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De Jackson a McKinley: Lo que nueva elección de ídolo presidencial de Trump revela sobre sus metas

Will Weissert
Lunes, 01 de septiembre de 2025 15:32 EDT

En su primer gobierno, el presidente favorito de Donald Trump —además de él— era Andrew Jackson, el populista de semblante cortante que se forjó a sí mismo y disfrutaba de poner de cabeza a Washington.

Ahora se inclina por el corpulento e infaliblemente cortés William McKinley, defensor tanto del expansionismo estadounidense como de los aranceles, la política favorita de Trump en su segundo mandato.

El cambio de actitud de Trump, en lugar de simplemente sustituir una fascinación por otra, demuestra cómo han cambiado su mentalidad y sus prioridades.

La admiración del presidente republicano por McKinley encaja con su política actual, que es diferente a la de cuando asumió el cargo por primera vez en 2017. Un objetivo político clave para Trump en aquel entonces eran las élites, que su gobierno predijo que podrían derrumbarse ante un levantamiento de la clase trabajadora al estilo de Jackson.

En su segundo discurso inaugural, Trump elogió a McKinley como un “empresario nato” que “enriqueció enormemente a nuestro país mediante aranceles y talento”.

Trump utilizó una orden ejecutiva en su primer día en el cargo para restaurar el nombre del pico más alto de Norteamérica —el Monte McKinley— y más recientemente ha mencionado en repetidas ocasiones al 25to presidente ahora que sus cuantiosos aranceles han puesto al mundo en preparativos para una guerra comercial no vista desde la Ley de Aranceles McKinley de 1890.

Jackson apenas ha merecido alguna mención.

“En su primer mandato, bueno, McKinley era un pez gordo”, dijo H.W. Brands, profesor de Historia en la Universidad de Texas y autor de “Andrew Jackson: His Life and Times” (Andrew Jackson: Su vida y su época). “Así que, si vas a ser populista, no vas a ser un McKinley”.

Pero Jackson, señaló Brands, odiaba los impuestos a las importaciones.

“Así que, si los aranceles son lo tuyo, Andrew Jackson ya no es tu hombre. Tienes que buscar a alguien cuyo nombre se relacione con un arancel”, resaltó.

La Casa Blanca asegura que este cambio no representa una desviación de los objetivos del primer mandato de Trump, sino simplemente que apuesta más por nuevas herramientas —en este caso, los impuestos a las importaciones— para alcanzarlos.

“El presidente Trump nunca ha flaqueado en su compromiso de poner a la clase trabajadora estadounidense por encima de los intereses especiales, y su forma de canalizar la agenda arancelaria del presidente McKinley es un indicativo de cómo utiliza todos los recursos del poder ejecutivo para beneficiar al pueblo estadounidense”, declaró el portavoz Kush Desai.

Sin embargo, muchos de los principales asesores actuales de Trump son veteranos del sector financiero, deseosos de ayudar al presidente a doblegar el sistema económico a su antojo, en lugar de remodelarlo desde abajo.

Esto ha significado que Trump ha centrado su ira política en otros países y en los “globalistas” que apoyaron el libre comercio internacional. Quiere establecer un nuevo orden económico que priorice los intereses estadounidenses, y ha optado por imponer fuertes impuestos a las importaciones para que sus socios comerciales negocien acuerdos más favorables, como la forma más eficiente de lograr eso.

Las cambiantes prioridades económicas de Trump

Los impulsos jacksonianos del presidente no están del todo inactivos. Estableció algunos aranceles durante su primer mandato y ahora revoluciona a Washington con sus esfuerzos por recortar drásticamente la plantilla federal y llenar la burocracia con personas leales a él. También ha priorizado el antagonizar a las “élites” de las universidades de la “Ivy League” —un grupo de ocho universidades prestigiosas de Estados Unidos— y a los principales bufetes de abogados.

En su retórica, Trump también ha mitificado el poder de los impuestos a las importaciones, a pesar de que la historia cuenta una historia diferente. Los aranceles de la era McKinley —que reflejaron de manera general a la Edad Dorada— aumentaron los ingresos del gobierno federal, pero también generaron una sociedad muy estratificada entre ricos y pobres.

Pero, así como su admiración a Jackson ayudó a Trump —un magnate que tenía poco en común con muchos votantes de clase trabajadora a los que cortejaba— a asumir en su primer mandato el manto del populismo moderno, McKinley le ofrece una justificación intelectual y un precedente histórico para su adoración por los aranceles.

“Es, claramente, un cambio de ambiente”, dijo Eric Rauchway, profesor de Historia de la Universidad de California, Davis, y autor de “Murdering McKinley: The Making of Theodore Roosevelt’s America” (El asesinato de McKinley: la construcción del Estados Unidos de Theodore Roosevelt).

También es un ejemplo de cómo Trump toma medidas políticas para encaminar al país en una dirección determinada —o simplemente declarar lo que quiere que sea verdad— y luego trabaja hacia atrás para construir un argumento que justifique por qué sus corazonadas eran las correctas desde el principio.

