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Conflicto Israel-Irán: ¿es el inicio de la Tercera Guerra Mundial?

Todavía no, escribe Sean O'Grady. Los daños que sufrió la embajada de EE. UU. en Tel Aviv podrían significar el punto crítico de peligro en la guerra Israel-Irán, pero también el momento en que comenzó a disiparse una posible escalada del conflicto

Lunes, 16 de junio de 2025 07:53 EDT
Un ataque nocturno destruye viviendas en el norte de Israel y deja al menos 10 muertos
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Resulta preocupante el hecho de que los líderes de la mayoría de las principales potencias industriales y democracias del mundo (el G7), reunidos en Canadá, poco pueden hacer, o podrían desear hacer, para poner fin a la guerra entre Irán e Israel.

Esto se debe en parte a que el conflicto, con sus postales dramáticas y crudas cifras de víctimas civiles, se ha limitado hasta el momento a bombardeos aéreos mutuos. Son una versión más larga e intensa de los ataques lanzados por las dos naciones en abril y octubre, y podrían disiparse cuando Israel lo considere prudente, si bien las Fuerzas de Defensa de dicho país (IDF) afirman que hoy por hoy poseen control total del territorio aéreo de Teherán.

Israel declara que los ataques nocturnos en Haifa y Tel Aviv dejaron un saldo de ocho muertos, mientras que Teherán asegura que la cifra de víctimas está en el orden de los cientos. Aun así, todavía no es una guerra sin cuartel. No hay posibilidades de que los israelíes desplieguen su armamento nuclear, así como de que los estadounidenses ataquen directamente el territorio iraní o a sus fuerzas.

Si Donald Trump quiere vengarse por los daños, en apariencia menores, que sufrió la embajada estadounidense en Tel Aviv tras los ataques nocturnos en una zona residencial, puede dejar que se ocupe de ello Benjamin Netanyahu (Bibi).

Entonces, este podría terminar siendo el momento de máximo peligro, no tanto una nueva escalada. Aún no se siente como el comienzo de la Tercera Guerra Mundial.

Si consideramos a las atrocidades cometidas por Hamás el 7 de octubre como un momento desequilibrante y disparador equivalente al asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo en julio de 1914 —la chispa que encendió una conflagración mundial—, entonces nos sentiríamos tentados de ver a los acontecimientos recientes como un conjunto de resurgimientos nacionales de larga data en una región inestable, que están a punto de atraer a las grandes potencias de nuestra época.

Al igual que los terroristas serbios de ese entonces, Hamás sin duda apreciaría las intervenciones de otras potencias a las que tradicionalmente consideraba aliadas —Irán y Rusia— y tenerlas de su lado, enfrentándose a Israel y Estados Unidos. Hamás no podría ganar una guerra contra Israel por sí solo, pero con Irán y Rusia, quizás tendría una oportunidad para promover sus objetivos y debilitar a Israel.

Por ese motivo, la reacción desmesurada de Bibi a los atentados del 7 de octubre de 2023 pareció muy mal planteada, porque jugaba a favor de Hamás. Y, a pesar de todo, no han acabado con la organización terrorista. Los israelíes no han alcanzado sus objetivos bélicos; simplemente los han ampliado para abarcar la humillación de Irán, el fin de sus ambiciones nucleares e incluso la posible caída de la República Islámica.

Estados Unidos y Rusia todavía podrían quedar involucrados, algo que podría haber ocurrido durante la presidencia de Biden. Pero con Donald Trump al mando, y con los iraníes dejando en evidencia sus flaquezas, no se presenta una dinámica para semejante escalada.

Trump se muestra tan reacio a hacer cualquier cosa que se interponga en su objetivo estratégico de una alianza con Rusia que solo intervendría si Israel estuviera en peligro inmediato y mortal. Del mismo modo, Putin solo intervendría si Irán —una fuente de apoyo diplomático y militar para la campaña contra Ucrania— corriera peligro.

Ni Israel ni Irán están a punto de caer, e Israel está haciendo más de lo que nadie ha hecho para interrumpir el camino de Irán hacia convertirse en una potencia nuclear. Es una realidad incómoda, y habría sido mucho mejor para todos si el acuerdo nuclear iraní hubiera alcanzado los mismos fines, pero cuando Trump se retiró del Plan de Acción Integral Conjunto en su primer mandato, Irán simplemente agilizó sus esfuerzos.

El hecho de que Israel impida a los ayatolás adquirir armas de destrucción masiva le viene bastante bien a Trump. Y en este contexto, no es una gran sorpresa que le haya sugerido a Vladimir Putin que medie un acuerdo de paz o, al menos, un cese al fuego. De momento, con una lógica similar, tampoco hay razones obvias para que Arabia Saudita o Turquía pretendan intervenir en el conflicto entre Israel e Irán.

Esta semana, el G7 emitirá otro comunicado fútil para llamar a una desescalada del conflicto, que tendrá poco impacto en Israel o Irán, y los bombardeos continuarán. Lo mismo ocurrirá con la infructuosa destrucción de Gaza, y los hutíes podrían retomar su terrorismo de pequeña escala en torno al estrecho de Ormuz, mitigado por los periódicos bombardeos estadounidenses a modo de castigo.

Sin embargo, no es una situación estable; y las cosas aún podrían escalar, pero para ello debiera ocurrir algo dramático, como que Rusia y Corea del Norte regalaran a Irán un arma nuclear y un sistema de lanzamiento de misiles para llegar, al menos, tan lejos como Israel. O que Estados Unidos bombardee Teherán o lugares sagrados.

En un momento como ese, podríamos contemplar una vez más cómo las grandes potencias y sus satélites se alinearían en una guerra total. Pero todavía no.

Traducción de Martina Telo

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