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Este pueblo californiano fue arrasado por un incendio y 7 años después las escuelas aún se recuperan

Casi siete años después de que Paradise fuera devastado por un incendio forestal, el pueblo de las laderas huele a pino otra vez. Casas nuevas se levantan en terrenos que antes estaban quemados. El ruido de los camiones de construcción retumba por los barrios. Una heladería acaba de abrir a la vuelta de la esquina de la escuela secundaria recién reconstruida.

Pero en las aulas del pueblo, la recuperación ha sido más complicada —y mucho más lenta. Aunque Paradise reconstruye gradualmente las escuelas destruidas por el incendio Camp Fire de 2018 en California, las autoridades han descubierto que lograr encaminar académicamente a los estudiantes —y recrear una comunidad escolar unida y próspera— es mucho más difícil que simplemente encender las luces en un nuevo campus.

“Lo conseguiremos, pero aún no nos hemos recuperado”, dijo el superintendente Tom Taylor antes de jubilarse en mayo. “Aún no llegamos a donde queremos estar”.

El incendio Camp Fire —uno de los incendios forestales más mortíferos en la historia de Estados Unidos— se encuentra entre los numerosos desastres naturales que han afectado gravemente el aprendizaje de los estudiantes a lo largo de la última década. Escuelas dañadas, hogares destruidos y varios niveles de traumas han marcado a miles de niños —una situación que seguramente continuará a medida que el cambio climático cause que estos eventos sean más frecuentes y más intensos.

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The Associated Press colabora con CalMatters, Honolulu Civil Beat, Blue Ridge Public Radio y el Centro de Periodismo Investigativo de Puerto Rico para examinar cómo las comunidades escolares se recuperan de los desastres naturales.

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Los desafíos que persisten en Paradise son un recordatorio de cuánto tiempo puede requerir la recuperación del aprendizaje —y una lección sobre cómo las escuelas pueden brindar a los niños traumatizados una mejor oportunidad de prosperar a largo plazo.

También es una enseñanza sobre cómo equilibrar la salud mental y el rendimiento académico en los años posteriores a un desastre. Para la mayoría de los estudiantes, el incendio Camp Fire y sus secuelas hicieron casi imposible concentrarse en las tareas escolares. Las escuelas dejaron de lado el aspecto académico para priorizar la salud mental, una medida que la mayoría consideró necesaria, pero que retrasó a los estudiantes académicamente meses, si no es que años.

“La gente piensa: ‘Desastre natural: salud mental’. No piensan en el componente académico de ello”, dijo Carrie Dawes, coordinadora de salud y bienestar del Distrito Escolar Unificado de Paradise. “Lo dejas de lado cuando tienes a un niño pequeño llorando porque no tiene una casa donde vivir. No vas a decirle: “OK, ya olvídalo. Tenemos que estudiar matemáticas’”.

El incendio Camp Fire dejó a los estudiantes con un deterioro académico persistente

Tras el desastre de Paradise, los estudiantes se vieron obligados a mudarse con frecuencia. Las escuelas se instalaron temporalmente en lugares inusuales: ferreterías, almacenes, iglesias. Casi todos estaban consumidos por la ansiedad y el dolor. El aprendizaje quedó en el olvido.

Kenny Michael, ahora estudiante de último año de la preparatoria, cursaba quinto grado cuando se desató el incendio. Aunque su familia inmediata estaba a salvo, algunos vecinos queridos murieron. Michael pasó meses en medio de conflictos familiares, pérdidas y estrés, incluida la pérdida de sus gatos.

“No se trataba solo de que el fuego pegara”, dijo ella. “Eran todas estas otras cosas también”.

Michael, quien antes era una estudiante entusiasta, reprobó el quinto grado, perdió el interés en la escuela y dijo que estaba demasiado distraída para concentrarse en las lecciones. Ahora vive con su abuela en Magalia, una pequeña comunidad adyacente a Paradise, y asiste a una escuela en línea. Le consuela hablar con amigos y escribir historias de terror y fantasía —sobre incendios.

Pero no tiene planes inmediatos de asistir a la universidad después de que se gradúe este año.

