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Salvando al guaraní, la lengua que preserva el alma de Paraguay

R. Mara Teresa Hernndez
Martes, 26 de agosto de 2025 09:18 EDT

Cuando llegó el momento de elegir dónde casarse, Margarita Gayoso y Christian Ojeda supieron inmediato que tendrían que volver a Paraguay. Aunque vivían en España, la pareja se casó en Loma Grande, donde la ceremonia se realizó en la lengua de sus antepasados.

“Toda la gente lloraba porque en guaraní es más profundo todo”, dijo Gayoso. “Parece que te sale más del alma pronunciar”.

Aunque es uno de los dos idiomas oficiales del país junto con el español, encontrar a un sacerdote que pudiera oficiar la misa en guaraní fue todo un reto. Incluso hubo invitados que le dijeron a Gayoso que nunca antes habían asistido a una boda como la suya.

Esto refleja una realidad más amplia. Muchos paraguayos piensan que el guaraní guarda un profundo significado cultural y emocional, pero debido a que su uso es principalmente oral, su presencia está limitada en documentos oficiales y otros registros escritos.

Aunado a esto, diversos lingüistas alertan que su uso entre las nuevas generaciones está en riesgo, por lo que diversos esfuerzos para preservarlo están en marcha.

¿Por qué el guaraní es tan importante en Paraguay?

De acuerdo con cifras oficiales de 2024, de los 6,9 millones de paraguayos hay 1,6 que reportaron el guaraní como su lengua principal. Además hay 1,5 que habla español, 2,1 que se identifica como bilingüe y el resto como hablante de lenguas indígenas.

El guaraní que los paraguayos hablan hoy día no es el mismo que los europeos se encontraron cuando conquistaron los territorios latinoamericanos en el siglo XVI. Sin embargo, su permanencia en una región que aprendió el español casi por completo es destacable. ¿Cómo lo logró?

“Para la cultura guaraní, la lengua es sinónimo de alma”, señaló Arnaldo Casco, director de investigación de la Secretaría de Políticas Lingüísticas de Paraguay.

“La palabra es lo que el Creador les heredó a los hombres en la tierra, entonces creemos que para los guaraníes, perder la lengua era perder el alma”.

Reflejando esta profunda conexión con su lengua, los guaraníes se resistieron ferozmente a aprender el español tras la conquista. En consecuencia, a los primeros misioneros del país no les quedó más que aprender guaraní para evangelizar.

Una lengua preservada y castigada

Los jesuitas y franciscanos fueron pioneros en dejar registros escritos del guaraní en Paraguay.

El alfabeto y diccionario que desarrollaron fue esencial para sus sermones y salvó a la lengua de la extinción. Sin embargo, esos esfuerzos no fueron suficientes para blindarla de los siglos de marginación que siguieron.

Casco refirió que cerca de 90% de la población era principalmente guaraní-hablante a principios del siglo XIX. Pero desde que el país se independizó de España en 1911, los esfuerzos para preservar el idioma han sido erráticos.

Si bien su uso se alentó para promover la unidad nacional en tiempos de guerra en los años 30, un decreto posterior prohibió a estudiantes y maestros que se empleara en las escuelas.

“Mi papá fue torturado por no hablar castellano”, dijo el investigador y activista Miguel Ángel Verón, quien añadió que su padre recibía golpes en la boca por hablar guaraní en la escuela. “¿Qué culpa él tenía si no hablaba castellano? Con mis tíos, tuvo que dejar la escuela” .

La educación bilingüe — español-guaraní — se volvió obligatoria en 1992. Ambos idiomas deben emplearse en clase, pero la ley no garantiza que se usen libros de texto en guaraní ni fomenta una conciencia sobre la urgencia de su preservación.

Casco y Verón dijeron que muchas familias ya no hablan la lengua con sus hijos. Temiendo que su uso pudiera obstaculizar su progreso, algunos incluso les motivan a aprender inglés.

“Paraguay sigue sufriendo un fuerte dolor lingüístico”, afirmó Verón. “Es fácil sacar una ley, pero cambiar actitudes lleva mucho más”.

Lo que esconde una lengua

Quienes trabajan en su preservación afirman que el guaraní es más que palabras.

“Los valores humanos fundamentales que mantenemos los paraguayos vienen de ahí”, apuntó Verón. “La solidaridad, la reciprocidad y el respecto sagrado a la naturaleza”.

Su padre le enseñó por qué la tierra necesita descanso. Él aprendió a cultivarla por diez años y luego darle margen para recuperar su fuerza y su sabiduría.

“Los ‘jarýi’ son como dioses protectores”, dijo. “Si usted viene a desmontar un bosque para comer, no hay problema. Pero si lo va a destruir exprofeso o para comerciar, entonces usted tiene a los jarýi”.

Casco también aprendió alguna lección de un curandero que trataba los males de su pueblo natal. “Que la oración curaba es también una herencia de los indígenas”, señaló.

En el campo paraguayo hay otros cientos de testimonios guaraníes que entrelazan cultura, espiritualidad y fe. Sin embargo, hasta ahora no había ningún registro escrito de esas creencias.

Para documentarlos, Casco encabezó un proyecto de entrevistas a guaraní-hablantes mayores a 60 años. Sus investigadores recabaron 72 historias y, una vez que sean transcritas, serán publicadas en el sitio web de la Secretaría.

“Apostamos a rescatar esa conexión que hay con nuestra raíz, con nuestra historia, a través de la lengua”.

Salvando el guaraní

Varios entrevistados viven en Loma Grande, donde Gayoso y Ojeda se casaron.

Juana Giménez, de 83 años, posee un amplio conocimiento de las plantas medicinales. Muchos padres desesperados acudían a ella cuando sus bebés estallaban en llanto, y Giménez los recibía con hierbas, humo y oración para aliviar la inflación estomacal que los aquejaba.

Marta Duarte, una década más joven, aprendió español y se mudó a Asunción para trabajar en costura, pero volvió a Loma Grande a sus 30. Ahí sigue viviendo y ayudando en la iglesia local, donde la Biblia se lee en español pero se discute en guaraní.

Carlos Kurt, un descendiente de inmigrantes alemanes que tiene 85 años, se enamoró de la lengua ancestral paraguaya desde niño. Todavía se ríe cuando recuerda el día en que su maestra de segundo grado le mandó una nota a sus padres: “Es un buen alumno, pero habla mucho en guaraní.”

“Me encantó el idioma”, dijo. “Lo aprendí y no se me escapaba nada. Ahora mi nieto no habla guaraní. No le gusta”.

Otros paraguayos también refieren que sus descendientes ya no usan la lengua, pero Sofía Rattazzi es una excepción. La joven vive en Asunción con su madre y abuela, Nancy Vera, con quien habla siempre en guaraní.

Respetando las creencias de Vera en torno a un concepto conocido como “la plata yvyguy” — riquezas escondidas por los paraguayos durante una guerra del siglo XIX — su familia suele cavar en el patio de casa.

Vera siempre ha tenido una cercanía particular con la tierra, contó Rattazzi, y en el pasado ésta le ha dado de señales de dónde podrían estar ocultas las riquezas. “Encontró lugares donde rompe la tierra y de repente encontró anillos y demás cosas”, dijo.

Rattazzi afirmó que su abuela dudó en participar en el proyecto, pero ella la alentó.

“Yo quiero que vea que su historia importó”, dijo. “Ahora, en el momento en que ya no esté, quedará algo de ella”.

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La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

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