El silencio de las máquinas de coser: cómo los aranceles de Trump afectan a Lesoto

El rugido ensordecedor de cientos de máquinas de coser ha quedado en silencio. Carretes de hilo de todos los colores están cubiertos de polvo. El almacén está oscuro y vacío.
En la pequeña nación africana de Lesoto, el negocio de la empresa fabricante de ropa Tzicc se ha paralizado debido a los aranceles impuestos por el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump. Hace unos meses, el trabajo era estable. Los 1.300 empleados de la fábrica confeccionaban y exportaban ropa deportiva a tiendas estadounidenses que incluyen a JCPenney, Walmart y Costco.
Pero cuando Trump anunció nuevos aranceles altos a casi todos los socios comerciales de Estados Unidos en abril, Lesoto se encontró a la cabeza de la lista, con una tasa del 50%, superior incluso a la de China, cuya economía es 8.000 veces mayor. Funcionarios locales y expertos económicos dijeron estar desconcertados.
Desde entonces, Trump dio marcha atrás, temporalmente. Durante una pausa de un mes en las negociaciones comerciales, Estados Unidos impuso un arancel base del 10% y anunció nuevas tasas para decenas de países a partir del viernes. La tasa de Lesoto se fijará a capricho de Trump, y sus asesores sugieren que los aranceles aplicados a los productos de los países africanos más pequeños podrían situarse por encima del 10%.
Muchas naciones han recibido cartas que explican un nuevo arancel. La pausa está prevista para expirar el viernes y los funcionarios de Lesoto dicen no haber recibido ninguna carta y se encuentran entre los países donde, según Trump, los funcionarios simplemente no tienen tiempo para negociaciones cara a cara. Los líderes —y las 12.000 personas empleadas por fábricas textiles que exportan al mercado estadounidense— aún están en espera.
El daño ya ha repercutido en la economía de Lesoto, donde la manufactura textil constituye la mayor industria privada, con más de 30.000 trabajadores en 2024.
Para Tzicc y sus clientes, la amenaza y el aparente señalamiento de Lesoto fueron suficientes. La gerencia decidió apresurarse a entregar los pedidos preexistentes antes de que se reanudaran los aranceles. Pero los compradores estadounidenses dejaron de realizar pedidos nuevos. Sin más trabajo, prácticamente todos los empleados de la fábrica fueron enviados a casa, posiblemente de forma permanente.
“Bueno, desafortunadamente, terminamos”, dijo Rahila Omar, gerente de cumplimiento normativo de la fábrica, y señaló la ironía de la estrategia mientras caminaba entre filas de máquinas silenciadas y cubiertas. “Por eso ahora no tenemos nada de trabajo”.
Omar es una de las pocas empleadas que quedan en la fábrica, inquietantemente silenciosa. Algunos permanecen en el departamento de contabilidad; otros sacan el inventario sobrante y lo llevan a un almacén en otro lugar.
Funcionarios y trabajadores temen que esto sea un presagio de lo que les espera a otras fábricas de Lesoto, donde la pobreza es generalizada entre sus 2 millones de habitantes y la mayoría de los trabajadores textiles son los únicos que mantienen a sus familias.
La diminuta economía de Lesoto se vio amenazada con aranceles gigantes
En marzo, un mes antes de imponer a Lesoto el arancel del 50%, Trump lo describió como un lugar del que “nadie ha oído hablar”, e incluso se le dificultó pronunciar el nombre del país en un discurso en el que criticó la ayuda exterior estadounidense.
Es cierto que Lesoto es una “economía muy minúscula”, como la describió su propio ministro de Comercio, Mokhethi Shelile.
Pero su relación con Washington se remonta a décadas. Estados Unidos fue el primer país en abrir una embajada en la capital, Maseru, cuando Lesoto declaró su independencia del Reino Unido en 1966. Su Ejército recibió entrenamiento estadounidense, y cientos de millones de dólares en fondos estadounidenses se enviaron a Lesoto para combatir la epidemia del VIH/SIDA a través de la ahora extinta Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) y el programa Plan de Emergencia del Presidente para el Alivio del SIDA (PEPFAR, por sus siglas en inglés).
A medida que los textiles se convirtieron en el principal producto de exportación de Lesoto, cerca del 75% de su producción se envió a Estados Unidos. Lesoto se convirtió en la capital africana del denim, la tela de los vaqueros. Si un estadounidense compraba jeans de una marca estadounidense como Wrangler o Levi’s, era posible que estuvieran “Hechos en Lesoto”, como aún se lee en las etiquetas. En el año 2000, Estados Unidos firmó la African Growth and Opportunity Act (Ley de Crecimiento y Oportunidades para África, o AGOA), que permitía a Lesoto y a otros países africanos exportar productos a Estados Unidos libres de impuestos.