Esto es típico de los adolescentes de Paradise. El año pasado, solo el 13% de los alumnos de último año del Distrito Escolar Unificado de Paradise cumplieron con los requisitos de ingreso a las universidades públicas de California o completaron un programa de capacitación profesional, en comparación con el 45% a nivel estatal. El año pasado, ningún estudiante del Distrito Escolar Unificado de Paradise se matriculó como estudiante de primer año en la Universidad de California.

Los resultados de las pruebas reflejan el deterioro académico. Entre los estudiantes de octavo grado, sólo el 11% cumplió con el estándar estatal de matemáticas. Solo el 18% de los estudiantes de sexto grado leían a nivel de su grado. Las cifras fueron aún peores para los estudiantes de bajos ingresos.

Las estadísticas muestran que, incluso una vez que mejoraron los efectos inmediatos del incendio, el rendimiento académico continuó su espiral descendente.

El ausentismo relacionado con desastres tiene un alto impacto en el aprendizaje

Antes de que el incendio Camp Fire arrasara al condado de Butte en noviembre de 2018, Paradise era un pueblo tranquilo y boscoso, lleno de familias y jubilados. Había un cine, un boliche, una tienda de mascotas y un restaurante Foster’s Freeze. A todos les encantaba el caramelo crujiente de cerveza de la tienda de dulces Joy Lyn. En abril, los residentes celebraron sus tradicionales “Gold Nugget Days” (Días de la Pepita de Oro) con un desfile, una competencia de guiso de chili y el concurso de belleza “Miss Gold Nugget”.

En unas pocas horas, todo eso desapareció. El pueblo fundado en la época de la Fiebre del Oro fue prácticamente arrasado por el incendio. Murieron 85 personas, incluidas algunas que se encontraban en sus autos cuando intentaban escapar. Más de 18.000 construcciones ardieron, incluidas la mayoría de la docena de escuelas del pueblo. Al menos 26.000 personas fueron desplazadas.

Las escuelas comenzaron el largo proceso de recuperación en cuanto el caos comenzó a disiparse: localizar a los estudiantes, encontrar nuevas instalaciones, evaluar los daños y volver a encarrilar el aprendizaje tras casi un mes de clases canceladas.

Ha sido un proceso prolongado.

Durante el año escolar 2018-2019, el Distrito Escolar Unificado de Paradise reportó 154 días de cierre en su docena de escuelas como resultado del incendio Camp Fire, lo que afectó a unos 4.200 estudiantes, según el análisis de datos de CalMatters, una organización sin fines de lucro que cubre las políticas de California. Pero los impactos del incendio Camp Fire tuvieron un alcance extenso y afectaron a casi un millón de estudiantes en todo el estado —el 15% del total de estudiantes ese año—, ya que el humo, al desplazarse, provocó el cierre de más de 1.600 escuelas.

Las escuelas de California se han acostumbrado a este fenómeno. Desde el ciclo escolar 2022-2023, los niños en California han perdido más de 3,5 millones de días de aprendizaje debido a desastres, según UndauntedK12, un grupo de políticas e investigación. Y esa pérdida de aprendizaje se ve agravada por el estrés asociado a dichas catástrofes.

No es raro que los estudiantes falten a la escuela después de un desastre natural, ya sea porque repentinamente se quedaron sin hogar, por problemas de salud mental, o por una mezcla de ambos. Y el ausentismo relacionado con los desastres naturales puede tener un impacto especialmente grave en el aprendizaje de los estudiantes, según una investigación de NWEA, una firma de investigación educativa sin fines de lucro. Los estudiantes de secundaria que pierden una semana de clases debido al clima extremo pierden en realidad tres semanas de progreso en lectura y casi cuatro semanas en matemáticas, descubrieron los investigadores, probablemente debido a problemas para concentrarse.

Es una preocupación que enfrenta un número creciente de escuelas a nivel nacional.

En Carolina del Norte, algunos estudiantes perdieron dos meses de clases el año académico pasado debido al huracán Helene en septiembre de 2024 y a otros fenómenos meteorológicos extremos. La tormenta histórica de categoría 4 dañó decenas de miles de hogares y numerosos edificios escolares, lo que causó desplazamientos masivos y retrocesos académicos.

