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Trump dice que la gente en los botes eran narcos. La AP encontró que la verdad es más compleja

Regina Garca Cano
Viernes, 07 de noviembre de 2025 10:48 EST

Uno era un pescador que apenas sobrevivía con 100 dólares al mes. Otro era un delincuente declarado. Un tercero era un excadete militar. Y el cuarto era un conductor de autobús que atravesaba una racha de mala suerte.

Los hombres tenían poco en común, salvo sus ciudades natales en la costa venezolana y el hecho de que los cuatro figuran entre las más de 60 personas asesinadas desde principios de septiembre, cuando las fuerzas armadas estadounidenses comenzaron a atacar embarcaciones que, según el gobierno del presidente Donald Trump, transportan drogas. Trump y altos funcionarios estadounidenses han afirmado que las embarcaciones eran operadas por narcoterroristas y miembros de cárteles que transportaban drogas que terminarían en comunidades de Estados Unidos.

The Associated Press identificó a cuatro hombres —y recopiló detalles sobre al menos otros cinco— que fueron asesinados en los ataques militares, en el primer relato exhaustivo sobre quiénes murieron en esas acciones. En decenas de entrevistas realizadas en pueblos de la península de Paria, una franja de tierra en la costa noreste de Venezuela, residentes y familiares revelaron una verdad compleja sobre los venezolanos asesinados: si bien los hombres en efecto transportaban drogas, distaban mucho de ser narcoterroristas o miembros de cárteles como ha dicho la administración de Trump.

La mayoría de los nueve hombres que estaban en las embarcaciones, iban ahí por primera o segunda vez, en un viaje por el que ganarían al menos 500 dólares, según dijeron residentes y familiares. Había obreros, un pescador y un mototaxista. Dos eran delincuentes de poca monta. Uno más un jefe criminal local bien conocido en la zona y quien subcontrataba sus servicios de contrabando a algunos traficantes.

Los hombres vivían en la península de Paria, en casas de bloques de cemento, en su mayoría sin pintar, que podían pasar semanas sin agua y entre cortes de luz frecuentes durante varias horas al día. Sin embargo, al despertar disfrutaban de vistas panorámicas de los bosques tropicales de un parque nacional, las aguas poco profundas del Golfo de Paria y las brillantes aguas azul zafiro del Caribe. Cuando llegaba el momento de iniciar los viajes con la droga, abordaban lanchas de pesca de casco abierto que dependían de potentes motores fuera de borda para transportar la mercancía a Trinidad y otras islas.

Los residentes y familiares entrevistados por AP solicitaron el anonimato por temor a represalias de los narcotraficantes, el gobierno venezolano o la administración de Trump. Se dijeron indignados por que los hombres fueron asesinados sin haber pasado por un debido proceso. Antes, sus embarcaciones habrían sido interceptadas por las autoridades estadounidenses y los tripulantes acusados ​​de delitos federales, lo que les habría permitido comparecer ante un tribunal.

Las autoridades estadounidenses “los tenían que parar", dijo el familiar de uno de los hombres.

A los familiares les ha resultado difícil obtener información sobre sus seres queridos fallecidos, debido a que las bandas criminales y el gobierno venezolano han reprimido durante mucho tiempo el flujo de información en la región.

Funcionarios venezolanos han criticado al gobierno estadounidense por los ataques, y el embajador del país ante Naciones Unidas los calificó de “ejecuciones extrajudiciales”. Además, han negado rotundamente que operen narcotraficantes en el país y aún no han reconocido que algún ciudadano venezolano haya muerto en los ataques a las embarcaciones.

Voceros del gobierno venezolano no respondieron a solicitudes para comentar los hallazgos.

El gobierno de Trump ha justificado los ataques tras declarar a los cárteles de las drogas como “combatientes ilegales” y ha dicho que Estados Unidos se encuentra ahora en un “conflicto armado” con ellos. Trump ha dicho que cada embarcación hundida salvó 25.000 vidas estadounidenses, presumiblemente por sobredosis. Las embarcaciones, sin embargo, parece que transportaban cocaína, no opioides sintéticos, mucho más letales, que matan a decenas de miles de estadounidenses cada año.

