Antes de ser rescatistas o rastreadores de drogas, los cachorros del ejército mexicano van al kínder

E. Eduardo Castillo
Lunes, 02 de octubre de 2023 01:24 EDT

En un campo militar a las afueras de Ciudad de México se ubica el kínder de los perros.

En éste, el Centro de Producción Canina del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos, los cachorros que se convertirán en perros de rescate o rastreadores de drogas y explosivos reciben su entrenamiento básico. Aquí nacen y pasan sus primeros cuatro meses, cuando son enviados a distintas unidades militares alrededor del país para recibir una instrucción especializada.

Fundado en 1998, el centro cría 300 cachorros de pastor belga malinois al año. Hace un tiempo también tenía pastores alemán y rotweillers. Ya no.

El director del centro, el coronel médico veterinario Alejandro Camacho Ibarra, explica que el pastor belga malinois es una raza muy inteligente, con mucha rusticidad y muy resistente a enfermedades "Y eso nos apoya mucho para las cuestiones de trabajo”.

Agrega que es el único centro de producción que tiene el ejército en México y podría ser el más grande en América Latina.

Las instalaciones del centro, construcciones de un piso en su mayoría pintadas de verde y blanco, son similares a las de cualquier otra del campo militar 37-C, en la localidad de San Miguel de los Jagüeyez, Estado de México. La diferencia aquí está en los sonidos que llenan el ambiente: ladridos agudos de docenas de cachorros en distintos espacios, desde las maternidades a las áreas de entrenamiento.

Aquí la seguridad de los cachorros es lo primero. Hace unas semanas hubo un brote de parvovirus que enfermó a algunos cuadrúpedos, así que en estos días las precauciones son aún mayores. Antes de ingresar a cualquier área, la gente tiene que ser desinfectada: te rocían con un spray —enfrente, de espaldas y las suelas de los zapatos— y tienes que mojar de nuevo —ahora tú— la planta del calzado en una solución dentro de una charola colocada en cada entrada.

Nadie puede tocar a los cachorros, sólo el personal militar que trabaja ahí. ¿Quieres acercarte a ellos? Entonces tienes que ponerte una bata y gorra quirúrgica, protectores de zapatos y cubrebocas. Y aún así, sólo puedes verlos, no cargarlos ni acariciarlos.

Un mes después de nacidos, y cuando han dejado de ser amamantados por su madre, empieza el entrenamiento. El coronel dice que la enseñanza se basa en el juego.

La idea, comenta, es que identifiquen y persigan lo que llaman un “atractor”, que puede ser una pelota o un trapo. Los entrenadores lo usan como si se tratara de una presa: lo toman, se lo enseñan al perrito, corren y los llaman mientras lo mueven hasta que los cachorros lo atrapan. Diario, una y otra vez.

“El perrito va a ir sobre su presa y cada vez que él sujete a su presa... se le premia, se le felicita”, dice el coronel.

Aquí no es como en la vida civil, donde la gente suele dar una croqueta o comida a su mascota por haber hecho algo bien. En el ejército, los premios son caricias y palabras de reconocimiento.

Los cachorros que hoy están en el centro aún no tienen nombre, pero pronto recibirán uno.

El coronel Camacho explica que asignan un número a los canes cuando nacen y al superar los tres meses de edad son propiamente nombrados. Cada año, el nombre se da a partir de una letra del abecedario. En 2023 es la “F” y ninguno puede llamarse igual.

Febo, Frodo, Fósil, Forraje, Fido, son algunos de los nombres este año. Algunos se los ponen los militares, pero a veces piden ayuda a civiles. No se les pueden poner nombres de personas, de cosas que puedan generar confusión o que el ejército considere inapropiados.

“No le puedo poner a un perro ‘Fentanilo’, porque si no... ¿cómo anda buscando fentanilo el ‘Fentanilo’?", dice el coronel.

El entrenamiento básico concluye cuando cumplen cuatro meses. En ese momento son enviados a las unidades militares donde recibirán adiestramiento de obediencia y a partir de los ocho empezará la capacitación específica en búsqueda, rastreo, detección de drogas y explosivos, guardia y protección. Cuando un perro cumple un año y medio, está listo para empezar sus labores militares, que se extienden por ocho años y luego los animales se retiran.

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha fortalecido la participación de las fuerzas armadas en diferentes actividades en el país, desde labores de seguridad pública hasta el apoyo en la construcción y manejo de aeropuertos e incluso de un tren turístico. En varias de las actividades castrenses, las unidades caninas son importantes, como en la detección de drogas.

Aunque innumerables perros militares participan en varias misiones dentro y fuera de México, muy pocas veces se conoce su identidad. Recientemente resonó el nombre de Proteo, un pastor alemán que nació en el centro y fue parte de un equipo mexicano de rescate enviado en febrero a Turquía para ayudar con las labores de búsqueda tras el terremoto de 7,8 grados que dejó más de 40.000 muertos.

Proteo murió durante la búsqueda de sobrevivientes y ahora una estatua de él se erige en el Centro de Producción Canina del Ejército.

Otro perro célebre fue Frida, una labradora color miel que formaba parte del equipo de rescate de la Marina. Saltó a la fama días después del temblor de 7,1 del 19 de septiembre de 2017, que provocó la muerte de más de 300 personas en la capital. Frida se retiró en 2019 y murió en 2022.

El coronel Camacho cuenta que algunos perros nacidos en el centro reciben actualmente capacitación para detectar fentanilo, un opioide sintético traficado por carteles mexicanos y que ha sido señalado como la causa de muerte por sobredosis de más de 70.000 personas en Estados Unidos.

El entrenamiento especializado se da en cada unidad, pero el coronel explica que consiste en impregnar un “atractor” con el aroma de lo que el perro necesite rastrear, como el fentanilo.

El primer acercamiento que los perros tienen con ese “atractor” inicia en el centro del Estado de México, cuando son cachorros.

Una sesión de entrenamiento de perros jóvenes ocurre más o menos así: junto a un área cubierta de pasto, hay una pista en forma de escuadra que tiene distintos tipos de terreno y algunos obstáculos, como rocas de diferente tamaño y textura; un túnel, una zona llena de botellas de plástico vacías, una escalera y algunas llantas. El reto es que el cachorro cruce corriendo, que no se detenga y al final atrape el “atractor” que su entrenador sostiene.

”¡Pista, pista!”, grita el soldado-entrenador para indicar a otro militar que es momento de soltar a los canes. Y, entonces, dos pequeños cuerpos café de hocico negro salen disparados.

“¡Fiuu, fiuuu, fiuuu!”, les silban, una, múltiples veces.

Los cachorros recorren el tramo en pocos segundos —diez, doce— la primera vez. Uno toma la delantera y apenas vacila cuando cae a la zona llena de botellas, donde el segundo se retrasa un poco sin dejar de avanzar. Ambos lo logran, cruzan el final y se abalanzan sobre el trapo que su manejador sacude.

“¡Muy, muy bien, hijos!”, grita el entrenador mientras camina por el campo.

Los dos cachorros seguirán prendidos a la jerga unos minutos y, cuando él se los indique, la dejarán ir.

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