En Hawai, los mortíferos incendios forestales de Lahaina en agosto de 2023 provocaron que los estudiantes de cuatro escuelas perdieran al menos cinco semanas de días de clases. En la escuela primaria King Kamehameha III, una escuela primaria histórica que se quemó en los incendios, los niños perdieron más de 50 días de clase.

Los efectos combinados de la pérdida de clases son evidentes en Lahaina. Los resultados de las pruebas de los estudiantes bajaron drásticamente durante el año escolar posterior al desastre ya que los niños hicieron una transición entre clases en línea, centros de aprendizaje y escuelas fuera de la región de West Maui. Sólo el 29% de los estudiantes de la escuela King Kamehameha III obtuvieron un nivel competente en matemáticas en la primavera de 2024, por ejemplo, en comparación con el 46% del año anterior.

Incluso en las tres escuelas públicas de Lahaina que permanecieron en pie tras los incendios, los estudiantes no pudieron regresar a sus campus hasta mediados de octubre debido a la limpieza de escombros y las pruebas ambientales.

Los estudiantes tuvieron dificultades para motivarse en la escuela o asistían a clase esporádicamente antes de los incendios, según Jarrett Chapin, profesor de la escuela secundaria Lahainaluna —y el desastre empeoró la situación. En el curso escolar 2023-2024, el 28% de los estudiantes de Lahainaluna demostraron dominio del inglés, frente a casi el 50% el año previo al incendio. Sólo el 5% de los niños obtuvieron resultados competentes en matemáticas.

Encontrar la normalidad puede ser difícil después de un desastre

En Paradise, incluso cuando las escuelas de la ciudad se dedicaron a reconstruir los campus dañados y a atender a los estudiantes y sus familias, la comunidad se enfrentó a otra realidad: nunca volvería a ser la misma.

Casey Taylor, superintendente de la escuela Achieve Charter, describió los primeros meses tras el incendio como la “fase heroica” en la que la comunidad se unió y se comprometió a resucitar su ciudad. Proliferaron los carteles de “Paradise Fuerte” y “Reconstruiremos”.

Pero luego llegó un período más difícil, plagado de desilusiones. Los sobrevivientes del incendio se cansaron de vivir en lugares temporales, y muchos se sintieron abrumados por las molestias y los gastos de la reconstrucción. Viejos amigos y vecinos comenzaron a mudarse, lo cual trajo consigo aún más pérdidas, agregó Taylor.

“Duele”, manifestó Taylor, originaria de Paradise y cuya casa fue destruida en el incendio. “Tu comunidad simplemente empieza a desmoronarse”.

La matrícula en Paradise Unified ha ido en aumento, pero todavía es menos de la mitad de lo que era antes del incendio: 1.657 el año pasado, en comparación con 3.441 en 2017. Y el alumnado es un poco diferente al de antes del desastre: de bajos ingresos, más diverso y hay más estudiantes con discapacidades. Al menos una cuarta parte de los estudiantes son nuevos en Paradise y no experimentaron el incendio.

Taylor y otros funcionarios escolares de Paradise ahora asesoran a otros distritos que han sufrido un desastre natural, y su sugerencia principal es asegurarse de que los adultos también reciban atención.

“Descubrimos que, inicialmente, los adultos eran quienes más atención necesitaban. Tú piensas que van a ser los niños, pero ellos son mucho más resilientes en ese momento”, dijo Michelle Zevely, superintendente adjunta de programas estudiantiles y apoyo educativo de la Oficina de Educación del Condado de Butte.

En Paradise, la comunidad dependió de los docentes como pilar fundamental en medio del caos. Pero muchos profesores también perdieron sus hogares, lo que significa que lidiaban con las compañías de seguros mientras buscaban nuevos lugares para vivir y se trasladaban largas distancias —en algunos casos, más de 160 kilómetros (100 millas)— para estar con sus alumnos todos los días.

