“Saben que los mantendremos con vida”: dentro del primer sitio de inyección de drogas supervisado de EE.UU.
Después de un año con un récord de muertes por sobredosis en los EE.UU., un nuevo y audaz experimento en Nueva York tiene como objetivo cambiar este rumbo, Richard Hall escribe
John saca dos bolsas pequeñas y las coloca frente a él, de las cuales cada una contiene un polvo blanco. Sostiene una frente a una luz y la toca para examinar el contenido.
“Esto definitivamente es fentanilo”, dice. “¿Ves el color blanco? La heroína no es de ese color”.
Deja caer el polvo en una pequeña olla de agua y espera a que se disuelvan las protuberancias. Llena su jeringa, extrae el líquido a través de un filtro y hace una pausa. Es un ritual que ha llevado a cabo innumerables veces antes, pero algo ha cambiado desde hace poco. Ahora tiene ayudantes. Mientras prepara su inyección, un miembro del personal capacitado se acerca para ayudarlo a colocarse un torniquete en el brazo. También hay varios otros miembros del personal capacitados disponibles. Lo vigilan con cuidado mientras inyecta la droga en su vena.
Lo que es un acto cotidiano para John es un experimento audaz para la ciudad de Nueva York y, también para el país. Esta pequeña habitación en la parte trasera de un antiguo intercambio de agujas en el este de Harlem es el primer sitio de consumo supervisado sancionado del país, un lugar donde los usuarios de drogas pueden consumir de manera segura y sin temor a ser arrestados.
“Después de que terminas de consumir, y de verdad estás volando, te ponen en una silla, te dan de comer, y te dan oxígeno. Son geniales aquí, muy comprensivos. Incluso cuando la gente se asusta por los estimulantes o las alucinaciones”, dice John, de 29 años.
A los usuarios se les otorgan agujas limpias, equipo desinfectante, filtros, solución salina, un cubículo privado e incluso una toalla caliente para ayudar a encontrar una vena. Si tienen una sobredosis, el personal capacitado está allí para administrar medicamentos para revertir los efectos de una sobredosis de opioides.
“He visto como salvan a 12 personas con mis propios”, dice John. “Este entorno es mucho más seguro. Nunca he tenido una sobredosis, pero si la tuviera, entonces este sería el lugar en el que quisiera estar”.
La necesidad de una acción urgente para abordar la crisis de los opiodes quedó subrayada por el índice récord de muertes por sobredosis en los EE.UU. en los últimos años, una tendencia que empeoró durante la pandemia. Más de 100.000 personas murieron por sobredosis en los 12 meses previos a abril del 2021, y las principales causas fueron el aumento en el uso y el uso accidental de la droga sintética fentanilo. Más de 2.000 de estas sobredosis ocurrieron en Nueva York. Este centro y su sitio asociado en Washington Heights, ambos ex intercambios de agujas, tienen como objetivo salvar vidas al estar allí en el momento que cuenta, en los primeros segundos en que se produce una sobredosis. OnPoint NYC, la organización sin fines de lucro que administra los dos sitios, dice que han evitado 124 sobredosis desde su apertura el 30 de noviembre, mucho más de lo que estimaban.
Que estos centros existan es el resultado de un esfuerzo de años por parte de los activistas en la primera línea de la crisis de las drogas, quienes instaron a los legisladores a estudiar y replicar el éxito de programas similares en Europa y Canadá. Bill de Blasio autorizó los sitios en uno de sus últimos actos como alcalde de la ciudad de Nueva York, calificándolos de “una forma segura y eficaz de abordar la crisis de los opiáceos”. El nuevo alcalde de la ciudad, Eric Adams , también ha expresado su apoyo al programa.
Sam Rivera, el director ejecutivo de OnPoint NYC, recuerda bien las décadas de fracasos. Trabaja desde hace 30 años en los campos de la adicción a las drogas y la prevención del VIH SIDA. Durante años, dice, la percepción pública hacia los usuarios de drogas ha impactado la política para enfrentar la crisis de las drogas.
“La forma en que la gente ve a los usuarios de drogas es como desechables: deshacerse de ellos, meterlos en la cárcel. Creo que mucho de eso es miedo a lo desconocido”, dice.
“Ha sido una carrera de relevos durante muchos, muchos años para llegar a este punto. Muchos colegas que he perdido y quiero, amigos y familiares que he perdido y quiero, que han luchado por este tipo de intervención porque saben que funciona. Saben que los mantendremos con vida.
“Suena tan radical, pero lo radical es lo que funciona, ¿no?”
Los sitios también han enfrentado cierta oposición. Algunos residentes locales han expresado su preocupación de que el centro atraiga a usuarios de drogas de toda la ciudad a su vecindario. El reverendo Al Sharpton también expresó su oposición poco después de que el sitio abriera sus puertas: “Somos compasivos y queremos ayudar a toda la población vulnerable de la ciudad de Nueva York, sin embargo, no podemos ser complacientes con respecto al proceso de décadas de racismo sistémico que ha sobresaturado nuestra comunidad”, dijo en un comunicado.
Los dos sitios operan en una especie de zona gris de la jurisdicción: la ley federal aún no permite sitios de inyección supervisados legales. El Departamento de Justicia bajo Donald Trump demandó para detener la apertura de un sitio de inyección supervisada en Filadelfia. Pero los funcionarios de la ciudad aprobaron el sitio y, según se informa, trabajan con la administración de Biden para encontrar que camino a seguir.
