se equivoquen quienes afirman que no puede haber una resolución duradera hasta que Putin haya abandonado el poder. Pero lo mismo podría aplicarse también a Ucrania, dado que Zelensky debe ahora gran parte de su popularidad a la guerra.
En 2019, Zelensky esperaba utilizar su improbable victoria electoral para firmar la paz con Rusia, y la fuerza de su carácter la validaba como una propuesta realista. Cuatro años después, la perspectiva de que los dos presidentes acuerden reunirse en torno a la misma mesa es difícil de imaginar, porque la guerra ha endurecido sus diferencias de carácter, además de alejar a ambos países de manera irremediable.
Traducción de Michelle Padilla