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Fue adoptada por un hombre abusivo de EEUU. Décadas después, el ICE la deportó de vuelta a Brasil

Lea Skene,Tim Sullivan
Miércoles, 10 de septiembre de 2025 21:33 EDT

Sonaba a libertad, a un mundo de posibilidades más allá de los muros del orfanato.

Maria Pires iba a ser adoptada. A los 11 años, se vio escapar del caos y la violencia del orfanato de São Paulo, donde había sido agredida sexualmente por un miembro del personal. Se vio dejar Brasil por Estados Unidos, y cambiar el abandono por la pertenencia.

Floyd Sykes III, un hombre soltero de unos 40 años, llegó a São Paulo para conocerla. Firmó unos documentos y se llevó a a Maria a casa.

Llegó a los suburbios de Baltimore en el verano de 1989. Era una niña pequeña con el cabello oscuro y alborotado, una sonrisa nerviosa y apenas una decena de palabras en inglés. La extensa urbanización parecía idílica, con hileras de modestas casas de ladrillo y un patio donde podía jugar fútbol.

Creía que era oficialmente estadounidense.

Pero lo que sucedió en esa casa la atormentaría y marcó el inicio de una larga espiral descendiente de violencia, delincuencia y enfermedad mental.

“Mi padre —mi padre adoptivo—, se suponía que debía salvarme”, dijo Pires. En cambio, la torturó y abusó sexualmente de ella.

Tras casi tres años de abuso, Sykes fue arrestado. El estado trasladó a Pires a un hogar de acogida.

Para entonces, estaba consumida por la ira. En sus peores años, golpeó a un adolescente en una pista de patinaje y lo dejó en coma. Atacó a un guardia de prisión y apuñaló a su compañera de celda con un cepillo de dientes afilado.

En la cárcel descubrió que nadie se había molestado en completar los trámites de su inmigración: ni Sykes, ni las agencias de servicios sociales de Maryland.

Ese descuido la dejaría sin país. Resultó que no era estadounidense, pero había perdido su ciudadanía brasileña cuando fue adoptada por Sykes, quien falleció hace varios años. No obstante, los funcionarios de inmigración, incluidos los del primer gobierno del presidente Donald Trump, le permitieron quedarse en el país.

Tras salir de prisión en 2017, Pires se mantuvo alejada de los problemas y buscó ayuda para controlar su ira. Comparecía una vez al año en el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés) y pagaba por un permiso de trabajo anual.

Pero en el segundo gobierno de Trump —con su promesa de deportaciones masivas, una serie de órdenes ejecutivas y una ofensiva contra quienes el presidente considera “los peores de lo peor”— todo cambió. El enfoque inflexible de Trump en la aplicación de la ley migratoria ha atrapado a decenas de miles de inmigrantes, incluidos a muchos como Pires —quienes llegaron a Estados Unidos de niños y conocen poco, o nada, de la vida fuera de ese país—. Han sido detenidos durante redadas del ICE, en campus universitarios o en otros lugares de sus comunidades, y sus detenciones a menudo provocan las críticas más fuertes.

En el caso de Pires, fue detenida cuando se presentó a una comparecencia de rutina, enviada de una cárcel de inmigración a otra y finalmente deportada a una tierra que apenas recuerda. The Associated Press llevó a cabo entrevistas con Pires y personas que la conocen, y revisó registros judiciales de Maryland, comunicaciones internas del ICE y documentación de adopción e inmigración para contar su historia.

Funcionarios de inmigración estadounidenses dicen que Pires es una peligrosa delincuente en serie que ya no es bienvenida en el país. Su caso, agregan, es claro y simple.

Pires, ahora de 47 años, no niega su pasado criminal.

Pero poco en su historia es sencillo.

Un nuevo capítulo de una infancia marcada por el abuso

Pires no tiene recuerdos claros de antes de ingresar al orfanato. Solo sabe que su madre pasó un tiempo en una institución psiquiátrica.

La organización que posibilitó su adopción fue investigada posteriormente por las autoridades brasileñas por acusaciones de cobrar tarifas exorbitantes y utilizar videos para promocionar como mercancías a los niños disponibles, según un periódico de São Paulo. Los directivos de la organización negaron cualquier acto indebido.

Pires recuerda a un equipo filmando un anuncio de televisión. Cree que fue así como Sykes la encontró.

Bajo la custodia de él, el maltrato empeoró con el tiempo. Cuando Sykes iba a trabajar, a veces la dejaba encerrada en una habitación, encadenada a un radiador con solo un cubo como inodoro. Le daba cerveza y la dominaba cuando ella se resistía a sus agresiones. Empezó a autolesionarse.

Sykes le ordenaba que permaneciera callada, pero ella de todos modos casi no hablaba inglés en ese entonces. En una ocasión, le metió una batería en la oreja a la fuerza como castigo, lo que le causó una pérdida auditiva permanente.

En septiembre de 1992, alguien alertó a las autoridades. Sykes fue arrestado. Funcionarios de bienestar infantil tomaron la custodia de Maria, quien entonces tenía 14 años.