Rivera admite que los programas de inyección segura han enfrentado una oposición significativa a lo largo de los años, pero dice que los tiempos cambiaron. Él acredita la administración presidencial correcta en el momento correcto y el equipo correcto. Su colega, Kailin See, directora en jefe de OnPoint NYC, fue una parte clave de ese esfuerzo. Llegó al centro después de haber trabajado en el único otro sitio de inyección supervisado legal en América del Norte, en Vancouver, Canadá.
Su experiencia allí le enseñó que proporcionar un lugar seguro para los usuarios de drogas era solo una parte de la historia.
“No hay nada que vea en ninguno de los sistemas de tratamiento, recuperación, vivienda, educación, empleo, que me demuestre una voluntad real de darles la bienvenida a [los consumidores de drogas] a la sociedad. Y así continúa su sufrimiento”, dice ella. “Nuestros sitios reconocen que sus vidas tienen valor y todo el servicio continuo que intentamos construir reconoce que sus vidas tienen valor”.
Como parte de ese esfuerzo, el centro ofrece una gama de servicios más allá de la sala de inyección supervisada. En un piso del edificio hay una “sala de servicios holísticos” con poca luz, donde las personas pueden recibir masajes, acupuntura de oído y reiki. Abajo, las personas que visitan el centro pueden obtener comida caliente, visitar una farmacia o sentarse en un jardín en la parte trasera. Hay una clínica médica en el sitio donde las personas pueden recibir tratamiento y atención médica para la reducción de daños.
“Cada vez que referimos a uno de nuestros empleados a algún lugar, tenemos una falla en el sistema”, dice See. “Nadie alberga a quienes consumen drogas de manera activa, el hospital no los quiere, nadie les da empleo, pueden perder a sus hijos. Así que intentamos de reconstruir el sistema nosotros mismos.
“Si alguien está interesado en el tratamiento allí, solo debe dar dos pasos hasta aquí para obtener atención médica. No hay estigmatización. Nadie te va a tratar de forma terrible. Puedes comer y luego puedes recoger tu receta aquí”, agrega.
Cuando los usuarios visitan OnPoint NYC, primero se registran en una sala de espera en la parte delantera del edificio. El día que The Independent visitó, había mucho ruido y bullicio. Algunas personas comían pastel de cumpleaños, otras comían una comida caliente. Algunos se preparaban para inyectarse y otros ya lo habían hecho.
Un conjunto de puertas en la parte trasera de esa habitación conduce a la sala de prevención de sobredosis. Está revestida con pequeños cubículos a cada lado con espejos frente a ellos. Esos espejos tienen un doble propósito: la mayoría de los usuarios de drogas están acostumbrados a tomar drogas en lugares inseguros, por lo que ayuda a ver lo que hay a su alrededor. También actúa como una medida de seguridad para que puedan ver el efecto de los medicamentos que toman en sí mismos. Más allá de los cubículos hay dos salas para fumadores, para las personas que toman drogas que deben inhalarse, en las que se reproduce música.
En el centro de la sala principal se encuentra un carrito con ruedas con una bandeja que contiene todo lo que alguien pudiera necesitar para tomar sus drogas de manera segura. Hay agujas, curitas, ollas, lazos para ayudar a encontrar una vena, popotes para tomar drogas por la nariz, gasas y toallitas con alcohol. Junto a él hay un “carrito de sobredosis” que contiene medicamentos para intervenir en caso de sobredosis, como la Naloxona.
See dice que muchos usuarios de drogas se han mostrado reacios a entrar a sitios de inyección supervisados donde se usa mucho la naloxona porque de inmediato mata su euforia y los enferma de forma grave. Estar en esos sitios en el momento en que ocurre una sobredosis les permite utilizar diferentes métodos.
“Lo que hizo fue que la gente se pusiera de verdad nerviosa como para venir y usar nuestro programa no autorizado fue el caso de que les diésemos esto y los pusiéramos muy enfermos. Así que ahora, debido a que estamos allí en el mismo momento en que ocurre la sobredosis, ahora les aplicamos una microdosis con naloxona inyectable”, dice ella. “El objetivo aquí es evitar la pérdida de conciencia. Por lo tanto, la mejor práctica es intervenir, incluso en una sobredosis muy fuerte que involucre fentanilo, solo con oxígeno. Solo puedes lograr eso con éxito si estás allí desde el principio. Y es por eso que estos sitios son tan efectivos”.
El personal de esta sala ha sido capacitado para tratar sobredosis al mismo nivel que una enfermera. Sin embargo, la mayoría de las veces, ayudan a los usuarios con cualquier cosa que puedan necesitar para usar sus drogas de manera segura. Eso puede incluir consejos y educación simples, u ofrecer vías de rehabilitación y tratamiento si los usuarios lo solicitan.
“Me gusta mucho decir que lo menos interesante que sucede en esta sala es el consumo en sí de las drogas”, dice See.
A corto plazo, el personal aquí está contento con los números de ingresos que ven. A largo plazo, esperan que su programa provoque un cambio a nivel nacional en la política de drogas.
“Para mí, lo más emocionante es que funciona”, dice Rivera. “En realidad se trata de mantener viva a la gente. Y si siguen con vida, entonces tienen la oportunidad de cambiar sus vidas y mejorarla en una variedad de formas. Todos se enfocan en el hecho de que usan drogas, pero su uso de drogas es un elemento de quiénes son. Mucha de nuestra gente necesita trabajo y vivienda, quieren reunirse con sus familias. Podemos ayudarlos con eso.
“Entonces, el servicio es mucho más grande de lo que podemos capturar en datos. No son solo números. Va más allá que eso”.