¿Qué reveló un estudio sobre quienes creen en teorías conspirativas acerca de por qué las difunden?
¿Qué lleva a las personas a creer en teorías conspirativas y cómo se propagan? Robin Canniford, Stephen Murphy y Tim Hill examinan la evidencia

Durante años, la psicología ha explorado cómo ciertos rasgos de personalidad o una inclinación hacia el pensamiento irracional podrían predisponer a las personas a creer en teorías de conspiración. No obstante, estos factores individuales no bastan para explicar los procesos sociales y colectivos mediante los cuales estas ideas están ganando fuerza e influencia.
En el transcurso de cinco años, los investigadores se acercaron y entablaron vínculos con personas que estaban en proceso de adoptar visiones conspirativas. Los hallazgos de su nuevo estudio revelan algo sorprendente: lo que impulsa a muchas de estas personas no es la alienación social, sino un fuerte sentido de activismo comunitario.
Contrario al estereotipo del “guerrero del teclado” solitario y desconectado del mundo real, los teóricos de la conspiración actuales se están organizando activamente. Reclutan simpatizantes, protestan frente a centros de vacunación y han llegado incluso a vandalizar infraestructuras clave como antenas de telecomunicaciones o semáforos.
En nuestra investigación, analizamos el creciente interés por las teorías de conspiración y cómo surge el activismo vinculado a ellas. Los estudios inmersivos con teóricos de la conspiración son poco comunes, en parte por la dificultad de establecer confianza con estas comunidades. Sin embargo, al revelar abiertamente nuestro rol como investigadores, logramos generar vínculos genuinos con varias personas, quienes compartieron valiosos testimonios sobre qué las motiva a involucrarse en estos movimientos.

En particular, dialogamos con personas que sostenían teorías conspirativas vinculadas a la tecnología 5G, la pandemia de COVID-19, las llamadas “ciudades de 15 minutos” y los barrios de bajo tráfico. También participamos activamente en foros en línea y recorrimos diversas regiones del Reino Unido para asistir a reuniones públicas y conferencias. Gracias a este enfoque de investigación inmersiva, identificamos un patrón recurrente: muchas personas siguen una trayectoria que comienza con un interés inicial en estas narrativas, continúa con la integración en comunidades afines y, en algunos casos, culmina en formas de activismo más visibles.
Despertares
La creencia en teorías de conspiración suele surgir a raíz de experiencias traumáticas: pérdidas laborales, la muerte de un ser querido u otras situaciones dolorosas pueden despertar sentimientos de ira, frustración y desconfianza hacia los servicios públicos, las figuras de autoridad o los expertos. Esto ocurre, en particular, cuando las personas sienten que esos eventos trágicos o destructivos pudieron haberse evitado. En tales casos, las emociones intensas suelen impulsar una búsqueda urgente de explicaciones.
Cuando las teorías conspirativas ofrecen respuestas a experiencias personales dolorosas o a miedos colectivos —como los relacionados con el COVID-19 o el cambio climático—, muchas personas atraviesan lo que describen como auténticos “despertares”. Se trata de momentos de supuesta revelación, en los que llegan a convencerse de que sus problemas tienen un origen oculto: grupos poderosos y secretos que manipulan el rumbo de la sociedad desde las sombras.
Una de las personas entrevistadas lo expresó de la siguiente manera: “Las teorías de conspiración me permitieron entender cómo funciona el mundo… fue como si encendieran una luz en mi cabeza y, de pronto, pudiera verlo todo con claridad”.
Las personas rara vez experimentan su “despertar” de forma aislada. En los grupos de chat en línea, las personas descubren a otras que atraviesan dificultades similares. En reuniones públicas, las creencias en distintas teorías se fortalecen a través de interacciones donde se comparten sospechas y se buscan responsables para explicar ciertos acontecimientos. Este intercambio emocional alimenta un sentido de comunidad, generando una atmósfera cargada de energía, empatía y entusiasmo colectivo.
La progresiva pérdida de espacios tradicionales de encuentro —como bares, plazas o centros comunitarios—, sumada a los crecientes niveles de soledad y desconexión social, está impulsando a muchas personas a buscar nuevas formas de vínculo y significado.
