El problema del uso de pantallas no es el tiempo, sino cómo y cuándo las usamos
Los resultados apuntan a una comprensión más matizada de cómo las redes sociales afectan a nuestra salud mental
¿Y si el problema de las redes sociales no fuera cuánto las usamos, sino cuándo? Un nuevo estudio sugiere que escrolear y postear a altas horas de la madrugada puede ser una señal de alarma para el bienestar mental, y sus efectos podrían ser tan importantes como los del consumo excesivo de alcohol.
Para el estudio, publicado en Scientific Reports, mis colegas y yo analizamos los hábitos de Twitter (ahora X) de 310 adultos y descubrimos que los que publicaban regularmente entre las 11 de la noche y las 5 de la mañana mostraban un bienestar mental significativamente peor que los usuarios diurnos. Este hallazgo cuestiona la obsesión política actual por limitar el tiempo frente a las pantallas y apunta hacia una comprensión más matizada de cómo las redes sociales afectan a nuestra salud mental.
Con el apoyo del 68 % de la población, Australia aprobó una ley por la que se prohíben las redes sociales a los menores de 16 años. Se están debatiendo propuestas similares en todo el mundo occidental, donde los legisladores citan la creciente preocupación por la salud mental de los jóvenes. Pero, ¿es tan sencilla la solución? La ciencia cuenta una historia más complicada.
Los estudios que analizan el uso de las redes sociales encontraron vínculos a una peor salud mental, una mejor salud mental e incluso ningún cambio en absoluto. Y un amplio análisis de más de 350.000 personas reveló que, aunque pasar más tiempo en las redes sociales se asociaba a una peor salud mental, el efecto era minúsculo.

El problema de esta investigación es su fijación en la cantidad de tiempo que se pasa en las redes sociales. Dos personas pueden pasar la misma cantidad de tiempo en las redes sociales y, sin embargo, tener experiencias completamente diferentes: uno se desplaza sin interactuar, mientras el otro participa en tensas conversaciones nocturnas. La diferencia de comportamiento importa, y también la plataforma en la que se produce.
Las prohibiciones totales eliminarán los efectos nocivos, pero también los beneficios potenciales. Muchos jóvenes confían en estas plataformas para formar y mantener amistades. Para quienes ya tienen problemas mentales, las redes sociales pueden proporcionar apoyo, orientación y una comunidad que, de otro modo, quedarían fuera de su alcance.
Por otro lado, el consumo nocturno podría retrasar la hora de acostarse, mermar la calidad del sueño y, en consecuencia, perjudicar la salud mental. El daño puede intensificarse con actividades altamente interactivas, como publicar contenido o enviar mensajes, en comparación con la navegación pasiva.
Entender qué hace la gente en las redes sociales —y, sobre todo, cuándo lo hace— es esencial para comprender su efecto real.
Las pantallas y la noche: lo que encontramos
Nuestro estudio exploró esta cuestión utilizando datos reales de Twitter de los participantes en el Avon Longitudinal Study of Parents and Children, que se emparejaron con evaluaciones detalladas de salud mental reportadas por ellos mismos. Entre ellas se incluye la Escala de Bienestar Mental de Warwick-Edinburgo, una medida de 14 ítems sobre cómo se siente y funciona una persona. Elaboramos modelos estadísticos con el objetivo de predecir estas medidas de salud mental a partir de la hora promedio del día en que nuestros participantes publicaron sus tuits.
Encontramos pruebas fehacientes de que el tiempo que alguien publica en Twitter está relacionado con su bienestar mental. La hora de publicación supuso alrededor del 2 % de las diferencias de bienestar entre los participantes. Puede parecer poco, pero es un efecto similar al observado en otras investigaciones sobre el consumo excesivo de alcohol.
Los tuiteros nocturnos habituales (de 11 p. m. a 5 a. m.) declararon sistemáticamente un peor bienestar mental que los que publicaban principalmente durante el día.
Acerca del autor
Daniel Joinson es doctor en Ingeniería y Matemáticas en la Universidad de Bristol.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation y se distribuye bajo licencia Creative Commons. Puedes leer el artículo original aquí.
También analizamos la relación entre los tiempos de publicación y los síntomas de depresión y ansiedad. Mientras que el bienestar mental registra el lado positivo de la salud mental, la depresión y la ansiedad reflejan problemas específicos que pueden socavarla.
Los vínculos entre el tiempo de desplazamiento y estos síntomas fueron en general poco marcados, aunque variaron según la edad y el sexo. Por ejemplo, la relación entre el tiempo de publicación y la ansiedad fue aproximadamente el doble de pronunciada en los participantes de mayor edad: el tiempo de publicación explicaba el 1,3 % de las diferencias en los niveles de ansiedad entre los usuarios de más edad, frente al 0,6 % entre los más jóvenes.
Sigue habiendo cuestiones críticas. ¿Estamos siendo testigos de las consecuencias nocivas de hacer publicaciones a altas horas de la noche, o es que las personas con peor salud mental gravitan hacia el uso nocturno de las redes sociales? ¿Se trasladan estos patrones a otras plataformas o a diferentes grupos demográficos, en particular adolescentes y niños?
Si el uso nocturno de las redes sociales perjudica realmente la salud mental, podrían ser valiosas soluciones específicas. TikTok acaba de lanzar “wind down”, que sustituye la página de inicio para menores de 16 años por música relajante y ejercicios de respiración a partir de las 10 p. m. Y en el Reino Unido, el gobierno está estudiando ahora una legislación para restringir múltiples plataformas después de las 10 p. m. para este grupo de edad.
El uso nocturno demuestra cómo la política y las plataformas pueden abordar comportamientos potencialmente nocivos sin recurrir a prohibiciones rotundas. Representa un alejamiento de las burdas mediciones del tiempo frente a la pantalla y un cambio hacia la consideración de lo que la gente hace, cuándo y dónde lo hace, y quiénes son.
Este enfoque nos lleva más allá de las simples mediciones hacia una mejor comprensión de cómo nuestra vida digital afecta a nuestra salud mental.
Traducción de Olivia Gorsin