Lilly Price, portavoz del Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS, por sus siglas en inglés) de Maryland, dijo que la agencia no podía comentar sobre casos específicos debido a las leyes de confidencialidad, pero señaló en un comunicado que los padres adoptivos son los responsables de solicitar la ciudadanía estadounidense para los niños adoptados en otros países.

Los documentos judiciales muestran que Sykes admitió haber agredido sexualmente a Maria en múltiples ocasiones, pero afirmó que las agresiones cesaron en junio de 1990.

Posteriormente fue condenado por abuso infantil. Aunque no tenía antecedentes penales previos, los funcionarios judiciales reconocieron un historial de comportamiento similar, como muestran los registros.

Entre crédito por tiempo cumplido y una sentencia de prisión suspendida, Sykes pasó alrededor de dos meses en la cárcel.

Su hermana menor, Leslie Parrish, dijo que a menudo se preguntó qué había sido de Maria.

“Él le arruinó la vida”, dijo entre sollozos. “Hay un lugar especial en el infierno para gente así”.

Parrish dijo que quería creer que su hermano había tenido buenas intenciones: parecía decidido a convertirse en padre, y se unió a un grupo social para padres adoptivos de niños extranjeros. Parrish incluso lo acompañó a Brasil.

Pero en retrospectiva, ahora lo ve de otra manera. Cree que había motivos siniestros que acechaban “en lo más profundo de su mente enferma”.

En las reuniones familiares, Maria no mostraba signos evidentes de aflicción, aunque la barrera del idioma dificultaba la comunicación. Otros comportamientos eran justificados como resultado de su infancia problemática en el orfanato, agregó Parrish.

“Pero a puerta cerrada, no sé qué sucedió”.

Años en prisión y una eventual liberación

La adolescencia de Pires fue difícil. Bebía demasiado y la expulsaron de la escuela por pelear. Escapó de hogares de acogida, incluso de lugares donde le tenían cariño y les importaba.

“Si alguna vez hubo una niña a la que le robaron la vida, esa fue Maria”, escribió una madre de acogida en documentos judiciales posteriores. “Es una persona hermosa, pero ha tenido una vida muy difícil para alguien tan joven”.

Tuvo dificultades para mantenerse a sí misma y en ocasiones terminó en la indigencia. “Mi trauma era muy grande”, dijo. “Estaba sola”.

Se volvió iracunda y violenta. Peleaba con cualquiera que la molestara.

A los 18 años, se declaró culpable de agresión con agravantes por el ataque en la pista de patinaje. Cumplió dos años de prisión, donde finalmente aprendió habilidades básicas de lectura y escritura. Fue entonces cuando las autoridades —y la propia Pires— descubrieron que no era ciudadana estadounidense.

Sus antecedentes penales significaban que sería extremadamente difícil que obtuviera la ciudadanía. De pronto, se enfrentó a la deportación.

Pires dijo que no se dio cuenta de las consecuencias potenciales al aceptar su acuerdo con la fiscalía.

“Si hubiera tenido la menor idea de que podrían deportarme por esto, no lo habría aceptado”, escribió, según los registros judiciales. “Ir a la cárcel era una cosa, pero perderé todo si me deportan de vuelta a Brasil”.

Un equipo de abogados y defensores voluntarios argumentó que ella no debía ser castigada por algo que escapaba a su control.

“Maria no tiene absolutamente a nadie ni nada en Brasil. Estaría completamente perdida allí”, escribió un abogado en una carta de 1999 a los funcionarios de inmigración.

Al final, el sistema judicial estadounidense estuvo de acuerdo: Pires podía permanecer en Estados Unidos si se presentaba anualmente ante el ICE, un proceso bastante común hasta el segundo mandato de Trump.

“¿Cómo estás de la cabeza?”

Pires no aprovechó de inmediato su segunda oportunidad.

Fue arrestada por distribución de cocaína en 2004 y por fraude con cheques en 2007. Durante su encarcelamiento, fue acusada de apuñalar a su compañera de celda en el ojo, quemar a una reclusa con una plancha y arrojar agua caliente a un guardia de prisión. Su sentencia fue extendida.

Pires dijo que pasó varios años en régimen de aislamiento, lo que agravó sus problemas de salud mental.

Su liberación, en 2017, marcó un nuevo comienzo. Mediante terapia y otros servicios de apoyo, aprendió a controlar su ira y a mantenerse alejada de los problemas. Dejó de beber. Empezó a laborar jornadas largas en trabajos de construcción. Comparecía cada año con los agentes de inmigración.

Pero en 2023 el trabajo se agotó y se atrasó con el alquiler. Sintió que su salud mental se deterioraba. Solicitó inscribirse en un programa de vivienda transitoria para mujeres en Baltimore.

Pires prosperó allí. Sin un diploma de secundaria y con un nivel de lectura de apenas segundo grado, calificó para un curso estatal de capacitación laboral para pulir y restaurar pisos. Las fotos la muestran con una sonrisa amplia en su toga de graduación azul.

Sus amigos dicen que Pires puede tener una apariencia dura, pero es conocida por pensar primero en los demás. A menudo saluda a la gente con una pregunta alegre: “¿Cómo estás de la cabeza?”. Es su forma de reconocer que todos llevan alguna carga.

