Porqué J.Lo recitando parte del juramento a la bandera en español durante la toma de posesión de Biden significó tanto
El escuchar a Jennifer López sazonar su intervención con una dosis de latinidad fue el reseteo cultural que todos necesitábamos
La investidura de Joseph Robinette Biden como el presidente número 46 de EE. UU. se produjo mientras la nación adolorida exigía a gritos un mensaje de unión. Si bien la toma de posesión del miércoles cumplió con mucho de lo esperado de un acontecimiento de ese nivel, la ceremonia estuvo repleta de novedades. Por ejemplo, las banderas estacadas en el césped del National Mall que reemplazaron a las hordas que normalmente descenderían sobre Washington DC durante el gran día, y dada la pandemia, los pocos invitados portaban cubrebocas y se encontraban a una sana distancia los unos de los otros. Siguiendo con el tema de la innovación, el evento también contó con la confirmación de Kamala Harris como la primera mujer en la historia del país—así como la primera persona afroamericana y la primera de ascendencia surasiática—en ocupar el cargo de la vicepresidencia.
Rompiendo con la tradición, el ex presidente de 96 años, Jimmy Carter, decidió no asistir a la inauguración presidencial por primera vez en cuatro décadas debido a preocupaciones médicas; y el predecesor de Biden, Donald Trump, eligió no hacer acto de presencia como un último berrinche, poniéndole punto final a su tan desatinado cuatrienio.
Para aquellos de nosotros con tildes en nuestros nombres y una mayor concentración de melanina en nuestra piel, el día también destacó en cuestión de visibilidad. Harris tomó el juramento frente a la jueza de la Corte Suprema Sonia Sotomayor—la primera latina en dicha institución—quien utilizó una Biblia que algún día fue propiedad del difunto campeón de los derechos civiles norteamericano Thurgood Marshall, el primer juez afroamericano en la Corte Suprema.
Pero la representación no se detuvo ahí. Bienvenida al escenario Jennifer López, ataviada de blanco de pies a cabeza, interpretando una remezcla de los himnos patrióticos "This Land Is Your Land" y "America the Beautiful". Dos minutos y 15 segundos después, se presentó el rayón de disco escuchado dentro de una multitud de hogares caucásicos: “¡Una nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos!”(Parte del juramento a la bandera norteamericana recitado en español).
A pesar de todos los privilegios que ahora reconozco que gocé, como cantidad infinita de latinos en los Estados Unidos, ya sea por la pronunciación de mi nombre, herencia cultural, las canciones que a veces tarareo, el idioma que hablo cuando cuando estoy con mi mamá y mis hermanos (tanto en público como en privado), y decenas de otros aspectos de mi experiencia vivida, crecí sintiéndome como un extraño. Ni de aquí, ni de allá como dice el dicho.
De niño, la representación latina en los medios masivos de comunicación estadounidenses era prácticamente nula, y cuando se presentaba generalmente conllevaba una denotación negativa. Pero el escuchar a López sazonar su intervención con una dosis de latinidad durante la transmisión más importante del año, compensó por aquellas deficiencias al grado de casi perdonarla por samplear su propio éxito noventero "Let's Get Loud" durante su presentación… casi.
Jennifer López es boricua y yo no. Ella es una estrella de Hollywood multimillonaria, y yo no. Ella es madre de gemelos y yo no. Aún así, tenemos un multiculturalismo en común, y sus triunfos, como los de varios en su posición, se sienten a veces como avances propios y de la comunidad entera.
Presenciar su actuación frente al Capitolio, el mismo lugar que hace un par de semanas se convirtió en la zona cero de un vergonzoso intento de golpe de estado, me llenó de orgullo. Y al verla, no pude evitar pensar en Selena Quintanilla, la desaparecida diva tejana a la cual López dio vida durante su primera oportunidad estelar en la gran pantalla. No estoy menospreciando los logros de López, ya que en los casi 24 años desde que se estrenó el filme autobiográfico, ha forjado su propio legado como un ícono del entretenimiento. Aún así, me encontré fantaseando sobre una realidad alterna en la cual Selena aún estaba viva, y participando también en la ceremonia de Biden.
Las historias de las dos cantantes están entrelazadas. Cuando Netflix anunció el lanzamiento de una nueva serie basada en la vida de la "Reina del Tex-Mex", López reflexionó en Instagram sobre cómo la experiencia de interpretar a Selena hace tantos años representó un "momento histórico" en su carrera. Y si bien la serie recibió fuertes críticas por su lente excesivamente meloso (y qué decir de esas pelucas), por supuesto contó con mi apoyo y la terminé en tiempo récord. Como mencionaba antes, la visibilidad importa, y mientras el público anglosajón puede contar con producciones del nivel de "The Crown" y "The Queen's Gambit" durante el mismo año, quizás el Bidi-bidi-churro sea todo los que nosotros recibamos durante mucho tiempo.
Tal vez fue la realización de que la nefasta era de Trump ya era cosa del pasado, o la memoria reciente del mariachi juvenil Nuevo Santander interpretando su propia versión spanglish de "This Land Is Your Land" ("Esta tierra es tu tierra”) durante el no tan promocionado “Latino Inaugural” la noche anterior, pero la muestra bilingüe de López sobre ese escenario tan importante me tocó el alma.
Junto con la población general de EE. UU., los latinos (que consisten en más de 60 millones de personas) tienen muchos golpes recientes de los cuales sanar; un mar de lágrimas de luto que secar; y el reto de determinar a quién brindarle nuestra confianza mientras continuamos hacia adelante. Somos un pueblo resistente, seguro que sí. También somos una fuerza innegable (dentro y fuera del ámbito político). Contamos con una memoria inmensa y no somos peleles de nadie.
A pesar del circo, maroma y teatro de la ceremonia de toma de posesión, y sus momentos memorables, nuestra mandíbula colectiva se aprieta en unísono cuando pensamos en la brecha salarial entre hispanos y blancos en este país. Nuestros corazones se desgarran ante las noticias acerca de los centenares de niños separados en la frontera sur y las violaciones de derechos humanos a las cuales nuestros paisanos son sometidos en centros de detenciones. Y nuestra presión arterial aumenta (de manera literal y figurativa) al enfrentar la realidad de la disparidad del cuidado médico que muchos de nosotros recibimos.
Gracias a la torpe e ineficaz respuesta de Trump ante la crisis de Covid-19, y el efecto de la misma en la economía, el desempleo y el ánimo nacional (y qué decir de las relaciones exteriores y los derechos de los inmigrantes, personas transgénero y otros grupos), está claro que la administración Biden enfrentará una batalla cuesta arriba para lograr restaurar el lustre del afamado Sueño Americano.
Sé que mi sonrisa permanente inspirada por López pronto se desvanecerá, y mi cinismo periodístico florecerá de nuevo ante las promesas rotas y los errores de juicio que seguramente vendrán.
Aún así sigo sonriendo, ya que durante una hora el miércoles sentí algo que no había sentido en mucho tiempo: esperanza. Y acompañado por millones de otros que vieron la transmisión, las palabras de la poetisa Amanda Gorman resonaron dentro mí: “Convertiremos a este mundo herido en uno maravilloso”.