El saldo real de guerra en Ucrania se mide en cadáveres. Un hombre los lleva a casa, uno por uno
El olor en el auto es enfermizo y dulce: El aroma abrumador de cadáveres que han permanecido demasiado tiempo en el lodo y la ruina, los que los perros no devoraron. Pero no lo nota Oleksii Yukov, un instructor de artes marciales de 38 años, quien lidera a un equipo de recolectores de cadáveres voluntarios en Ucrania.
Habla por teléfono con una de las madres. Ella supo que su hijo fue herido en batalla y lo dejaron allí, pero no está segura de dónde.
“Lo dejaron morir, ¿¡y ahora me dicen que ‘¿¡murió como un héroe!?’”, dice, y sus palabras se ahogan entre sollozos.
“No llore”, le dice Yukov. “Porque si se debilita, nadie lo ayudará ... ¡No llore delante de nadie! No valen la pena. Llore sólo frente a la tumba de su hijo”.
“Los llevaremos a todos de regreso”, prometió. “Sólo necesitamos algo de tiempo”.
Yukov le dice lo mismo a todas las madres. Les dice que hablen de sus hijos muertos para que sean recordados. Hay una persona en particular cuya historia Yukov no quiere que se olvide: Oleksandr Romanovych Hrysiuk —Sasha, para su madre, Olha.
En un críptico mensaje de voz el año pasado, Yukov instó a Olha a contar la historia de Sasha. “No todos tienen esa historia”, le dijo.
Pero omitió la parte más importante: lo que le costó a él traer a Sasha a casa.
CONTAR LOS CADÁVERES
El verdadero número de víctimas de la guerra en Ucrania —y las probabilidades que enfrenta cada bando— se puede medir en cadáveres.
Más de medio millón de personas han muerto o han resultado gravemente heridas en dos años de guerra en Ucrania, según estimaciones de inteligencia occidental —una cifra humana no vista en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. La cuestión de quién prevalece depende cada vez más de qué lado puede tolerar las pérdidas más grandes.
En esa medida, Moscú tiene la ventaja.
Los analistas dicen que será difícil para Ucrania superar a las fuerzas rusas —que continúan creciendo a pesar de cientos de miles de bajas— sin recursos importantes por parte de sus socios internacionales. Pero el Congreso de Estados Unidos no ha aprobado 60.000 millones de dólares en ayuda para Ucrania, incluso a pesar de que los soldados en el frente tienen pocas municiones.
El presidente ruso Vladímir “Putin no está dirigiendo una democracia”, dijo Evelyn Farkas, exfuncionaria sénior del Pentágono para Rusia y Ucrania, quien ahora dirige el Instituto McCain de la Universidad Estatal de Arizona. “Putin puede darse el lujo de ser más insensible e ignorar el recuento de cadáveres”.
Por otra parte, Volodymyr Zelenskyy, el presidente ucraniano, encabeza un sistema más democrático “donde la voluntad del pueblo es en realidad el componente más fuerte de su máquina de guerra”.
Rusia tenía 3,7 veces más hombres en edad de combatir que Ucrania en 2022, según datos del Banco Mundial. Eso significa que, aunque Rusia ha sufrido casi el doble de bajas que Ucrania, según estimaciones de inteligencia occidental, las pérdidas per cápita de Rusia son aún menores que las de Ucrania.
Con los niveles actuales de reclutamiento, el Kremlin puede mantener el actual índice general de disminución a lo largo de 2025, según una evaluación de RUSI, el Instituto Real de Servicios Unidos (RUSI, por sus siglas en inglés), un centro de estudios sobre temas de defensa y seguridad con sede en Londres.
Mientras tanto, Ucrania tomó esta semana la medida políticamente difícil de reducir la edad de reclutamiento militar de 27 a 25 años en un esfuerzo por reponer sus filas.
“La cantidad de efectivos es otra moneda”, dijo Nick Reynolds, investigador de RUSI. “Los rusos, con su base industrial y mayor cantidad de efectivos, pueden emplear efectivos y material a menor costo”.
Yukov comprende que para la gente que está lejos, la guerra es geopolítica, la muerte se puede contar en números y el dinero importa más que los hombres. Pero él sabe que no es así.
“La guerra tiene una cara”, prosiguió. “Muerte, estupidez y horror”.
DIOS SE LLEVA A LOS MEJORES
La última vez que Olha Hrysiuk habló con su hijo, Sasha le preguntó por los cultivos de primavera, el huerto, sus caballos y sus vacas, ¿estaban las gallinas poniendo muchos huevos? La conversación continuó como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Era el 15 de mayo de 2022.