“Los maestros solo necesitaban hablar, o llorar, pero no podían porque estaban en el aula y los estudiantes eran su máxima prioridad”, dijo Tamara Conry, exprofesora de matemáticas de la Escuela Intermedia Paradise, quien ahora trabaja para el sindicato estatal de maestros.

Cuando lo académico se deja de lado

Otra lección de Paradise es la importancia de priorizar lo académico incluso cuando el impulso es dejarlo todo en favor de la salud mental. Durante los primeros años después del incendio, los días escolares se dedicaron casi por completo a actividades socioemocionales y se enviaron terapeutas y consejeros a los campus.

“Al principio, hacíamos mucho arte y cantábamos. Salíamos a pasear a diario. Teníamos cabritos y perros de terapia”, informó Taylor. “Pasábamos mucho tiempo hablando sobre las emociones, porque eso era lo que necesitábamos”.

El enfoque en la salud mental era, sin duda, necesario. Aryah Berkowitz, quien cursaba sexto grado en la escuela Achieve cuando el incendio arrasó con su casa, dos de sus perros y el negocio de su familia, refirió que la terapia y las actividades socioemocionales de los maestros fueron fundamentales para ayudarla a superar los difíciles años posteriores al incendio.

Pero esas actividades no deberían ir en detrimento del álgebra y la lectura, advirtió Taylor.

Berkowitz, quien previamente era una estudiante ambiciosa, fue suspendida dos veces por mal comportamiento después del desastre de 2018. Le tomó cuatro años volver a concentrarse en sus estudios, apuntó ella. Pero agradece a sus maestros y consejeros en Paradise por ayudarla a superar ese momento difícil y encaminarla de nuevo: se graduó de la preparatoria en junio y planea unirse al Ejército con el objetivo de convertirse en guía K-9 —guía de perros de servicio policial o militar.

Taylor recuerda las primeras señales de renovación en Paradise, luego de que el pueblo se convirtiera en algo más que un paisaje lleno de cenizas. Primero abrió una gasolinera, luego se reconstruyó una tienda de comestibles y, finalmente, regresó la celebración “Gold Nugget”. Incluso la tienda de dulces “Joy Lyn” reabrió.

Para Taylor, el momento clave llegó cuando su escuela pudo regresar a su campus original tras operar en una iglesia en Chico durante tres años. Las familias lloraron al ver el nuevo patio de recreo y los edificios escolares recién pintados.

El siguiente hito, dijeron ella y otros, debe ser académico. Los maestros tienen que establecer expectativas más altas y las escuelas deben brindar tutorías y otros tipos de apoyo para ayudar a los estudiantes a ponerse al día. El bienestar emocional y el rigor académico no deben ser mutuamente excluyentes, añadió Taylor.

Es una lección que las escuelas en recuperación aplican en otras zonas del país devastadas por desastres.

Apenas dos años después de los devastadores incendios de Maui, por ejemplo, la preparatoria Lahainaluna ha redoblado sus esfuerzos para preparar a los estudiantes para la universidad, y agregó un seminario de Colocación Avanzada el otoño pasado que retó a los estudiantes con intensos proyectos de investigación y tareas de escritura. La escuela también incrementó el control de asistencia de los estudiantes y contacta a los padres cuando sus hijos no se presentan a clase.

Si bien el rigor y la mayor responsabilidad han sido abrumadores para algunos estudiantes, muchos aceptaron el reto y están orgullosos de lo que han logrado académicamente, según Chapin, el profesor de secundaria local.

“Creo que nuestros éxitos de este año han compensado muchas cosas que podrían habernos paralizado”, dijo.

El Condado Escolar de Paradise Unified inició en junio la reconstrucción de su escuela primaria principal. El campus de 4.274 metros cuadrados (46.000 pies cuadrados) incluirá un laboratorio STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), una cancha de fútbol y un escenario al aire libre.

“Nos llevó casi cinco años ver la luz al final del túnel”, dijo Taylor. “Pero ahora la luz brilla con mucha fuerza”.

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Tagami reportó desde Lahaina, Hawai, y Lurye desde Filadelfia. La periodista estadística Natasha Uzcátegui-Liggett, de CalMatters, contribuyó desde Denver.

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