En este escenario, las comunidades conspirativas no solo ofrecen explicaciones alternativas frente a la incertidumbre, sino también un espacio de pertenencia. Como lo expresó uno de los participantes: “Hay mucho apoyo para quienes estamos haciendo nuestra propia investigación; siempre hay alguien interesado en escuchar más, en construir sobre el trabajo de otros, en brindarse apoyo mutuo. Esta comunidad tiene una energía muy especial”.
Haz tu propia investigación
Las teorías de la conspiración no solo ofrecen explicaciones alternativas para los acontecimientos, también son recursos para comunidades que proporcionan identidad, propósito y pertenencia. Estos beneficios pueden explicar por qué es tan difícil convencer a las personas de abandonar sus creencias en teorías conspirativas.
De hecho, cuando las comunidades conspirativas generan interpretaciones comunes y emociones compartidas, las teorías de la conspiración pueden resonar con fuerza, haciéndolas parecer más reales de lo que realmente son.
Este efecto se ve amplificado por la manera en que las teorías conspirativas invitan a los creyentes a desarrollar ideas al “hacer su propia investigación”. Internet funciona como una enorme base de datos donde los teóricos de la conspiración pueden encontrar artículos, documentos e informes científicos que respalden sus afirmaciones.
Y a pesar de la dudosa calidad de muchas de estas fuentes, el hecho de contribuir a las teorías conspirativas puede elevar la autoestima de las personas, ya que les permite sentirse como expertas y detectives heroicos. Un aspecto clave de estas comunidades es la manera en que ofrecen a sus miembros la posibilidad de participar activamente.
Sin embargo, más allá de producir nuevas teorías, las comunidades conspirativas han comenzado a actuar como redes organizadas de protesta y activismo. Como las teorías conspirativas generan sospecha e ira frente a los problemas que afectan a las personas y señalan a determinados culpables, muchos creyentes terminan por asumir un rol activo en las protestas.
Por ejemplo, algunos sostienen que el concepto de planificación urbana de las “ciudades de 15 minutos” forma parte de un plan secreto del gobierno para imponer restricciones al movimiento de los ciudadanos. Quienes se oponen a estas y otras iniciativas destinadas a mejorar el entorno urbano han comenzado a agruparse bajo lemas como “detengan la tiranía”.
¿Quién se beneficia?
El activismo basado en teorías de la conspiración puede implicar riesgos graves. Muchas de las personas involucradas terminan por perder el contacto con sus familias y amistades. Cada vez más, los activistas conspirativos enfrentan cargos penales. En 2024, un teórico de la conspiración antivacunas recibió una condena de cinco años de prisión por incitar a la violencia contra el jefe médico de Inglaterra, Chris Witty.
Además, cuando los teóricos de la conspiración actúan sin contar con pruebas verificadas, pueden señalar a los objetivos equivocados, lo que puede provocar daños a personas inocentes y debilitar las instituciones necesarias para resolver delitos.
Es cierto que existen casos reales de conspiraciones y conductas indebidas por parte de figuras y organizaciones poderosas. Por eso cabe preguntarse cuánta energía se desperdicia en combatir enemigos imaginarios mientras se pasa por alto el daño real.
Quizá los verdaderos beneficiarios de todo esto sean los emprendedores de la conspiración —personas que aprovechan las teorías conspirativas al crear contenido que alimenta las sospechas del público frente a hechos problemáticos. En ese proceso, logran captar atención y ganar fama, mientras promueven productos y servicios que van desde libros, mercancía y asesorías, hasta pastillas de vitaminas y dispositivos varios.
Robin Canniford es profesor de Mercados, Empresa y Sociedad en la Universidad de Bath, Inglaterra. Stephen Murphy es profesor adjunto de Marketing en el Trinity College de Dublín, Irlanda. Tim Hill es profesor asociado de Marketing en la Universidad de Bath, Inglaterra. Este artículo fue republicado desde The Conversation bajo una licencia de Creative Commons. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducción de Leticia Zampedri