Sasha desapareció al día siguiente.
Durante tres días, para Olha sólo hubo silencio. Lo aceptó porque Sasha le había dicho que participaría en una misión y que tal vez no podría estar en contacto.
Al cuarto día, llamó al jefe de su aldea, quien a su vez contactó a la oficina militar más cercana, que se comunicó con su unidad militar, que respondió que Sasha estaba desaparecido.
Sasha no era un combatiente nato. Deportista, estudió fisioterapia antes de ser reclutado y enviado al frente el 3 de abril de 2022. Olha le dio una cruz de plata con una cadena para que la colgara alrededor de su cuello cuando se preparaba para la batalla.
¿Dónde estaba ahora su hijo, se preguntó, el niño de dulce sonrisa y orejas que sobresalían, al que le encantaba correr y tenía tantos amigos que no podía contarlos? ¿Dónde estaba su hijo, quien soñaba con construir un hogar para la familia que aún no tenía?
“En Ucrania tenemos el dicho de que Dios se lleva a los mejores”, contó Olha. “Creo que este es el caso”.
Después de rogar por información en las redes sociales, la nuera de Olha logró hablar directamente con algunos soldados de la unidad de Sasha.
Dijeron que Sasha había muerto. Lamentaron mucho no haber podido llevar su cadáver con ellos porque el bombardeo fue demasiado intenso, y lo único que pudieron hacer fue esconderlo en un sótano en Dovhenke —un asentamiento rural en el este de Ucrania que cayó en manos de los rusos. Escribían su nombre en los proyectiles que disparaban porque también lo querían. Fue un héroe, declararon.
Sasha, de 27 años, duró exactamente seis semanas en la guerra. Ya era hora de que regresara a casa. Si Olha no podía recuperar a su hijo, recuperaría los restos que quedaran.
Pero, ¿cómo?
Olha empezó a hacer llamadas, tantas que tuvo que comprar una libreta para llevar un registro. Refirió que llamó a la Cruz Roja Ucraniana, al Comité Internacional de la Cruz Roja, a la Oficina Nacional de Información de Ucrania, al ejército ucraniano, al Cuartel General de Coordinación para el Tratamiento de Prisioneros de Guerra y a todas las líneas directas y grupos de voluntarios que pudo encontrar. Envió correos electrónicos al Comisionado de Derechos Humanos y cartas al Ministerio de Defensa e incluso al propio presidente Zelenskyy.
Anotó quién respondió, quién no, y, sobre todo, quién le dijo que esperara, esperara, esperara. Durante seis meses, Olha procuró hacerlo.
“Simplemente no podría vivir sin intentarlo”, declaró. “¿Cómo es posible que ni siquiera pueda ver los huesos de mi hijo? ¡Incluso estaba dispuesta a ir yo misma a Dovhenke!”.
Al final, la gente le dijo que si Black Tulip (Tulipán Negro) no podía regresar a Sasha a casa, nadie podría hacerlo.
"TENEMOS QUE SER ENTERRADOS"
Black Tulip es el nombre de la red de recolectores de cadáveres voluntarios en que Yukov trabajó en 2014, cuando Rusia se apoderó de Crimea y se adentró en el este de Ucrania. Desde entonces, Black Tulip se disolvió, pero el nombre permaneció. Yukov fundó después su propio grupo, llamado Platsdarm, que puede traducirse como “cabeza de puente” (o “área capturada”, en un sentido militar), para continuar la misión de Black Tulip.
El trabajo de Yukov es llevar a todos de vuelta. Recogió los restos de un hombre que estaban esparcidos entre los árboles y se los devolvió a la madre del soldado. Ha sacado restos humanos calientes de un helicóptero en llamas. Una vez, una madre le pidió que por favor recuperara el brazo de su hijo, que según escuchó colgaba de un árbol en particular. Él lo hizo. Ha buscado entre las heces para recuperar huesos de dedos y dientes de hombres cuyos cadáveres fueron engullidos por los cerdos.
“Escucha: si mataran a tu hijo, roerías la m----- con tus dientes para enterrar su cuerpo”, aseveró.
Yukov está en una carrera contra el tiempo, que devora cadáveres, para llevar a todas las almas a casa. Pero son demasiados. No puede meterlos a todos en su auto incluso si los ata al techo o los carga en sus brazos. Lo abruman.
“A veces sólo quiero gritar. Gritar. Porque te das cuenta de la locura y del dolor que es esto”, puntualizó. “Entiendo que no tengo vida suficiente para terminar este trabajo de buscar a los muertos”.