Hasta el momento, el ejército estadounidense ha hundido 16 embarcaciones, asesinando a más de 60 personas. Nueve de los ataques se produjeron en el Caribe, y al menos tres de las embarcaciones salieron de Venezuela, según el gobierno de Trump.

Las fuerzas armadas han atacado las embarcaciones al mismo tiempo que el gobierno intensifica la presión sobre el presidente venezolano Nicolás Maduro. El Departamento de Justicia duplicó la recompensa por su captura a 50 millones de dólares, y los militares estadounidenses han desplegado una fuerza inusualmente grande en el mar Caribe y en aguas cercanas a Venezuela, además de sobrevolar la costa del país con bombarderos supersónicos.

Un portavoz del Pentágono no respondió a una solicitud para comentar sobre la historia.

Familiares y conocidos dijeron haber confirmado las muertes a través de pláticas de boca en boca y mediante publicaciones poco explícitas en redes sociales que intentaban transmitir información sobre los fallecidos sin llamar la atención de las autoridades venezolanas. También hicieron lo que describieron como deducciones razonables: los hombres no han respondido llamadas ni mensajes de texto en semanas, ni se han comunicado para decir que están bien. Además, las autoridades venezolanas han registrado algunas de las casas de los fallecidos.

“Yo quiero una respuesta, pero ¿a quién se la pido?", dijo un familiar de uno de los hombres."No puedo decir nada”.

El pescador

Nativo de Güiria, un pueblo al sureste de la península, Robert Sánchez dejó la escuela en la adolescencia para volverse, como muchos otros en la región, en pescador, igual que su padre, según amigos y familiares. De 42 años, era considerado entre los mejores pilotos de embarcaciones en la península: luego de haber pasado casi tres décadas perfeccionando su conocimiento de las corrientes y los vientos en la zona, dicen que podría navegar de noche sin instrumentos.

Padre de cuatro hijos, pescaba diariamente pargo, corvina y cazón. El pescador quería ahorrar suficiente dinero para comprar un motor de barco de 75 caballos de fuerza y así poder operar un barco propio en lugar de trabajar para otros. Era un sueño que sabía que era casi imposible de realiza. Según sus familiares, la mayoría de sus ingresos —aproximadamente 100 dólares al mes— era para alimentar a sus hijos.

No era el único en esa situación.

La península es parte del estado Sucre, uno de los más pobres de Venezuela. Sucre alguna vez albergó varias plantas procesadoras de pescado, una planta de ensamblaje de automóviles y una universidad pública grande, todas las cuales ofrecían empleos bien remunerados. La mayoría han cerrado. La península es también un lugar marcado por las promesas incumplidas de 26 años de un gobierno que se describe como socialista y que incluyen un proyecto de astillero abandonado y la infraestructura oxidada destinada a un complejo de gas natural.

Debido a su proximidad al mar Caribe, el área es un importante centro de tránsito para la cocaína que se dirige desde Colombia a Trinidad y otras islas, antes de seguir hacia Europa. La cocaína colombiana que se envía a Estados Unidos generalmente se introduce de contrabando desde la costa colombiana del Pacífico.

Las crecientes presiones económicas —junto con el objetivo de Sánchez de tener un motor de barco— llevaron al pescador a aceptar una oferta para ayudar a los narcotraficantes a navegar por las peligrosas aguas que él conocía muy bien, según sus familiares y amigos.

El mes pasado, Sánchez acababa de descargar la pesca del día cuando le dijo a su madre que haría un viaje corto y que la vería en un par de días. No tenían idea de adónde iba.

Tras ver videos en redes sociales que mencionaban su muerte, sus familiares le dieron la noticia a su madre, pero no sin antes asegurarse de que hubiera tomado su medicamento para controlar la presión arterial.

El hijo menor del pescador, un niño de tercer grado, no aceptó por días que su padre ya no estuviera. Siguió preguntando a varios adultos si su papá podría haber sobrevivido la explosión y que pudiera estar todavía en el mar.

No, le respondieron. Su padre había fallecido.

Uno de los primeros en morir

A Luis “Che” Martínez lo mataron en el primer ataque.

