Messi levantando la Copa del Mundo fue el peor momento de la historia del fútbol

Fue un momento de pura maldad que se gestó durante una década o más. Se requirió una planificación deliberada y dedicada para convertir algo tan bello en algo tan feo

Tom Peck
Martes, 20 de diciembre de 2022 14:09 EST
Messi magic helps Argentina win World Cup 2022 against reigning champions France
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¿Quién hubiera pensado que Lionel Messi levantando la Copa del Mundo sería el peor momento de la historia del fútbol? Bueno, no el peor. Después de todo, han muerto personas, pero esos incidentes tienden a ser el resultado de un accidente o un descuido.

Este, por otro lado, fue un momento de pura maldad que se gestó durante una década o más. Se requirió una planificación deliberada y dedicada para convertir algo tan bello en algo tan feo. Estaba tan cerca del final imposible que casi todos habían deseado.

El gran hombre estaba a dos pasos del trofeo cuando el emir de Qatar hizo su última floritura y extrajo, aparentemente de la nada, una túnica árabe llamada bisht, lo que obligó a Messi a hacer que un momento que debió haber sido en torno solo a Messi fuera, en cambio, en torno al emir.

Antes de la extraordinaria final del domingo, se había especulado si esta curiosa Copa del Mundo, en un país diminuto en una época poco probable del año, en años futuros saltaría del cuadro de honor. Si algo parecería inusual al respecto. El emir ciertamente se aseguró de que así fuera.

No hace falta decir que el papel de la nación anfitriona no es el de imponerse ante sus campeones. Lo que sucedió en el campo del Estadio Lusail nunca había sucedido antes y es posible que nunca vuelva a suceder.

Pero también sería un error decir que el emir se robó un momento precioso que debió haber sido de Messi y de Argentina. Porque Messi, para ser sinceros, estaba más que involucrado.

Si Inglaterra, Alemania, los Países Bajos o Marruecos hubieran obtenido la victoria el domingo por la noche, ¿habría aparecido alguna vez la prenda negra y dorada? Uno sospecha que el Emir no se habría arriesgado.

Es difícil imaginar la presión a la que se ve sometido un futbolista, cuando los ojos del mundo están puestos sobre él, en su momento de mayor triunfo, y el rey local se saca de la manga algo así. Pero tampoco se puede ignorar que entre el remolino de pensamientos contradictorios en la cabeza de Messi seguramente habrá estado el entendimiento de que el hombre que espera que ensucie el mejor momento de su vida también paga indirectamente su salario.

Y también tenía planes alternativos. Antes de que empezara el torneo, los favoritos eran Brasil, cuyo capitán, Neymar, también cobra indirectamente de Qatar, a través del París Saint-Germain. Mbappé firmó un contrato de €630 millones con ellos, y aunque no hubiera sido él quien sostuviera el trofeo, lo cierto es que Francia ha hecho más que nadie para contribuir al maligno ascenso de Qatar a la cima del deporte mundial. (No es ninguna sorpresa que Hugo Lloris dejara claro que no se uniría a los capitanes de Inglaterra, Alemania, Holanda y otros en sus planes de llevar un brazalete contra la homofobia).

Emmanuel Macron deambuló por la cancha después, haciendo todo lo posible para conseguir su propia fotografía de un millón de dólares, y colocó sus manos sobre Mbappé y Deschamps, quienes tenían el aspecto de hombres que estaban cortésmente desesperados porque se fuera. De no ser por las acciones de su predecesor, Nicolas Sarkozy, al allanar el camino para que Qatar comprara el Paris Saint-Germain, y más tarde una gran cantidad de aviones de combate franceses, es casi seguro que Macron habría estado tratando de recoger a sus soldados caídos en un campo en Sydney en su lugar.

Pero al menos, en el momento en que sacaron el bisht, el fútbol se mostró completamente desnudo. Todo el ser al descubierto. Exhibió la realidad. El trato hecho hace mucho, mucho tiempo. Fue el momento en que su fea transformación se reveló completa.

El propio Messi considerará que el momento pertenece al pueblo de Argentina. Que las imágenes que cuentan son las que ya se volvieron extremadamente virales, de un caos absoluto que estalla a lo largo de la Avenida Cinco de Mayo que atraviesa el centro de Buenos Aires.

Él es simplemente el mejor jugador del mejor juego. No es culpa suya que sea un juego que haya cambiado de una manera tan radical en los años que lleva jugando. Él no ha cambiado. No es su culpa que los estados nacionales quieran comprarlo y venderlo para sus propios fines nefastos, para usarlo como una herramienta de propaganda.

Una estaca, literalmente, en la que colgarse. No es culpa suya que haya una carrera para llenarse los bolsillos de petrodólares (y tampoco es culpa suya que el FC Barcelona pueda demostrar que se destruyó a sí mismo al intentar mantenerlos alejados y finalmente fracasar, pero eso es otra historia).

Y también es muy poco lo que se puede hacer. Gianni Infantino, el aparente salvador del fútbol en un momento dado, miró radiante de alegría ante esta horrible anécdota. Estaba destinado a haber salvado a la FIFA de Blatter. Es mil veces más cobarde y más repulsivo de lo que fue ese hombre. Es imposible saber qué pensamientos zumban dentro de su pequeña cabeza de bala de cañón. Es difícil creer que en realidad puede ser tan absurdo como actúa.

Uno tiene que esperar que al menos dentro de su cabeza, en algún momento, se hayan expresado algunas dudas sobre, digamos, aceptar una medalla de amistad de Vladimir Putin. No cabe duda que no se han expresado en ningún otro lugar. Su discurso al comienzo del torneo será recordado como uno de los peores pronunciados por cualquier persona vagamente importante del mundo.

(Incluso se ha admitido a sí mismo que su problema actual es cómo preservar el espíritu de la Copa Mundial, es decir, los grupos de cuatro equipos con dos eliminaciones, ahora que la amplió a 48 equipos por razones totalmente comerciales. Sabe que el puesto sobrepasa sus capacidades, y sabe también que es enteramente culpa suya). No hay apetito significativo de cambio, en ningún aspecto. Ni los jugadores, ni los entrenadores, ni las federaciones tienen estómago para enfrentarse a la FIFA. Solo se darán cuenta de lo que se les está quitando, con consentimiento o no, cuando sea demasiado tarde. Y en el momento en que el emperador del fútbol se vistió voluntariamente con su nuevo traje, se hizo evidente que ya era demasiado tarde.

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