La historia de Yukov es la historia de las tierras sangrientas de Ucrania, un paisaje transformado por generaciones de conflicto. Creció con frío y hambre en Slaviansk, en el este de Ucrania —era uno de cinco hijos. Sobrevivieron un invierno con guisantes secos empaquetados en el saco de boxeo de su hermano. Aprendió a compartir hasta el último pedazo de pan.
Cuando Yukov tenía unos seis años, excavaron un cementerio local para construir un nuevo hospital infantil. Las excavadoras levantaron montones de ropa y huesos. Los niños corrían y jugaban con cráneos metidos en los extremos de palos.
Estaba conmocionado y avergonzado al encontrarse ante los muertos sin sepultura. “Miré los huesos y pensé: ‘¡se trata de personas!’”, recordó Yukov. “¿Y si familiares míos están enterrados en este lugar?”.
Los bosques de la infancia de Yukov estaban llenos de huesos de soldados alemanes y soviéticos de la Segunda Guerra Mundial, algunos tan densamente esparcidos que parecían nieve.
Comenzó a buscar cadáveres a sus 13 años, pero al principio cometió errores. Las almas a las que ofendió —o que no logró encontrar— lo perseguían. Sintió que le pinchaban las costillas cuando dormía y despertaba mareado y con la nariz sangrando.
“¿Por qué siguen viniendo?”, preguntó a sus fantasmas. “¿Qué necesitan?”.
Cuando era niño, soñó que corría en un bosque donde saltó hoyos y trincheras hasta que se precipitó en un agujero y cayó profundamente en una luz de color rubí. Olió los cadáveres antes de verlos y los huesos se deslizaron bajo sus pies mientras se hundía.
“Alguien me toma por el cuello y susurra: ‘Tenemos que ser enterrados’”, recordó.
Despertó empapado de sudor. Supo lo que tenía que hacer.
“Hasta que sean sepultados según sus tradiciones y rituales, un alma sufrirá. Así que es muy importante para mí, incluso si se trata de un enemigo, devolverlos a casa para que los entierren adecuadamente, para que sus almas estén tranquilas”, dijo Yukov. “‘Coleccionistas de almas’ es como nos llaman los lugareños”.
UN CLIC FATÍDICO
A finales del verano de 2022, Olha y su otro hijo se acercaron a Yukov en busca de ayuda. Enviaron fotos de Sasha y su tatuaje, así como imágenes de satélite de su ubicación aproximada.
Yukov llegó a Dovhenke en septiembre, no mucho después que los rusos se marcharan. Más del 90% de los edificios allí habían sido destruidos o dañados, y era difícil encontrar el sótano donde la unidad de Sasha dijo que lo habían dejado. Además, había minas.
Buscaron durante días. El 19 de septiembre, Yukov dio un paso y escuchó un clic. La fuerza de la explosión lo derribó.
“Estaba tirado allí y sentí que no tenía piernas”, dijo Yukov. “Pensé: ‘Está bien, conseguiré una prótesis’. ... Pero vi agujeros y sangre que salía de mis piernas. Me dije algo como, ‘OK. Las piernas están en su lugar’. Pero de repente, no puedo ver con un ojo. No hay ojo”.
Su equipo corrió hacia él, gritando. “¡DETENTE! ¡NO CORRAS, QUÉDATE QUIETO!”.
Yukov gritó en respuesta, preocupado de que ellos también volaran por los aires. “¡Traigan torniquetes y una camilla!”.
En silencio, rápidamente lo llevaron en auto al hospital, mientras su perro jadeaba por encima del agudo zumbido del motor. Yukov estaba inerte en el asiento trasero, con torniquetes en las piernas. Con cuidado tocó un paño blanco ensangrentado donde antes tenía el ojo derecho.
Dos semanas después, Yukov encabezó a todos de regreso a Dovhenke, con el ojo parchado como pirata. Se movía y tropezaba con las muletas mientras intentaba encontrar a Sasha, pero todavía era demasiado peligroso y tuvieron que esperar unas semanas más para que se retiraran las minas. Para entonces, Yukov ya tenía un ojo de vidrio que parece increíblemente real hasta que lo golpea con los nudillos.
Cuando finalmente regresaron a Dovhenke para buscar a Sasha, un pequeño gato gris con la nariz herida saltaba al hombro de Yukov y frotaba su nariz en él. El gatito dio vueltas en un lugar entre los escombros. Comenzaron a cavar allí.
“Las almas vienen y deambulan junto a nosotros”, explicó Yukov. “Recibimos una señal para mostrarnos dónde yacía ... Quiere regresar a casa. Mamá está esperando”.