Un hombre fornido de 60 años, Martínez era un conocido jefe criminal local y desde hacía mucho tiempo traficaba drogas y personas a través de las fronteras, según varias personas que lo conocieron.

Las autoridades venezolanas lo habían encarcelado por cargos de tráfico de personas después de que una embarcación que él operaba naufragara en diciembre de 2020 y causara la muerte de alrededor de dos docenas de personas, funcionarios dijeron en aquel momento. Entre quienes murieron estaban dos de sus hijos y una nieta, algunos de sus familiares dijeron a la AP.

La AP no logró determinar la resolución de los cargos en su contra, pero Martínez fue liberado eventualmente y regresó a traficar personas y drogas, según algunos de sus conocidos.

Aunque detestaban lo que hacía para ganarse la vida —y el control que Martínez y otros delincuentes similares ejercían en sus pueblos—, varios habitantes de la zona dijeron que apreciaban su contribución anual a la fiesta de la Virgen del Valle —patrona de los pescadores— y el hecho de que gastaba generosamente en tiendas y restaurantes locales. También le gustaba apostar en las peleas de gallos.

Según un familiar y varios conocidos, Martínez fue asesinado en el primer ataque de Estados Unidos, el 2 de septiembre. En aquel momento, Trump dijo rápidamente en las redes sociales que la embarcación había zarpado de Venezuela y transportaba drogas. Los 11 hombres de la tripulación, dijo el presidente, eran miembros de la organización criminal Tren de Aragua. Añadió que todos murieron y posteó el video de una pequeña embarcación que parecía estallar.

Familiares de Martínez dijeron que no creían que fuera parte del Tren de Aragua

También dijeron que el gobierno no les ha proporcionado información sobre qué le pasó. Pero lo dedujeron cuando se toparon con la fotografía de un cadáver que había aparecido en la costa de Trinidad. La foto se compartió en redes sociales y apps de mensajería. Aunque el cuerpo en la imagen estaba gravemente mutilado, los familiares dijeron que de inmediato supieron que era Martínez por el ostentoso reloj que llevaba en la muñeca izquierda.

El excadete y el conductor de autobús

Dushak Milovcic, de 24 años, se sintió atraído por el mundo criminal debido a la adrenalina y el dinero, a tal punto que abandonó la Academia de la Guardia Nacional, según dijeron algunos que lo conocieron. Comenzó como vigía para contrabandistas, dijeron. Y aunque no tenía experiencia en el mar, finalmente ascendió a los puestos más lucrativos y codiciados en barcos de narcotráfico.

No está claro cuántos viajes realizó antes de ser asesinado el mes pasado.

Juan Carlos Fuentes, conocido como “El Guaramero”, aceptó unirse a una tripulación de contrabandistas después de que su autobús de transporte público se averió y el gobierno no pudo —o no quiso— repararlo. Debido a que muchos conductores de autobús se embolsan una parte de la tarifa, su situación económica se volvía desesperada y le resultaba difícil alimentar y vestir a sus hijos.

Algunos residentes dijeron que no les sorprendió que Fuentes , que no tenía experiencia en el mar, se dediciera a traficar para poder subsistir. Los traficantes de alto nivel que solían tripular esas embarcaciones se habían quedado en tierra para evitar ser blanco de los misiles estadounidenses. En su lugar, según gente de la zona, contrataban cada vez más a novatos como Fuentes.

El hombre les contó a sus amigos que estaba nervioso por su primer viaje de contrabando. Sabía que estaría lleno de riesgos: el clima, bandas rivales e incluso el ejército estadounidense. El viaje de septiembre transcurrió sorprendentemente bien, les dijo, y no dudó en unirse a otra tripulación. Fuentes murió en un ataque con misiles el mes pasado, según sus amigos, sin que sepan cuál de todos exactamente.

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Konstantin Toropin contribuyó desde Washington.

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Esta historia contó con el apoyo financiero de la Walton Family Foundation. La AP es la única responsable de todo el contenido.

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Puede contactar al equipo de investigación global de la AP en Investigative@ap.org o en https://www.ap.org/tips/

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