“La relación de Trump con la Historia, y con tantas otras cosas, es completamente transaccional”, afirmó Daniel Feller, profesor emérito de la Universidad de Tennessee y exeditor de “The Papers of Andrew Jackson” (Los documentos de Andrew Jackson).

Del “Presidente del Pueblo” al “Napoleón de las Protecciones”

Jackson fue el fundador del Partido Demócrata, aunque muchos en la izquierda ahora lo rechazan porque poseía esclavos e impuso el “Sendero de las Lágrimas” —la reubicación forzada de tribus originarias del sudeste de Estados Unidos. Huérfano desde los 14 años, Jackson aprendió Derecho por su cuenta y con el tiempo se hizo rico.

No obstante, se forjó una imagen política en torno a la defensa de los estadounidenses ordinarios. Trump, durante su primer mandato, se refirió a Jackson como el “Presidente del Pueblo”.

McKinley, quien fue asesinado en 1901, seis meses después de iniciado su segundo mandato, nació en Niles, Ohio, a las afueras de Youngstown. Luchó con el ejército de la Unión y, a lo largo de su carrera política, prefirió que lo llamaran “mayor”, el título honorífico que obtuvo durante la guerra de Secesión —la guerra civil estadounidense.

Como congresista, McKinley era conocido como el “Napoleón de las Protecciones” por promover la Ley Arancelaria de 1890, que aumentó drásticamente los impuestos a la importación de miles de productos en un esfuerzo por proteger a los productores estadounidenses cuando no existía el impuesto federal sobre la renta. Al final, esa ley aumentó los precios a nivel nacional, perjudicó a los exportadores estadounidenses y contribuyó a desencadenar el Pánico de 1893, la peor recesión económica hasta la Gran Depresión.

McKinley, además, representó un estallido de la expansión colonial estadounidense: Anexó Hawai y supervisó que Estados Unidos tomara control de Filipinas. Su gobierno también adquirió nuevos territorios en Guam y Puerto Rico, estableció un gobierno militar en Cuba y envió tropas a China.

Hoy, Trump ha hablado sobre que Estados Unidos invada a Panamá y Groenlandia, convierta a Canadá en el estado número 51 y transforme la Franja de Gaza en la “Riviera” de Oriente Medio.

En julio, al comentar sobre cuál de sus predecesores obtuvo espacio privilegiado en los muros de la Casa Blanca, Trump mencionó a “el Gran Andrew Jackson”. Pero elogió a McKinley, y dijo que Estados Unidos “fue el más rico” entre 1870 y 1913, cuando era “un país con aranceles absolutos”.

“Tuvimos un par de presidentes que fueron muy, muy fuertes”, dijo entonces Trump a su gabinete. “McKinley, supongo, más que nadie”.

La semana pasada, en redes sociales, un asesor de Trump publicó la fotografía de un nuevo retrato con marco dorado en el Ala Oeste —donde se ubica el Despacho Oval—, en que se ve a Trump junto a McKinley, Abraham Lincoln, Thomas Jefferson y Henry Clay sobre el título “The Tariff Men” (Los hombres de los aranceles). Lincoln utilizó impuestos elevados a las importaciones para financiar la Guerra de Secesión; Jefferson era un defensor del libre comercio, pero apoyó algunos aranceles para impulsar las industrias nacionales. Clay, como presidente de la Cámara de Representantes, contribuyó a la aprobación de una importante ley arancelaria en 1824.

Aranceles perjudicaron a los republicanos en la época de McKinley

Lo que Trump no menciona es que los aranceles de McKinley contribuyeron a que el Partido Republicano perdiera la mayoría en la Cámara de Representantes en 1890, con el propio McKinley entre los derrotados. Regresó a Ohio, fue elegido gobernador y, a pesar de terminar en bancarrota por una mala inversión en una fábrica de láminas de hojalata, ganó la Casa Blanca en 1896.

Sin embargo, dijo Rauchway, después de eso McKinley en realidad no impulsó tanto los aranceles tras su experiencia con ellos en el Congreso. Justo antes de ser asesinado, McKinley también destacó la necesidad del comercio internacional.

Eso no impidió que Trump —al anunciar aranceles generalizados a todo el mundo en abril— dijera que Estados Unidos había sido “robado, saqueado, violado y despojado por naciones cercanas y lejanas”.

Su defensa de los aranceles no es totalmente nueva. En su primer mandato, Trump impuso un aumento en los impuestos a las importaciones de paneles solares, lavadoras y acero y aluminio. También elogió a McKinley ocasionalmente, como cuando dijo en un discurso de 2019 que el 25to presidente estadounidense “era muy firme en la protección de nuestros activos y en la protección de nuestro país”.

Pero Trump admitió en ese mismo discurso: “Me salí totalmente del guion”.

Ese ya no es el caso. Trump promueve continuamente el lugar de McKinley en la Historia.

“McKinley fue un gran presidente que nunca recibió reconocimiento”, dijo Trump durante la reunión de gabinete del mes pasado.

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