Sasha estaba aplastado bajo los escombros de un edificio derrumbado. El lugar quedó calcinado. Había fragmentos de mortero de 120 mm y señales de una explosión enorme.
Para cuando se abrieron paso a través de las últimas capas de hormigón, ya estaba oscuro. Denys Sosnenko, un joven de 21 años a quien Yukov solía entrenar en kickboxing, bajó al foso para peinar la tierra con los dedos en busca de huesos.
Yukov le dijo a Denys que intentara mantener juntos los fragmentos de la cabeza de Sasha en lo que quedaba de su casco. Le entregó parte del cráneo de Sasha, mojado y amarillento, a Yukov, quien lo colocó con cuidado en una bolsa blanca grande. Era difícil hacer un registro de todas las piezas porque estaba completamente oscuro y trabajaban con una linterna.
Denys sacó una cruz plateada cubierta de tierra y la dejó a un lado; luego una cuchara y un reloj.
Yukov prosiguió con el inventario anatómico aproximado de lo que quedaba de Sasha. Un brazo. La columna vertebral. Pelvis. Fémur. Codo.
“Espera”, dijo Yukov. “¿Dónde está el otro brazo y el (otro) omóplato?”.
Era el 25 de noviembre de 2022.
Dos meses después, Denys condujo sobre una mina terrestre mientras buscaba cadáveres y falleció.
ONCE RUSOS Y UNA PIERNA
Como en la mayoría de las guerras, ambos bandos han minimizado u oscurecido sus pérdidas, y el verdadero número de víctimas puede no conocerse durante años. Pero desde el cielo, las multitudes de muertos ya transforman el paisaje. Las tumbas tienen el mismo aspecto a ambos lados del frente: Campos que antes estaba vacíos ahora forman mosaicos de lápidas nuevas.
El presidente Zelenskyy dijo recientemente que 31.000 soldados ucranianos han muerto en la guerra, menos de la mitad de lo que calcula la inteligencia occidental. Se cree que las pérdidas de Rusia son aproximadamente el doble de las de Ucrania.
Con imágenes satelitales y visitas presenciales, The Associated Press documentó el rápido crecimiento de las tumbas de soldados en algunos sitios clave en Rusia y Ucrania donde los muertos en la guerra se han acumulado a gran escala.
Hasta marzo, más de 650 soldados yacían en lo que era un terreno abierto en las afueras de Leópolis hace dos años, y había más de 800 tumbas de soldados nuevas en un cementerio de Kiev. Unas 700 tumbas aparecieron en dos parcelas para soldados en un cementerio de Járkiv de febrero de 2022 a septiembre de 2023, muestran las imágenes de satélite. La AP también contó al menos 1.345 nuevas tumbas de soldados en un cementerio de Dnipro en marzo, bordeadas por seis hileras ordenadas de fosos vacíos a la espera de más cuerpos.
Muchos más muertos están esparcidos por Ucrania y Rusia, discretamente escondidos entre tumbas de civiles.
Mediazona, un medio de comunicación ruso independiente, ha identificado la ubicación de docenas de cementerios rusos que se han abarrotado de muertos en la guerra. Junto con el servicio de la BBC en Rusia y una red de voluntarios, ha confirmado la muerte de alrededor de 50.000 soldados rusos desde la invasión a gran escala, una cifra que, según dicen, probablemente representa poco más de la mitad de la cifra real de muertos. Su recuento no incluye a los combatientes rusos de los territorios ocupados en Ucrania.
Los muertos no se pueden ocultar del espacio. Las imágenes de satélite muestran más de 750 tumbas en el cementerio Wagner en Bakinskaya, una ciudad cerca del Mar Negro, en comparación con alrededor de 170 en enero de 2023. A unos 15 kilómetros (9 millas) de distancia, se estima que se han construido 2.646 compartimentos para restos cremados en nuevas hileras de paredes de color gris oscuro en la Capilla Wagner, aunque no fue posible decir cuántas estaban llenas. El número de muertos de guerra enterrados en el Cementerio Conmemorativo Militar Federal, al norte de Moscú, se ha triplicado en el último año, hasta alcanzar unas 846 tumbas.
Estos son los afortunados, los que regresaron a casa.
Yukov dice que ha recogido más de 1.000 cadáveres desde que comenzó la invasión a gran escala hace dos años, más de la mitad de ellos rusos.
“No estamos luchando contra los muertos”, dijo. “No separo los cuerpos de los soldados rusos y los de los soldados ucranianos. Todos son almas para mí”.