“Es una persona que simplemente anhela una familia”, dijo Britney Jones, excoinquilina de Pires. “Maneja las cosas con mucha compasión y gracia”.

Ambas vivían juntas cuando Pires fue al centro de Baltimore el 6 de marzo para su comparecencia migratoria anual. Nunca regresó.

Una ofensiva contra “los peores de lo peor”

Cuando el presidente Donald Trump hizo campaña para un segundo mandato, redobló sus promesas de llevar a cabo deportaciones masivas. A las pocas horas de asumir el cargo, firmó una serie de órdenes ejecutivas dirigidas a quienes él llamó “los peores de lo peor”: asesinos, violadores y pandilleros. El objetivo, han dicho las autoridades, es 1 millón de deportaciones al año.

En marzo, Pires se presentó en la oficina de inmigración con la documentación que enlistaba todas sus comparecencias de rutina de los últimos ocho años. Esta vez, en lugar de recibir otro informe de cumplimiento, fue esposada y detenida de inmediato.

“El gobierno la defraudó”, dijo el abogado Jim Merklinger. “Permitió que esto sucediera”.

Dado que fue adoptada en el país cuando era niña, no debería ser castigada por algo que estuvo fuera de su control desde el principio, agregó.

Su arresto en marzo desencadenó un viaje por el sistema de detención migratoria de Estados Unidos. De Baltimore fue enviada a Nueva Jersey y después a Luisiana antes de llegar al Centro de Detención Eloy, en Arizona.

Intentó mantenerse positiva. Aunque la retórica antiinmigrantes de Trump la ponía nerviosa, Pires se recordó a sí misma que el sistema le había concedido indulgencia en el pasado. Les dijo a sus amigos en casa que no se preocuparan.

Prioridad de deportación

El 2 de junio, en un intercambio de correos electrónicos obtenido por la AP, un agente del ICE solicitó que se le diera prioridad a Pires para un vuelo de deportación a Brasil que salía en cuatro días.

“Me gustaría mantenerla de la manera más discreta posible”, escribió el agente.

El abogado de ella intentó detener la deportación y llamó a políticos de Maryland, funcionarios del ICE y diplomáticos brasileños.

“Esta es una mujer que siguió todas las reglas”, dijo Merklinger. “Esto no debería estar pasando”.

Recibió llamadas aterrorizadas de Pires, quien fue trasladada repentinamente a un centro de detención cerca de Alexandria, Luisiana —un punto de paso común para los vuelos de deportación—.

Finalmente, reportó Pires, la esposaron, le pusieron grilletes, la subieron a un autobús con docenas de otros detenidos, la llevaron al aeropuerto de Alexandria y la subieron a un avión. Había un grupo grande de brasileños en el vuelo, lo cual fue un alivio —aunque ella apenas hablaba portugués después de tantos años en Estados Unidos—.

“Solo le rezaba a Dios”, dijo. “Quizás este sea su plan”.

Después de dos escalas para dejar a otros deportados, llegaron a la ciudad portuaria brasileña de Fortaleza.

Empezar de cero de regreso en Brasil

Las autoridades brasileñas llevaron a Pires a un refugio para mujeres en una ciudad del interior en la parte este del país.

Ha pasado meses allí en su intento por obtener documentos de identidad brasileños. Empezó a aprender de nuevo portugués al escuchar conversaciones a su alrededor y ver televisión.

La mayoría de sus pertenencias están en un almacén de Baltimore, incluidos equipo de DJ y un trípode que usaba para grabar videos —dos de sus pasiones—.

En Brasil no tiene casi nada. Depende del refugio para tener artículos de primera necesidad como jabón y dentrífico. Pero mantiene un cierto grado de esperanza.

“He sobrevivido todos estos años”, dijo Pires. “Puedo sobrevivir de nuevo”.

No puede dejar de pensar en su familia biológica. Hace años, se tatuó el segundo nombre de su madre. Ahora, más que nunca, quiere saber cuáles son sus orígenes. “Todavía tengo ese vacío en el corazón”, expresó.

Más que nada, espera regresar a Estados Unidos. Su abogado presentó recientemente una solicitud de naturalización. Pero las autoridades federales dicen que eso no va a suceder.

“Era una prioridad para las autoridades debido a sus antecedentes penales en serie”, dijo Tricia McLaughlin, subsecretaria del Departamento de Seguridad Nacional, en un correo electrónico. “Los delincuentes no son bienvenidos en Estados Unidos”.

Cada mañana, Pires se despierta y sigue con su intento por construir una nueva vida. Ha solicitado un permiso de trabajo brasileño, pero conseguir empleo probablemente le resultará difícil hasta que su portugués mejore. Ha buscado clases de idiomas y usa su vocabulario limitado para comunicarse con otras residentes del refugio.

En sus momentos de optimismo, se imagina trabajar como traductora, ganar un salario decente y alquilar un apartamento bonito.

Se pregunta si el plan de Dios se le aclarará alguna vez.

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Mauricio Savarese contribuyó desde São Paulo, Brasil.

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