Shelile dijo que estaba en proceso de negociar la renovación en septiembre de la AGOA cuando lo despertaron en plena noche los mensajes de texto de sus asesores donde le informaron de los aranceles estadounidenses del 50%.
“No, esto no puede ser real”, recuerda haber pensado Shelile. “¿Qué hicimos para merecer esto?”.
Según el gobierno de Trump, Lesoto aplica un arancel del 99% a los productos estadounidenses. El gobierno del país africano dijo desconocer cómo calculó esa cifra Estados Unidos.
En teoría, la decisión arancelaria se basó en el déficit comercial: las exportaciones de Lesoto a Estados Unidos ascendieron a unos 240 millones de dólares el año pasado —principalmente ropa y diamantes— y las importaciones desde Estados Unidos fueron de tan solo 2,8 millones de dólares. Pero en la práctica, las matemáticas son más complejas. Y, en la realidad, Lesoto simplemente no puede pagar para importar más productos estadounidenses: casi la mitad de su población vive por debajo de la línea de pobreza.
“El déficit comercial que existe entre Lesoto y Estados Unidos es un déficit comercial natural que puede ocurrir cuando existen este tipo de disparidades entre dos economías”, dijo Shelile. “Es insalvable, y ciertamente no se puede resolver con la imposición de aranceles”.
Lesoto declaró estado de emergencia por el desempleo
El año pasado, la tasa general de desempleo en Lesoto era de alrededor del 30%, según datos nacionales. Entre los menores de 35 años, era de casi el 50%.
La amenaza de los aranceles ha exacerbado los problemas nacionales de desempleo, lo que llevó al gobierno a declarar el estado de desastre este mes.
“Como sea que lo analicemos, ya hemos sufrido muchas pérdidas”, expresó Shelile. “La gente ha perdido mucho dinero. Y recuperarnos y volver a donde estábamos antes de esto llevará tiempo”.
La mayoría de las 12.000 personas contratadas por las 11 fábricas de Lesoto que exportan a Estados Unidos son mujeres con hijos que alimentar y matrículas escolares que pagar. De ellos, 9.000 empleos están directamente en la línea de fuego y otros 40.000 sufrirán indirectamente por los aranceles impuestos por Estados Unidos, informó Shelile.
“Hablamos de personas del sector inmobiliario que alquilan algunas habitaciones”, agregó. “Hablamos de personas en el sector del transporte, sea transporte de larga distancia al puerto o un taxista que lleva a la gente al trabajo por la mañana. Ellos se verán afectados”.
Mapontso Mathunya trabajaba en la sala de corte de Tzicc y ahora está desempleada. Su esposo también perdió un trabajo estable. Con dos hijos pequeños, Mathunya era el sostén de la familia. Ahora intenta vender bocadillos y cigarrillos en la calle, pero le resulta difícil llevar a casa incluso unos pocos centavos diariamente.
“Nuestra carga financiera ha sido muy pesada”, dijo. “La situación es mala”.
El futuro de esta fábrica y otras sigue en el limbo
El futuro de la fábrica de Tzicc depende de lo que suceda el viernes, dijo Omar, la gerente de cumplimiento normativo.
Propiedad de un ciudadano taiwanés, la fábrica abrió a mediados de 1999. En un mes de alta demanda, fabricaba hasta 1,5 millones de prendas para JCPenney.
Los clientes estadounidenses clave de Tzicc —JCPenney, Walmart y Costco— no respondieron a la AP para hacer comentarios.
Exportar al vecino mercado sudafricano, una de las soluciones propuestas por el ministro de Comercio y consultores del sector, no sería suficiente ni siquiera para cubrir la nómina de los empleados, reportó Omar.
E incluso si los compradores estadounidenses regresan, es improbable que la fábrica pueda volver a contratar a sus 1.300 trabajadores, agregó.
Hoy, a pocas cuadras de distancia, exempleados prueban su suerte y buscan trabajo en otras fábricas aún en operación. La mayoría son rechazados.
“La vida es difícil”, dijo Mathunya, la extrabajadora. “No hay nada, absolutamente nada. La gente no tiene dinero”.
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Pascalinah Kabi, en Maseru, Josh Boak, en Washington, y Anne D’Innocenzio, en Nueva York, contribuyeron a esta historia.
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