Una noche de octubre, Yukov regresó de una misión cerca de Slaviansk con bolsas negras para cadáveres atadas al techo de su automóvil. Rebotaron peligrosamente sobre los baches mientras él se apresuraba a llevar la carga a una morgue.
El conteo de ese día fue de 11 rusos y una pierna, que probablemente era ucraniana, a juzgar por su bota. Sus heridas quedaron documentadas. Las cosas que llevaban —amuletos que habían resultado inútiles, dibujos de niños, fotografías familiares, cartas de amor y desesperación— serían recopiladas y catalogadas. Su ADN sería analizado de ser necesario, y sus identidades se registrarían en bases de datos gubernamentales.
Los ucranianos, esperaba Yukov, encontraran el camino a casa. Los rusos se convertirían en moneda de cambio para obtener cadáveres ucranianos en intercambios periódicos de muertos en guerra.
“Cuando alguien dice: ‘Estoy cansado de la guerra’, sí, todos estamos cansados”, dijo Yukov. “Pero sólo necesitamos que entiendan: Ayúdenos. No se queden sin hacer nada. Porque la guerra no tiene fronteras. La guerra también cruzará tu puerta”.
Miró al interior de una bolsa para cadáveres. Los cuerpos se habían cocido al sol y la carne de sus rostros estaba parcialmente momificada. Yukov calculó que tenían unos tres meses muertos.
De repente enojado, Yukov comenzó a hablar en un ruso agitado.
“Llevaste a este niño en tu vientre”, dijo, “ahora tus hijos rusos yacen aquí, en suelo ucraniano. ¿Por qué los dejaste venir aquí? Sabías de qué se trataba todo esto, que iban a asesinar y a ser asesinados”.
Yukov miró los cuerpos tendidos sobre la hierba nocturna. “Aquí es donde termina todo”, declaró.
Se giró y soltó una risita, luego dejó de hablar y sacudió la cabeza en silencio.
“Así que, no lo sé … Es una estupidez”.
VIVIENDO JUNTOS EL DOLOR
Olha esperó durante mucho tiempo que “desaparecido” significara “vivo”. Pero cuando Yukov envió una fotografía del collar que habían encontrado en el sótano de Dovhenke, Olha lo reconoció al instante. Era el mismo Jesús de plata que le había dado a Sasha cuando partió a la guerra, sólo que ahora era una prueba documental —la número 3118—, una evidencia de los muertos salpicada de barro.
Olha nunca volvió a ver el rostro de su hijo. Para cuando recuperó el cuerpo, Sasha ya no tenía rostro. Eso fue difícil para ella porque alimentó una pequeña y dolorosa esperanza de que hubiera algún error.
Yukov es un destructor de esperanza para las madres. Pero de todos modos le agradecen.
“Me alegro de que hayamos logrado hacerlo”, escribió Yukov en un mensaje a Olha, después de que encontró a Sasha. “Te abrazamos y esperamos poder conocerte para saber más de él. Estamos contigo”.
“Tu trabajo no tiene precio”, respondió ella.
Olha enterró lo que quedaba de Sasha el 16 de marzo de 2023 en el cementerio de su pueblo, bajo una cruz cubierta con flores y listones.
“Es muy importante para mí saber que su cuerpo está a mi lado”, explicó Olha. “Todos estamos esperando la victoria. Para mí es lo más importante. Si no ganamos, ¿para qué murió mi hijo y tantos otros hijos?”.
Yukov nunca le contó a Olha que había perdido un ojo mientras buscaba a Sasha.
Cuando ella supo lo que había sucedido, asintió levemente y su ceño se profundizó hasta transformarse en una expresión de tristeza infinita.
“No puedo expresar con palabras lo agradecida que estoy”, declaró. Abrió las manos y miró hacia arriba, en busca de sonidos que pudieran transmitir la enormidad de la pérdida. “Estoy tan atónita ... Mientras viva, recordaré el sacrificio que él hizo por mí y mi familia”.
Olha visita la tumba de Sasha todos los días para sentarse a su lado, hablar con él y rezar para que él —y tal vez ella misma— encuentre la paz.
“Sin importar qué diga la gente, sé que Sasha quería volver a casa”, dijo Olha. “A veces veo la televisión, internet, TikTok, lo que sea, y pienso: ’Ya está: Perdimos. Tengo ganas de rendirme... Pero cuando veo videos de Oleksii (Yukov), quiero seguir ayudando. Si hay personas como Oleksii, nada se ha perdido en Ucrania todavía”.
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Los periodistas de The Associated Press Michael Biesecker, en Washington, y Volodymyr Yurchuk y Vasilisa Stepanenko, en Ucrania, contribuyeron a este despacho.