¿Cómo pasan de aprobadas a prohibidas ciertas sustancias químicas? El riesgo oculto de los esmaltes en gel
Los productos de uso diario contienen componentes químicos más complejos de lo que solemos pensar
Si alguna vez te hiciste una manicura en gel, es muy posible que tus uñas hayan estado expuestas al TPO, un compuesto químico cuyo nombre completo es trimetilbenzol difenilfosfina óxido.
Probablemente, no lo viste en la etiqueta, pero si colocaste tus dedos bajo una lámpara de luz azul-violeta, el TPO pudo haber estado presente.
Este compuesto actúa como fotoiniciador, lo que significa que se activa al contacto con la luz ultravioleta. Al entrar en acción, descompone sus moléculas y ayuda a que el esmalte líquido se endurezca, formando esa capa brillante y duradera que caracteriza a las uñas en gel.
Gracias a esta reacción, el gel permanece intacto durante semanas. Pero no todo es buena noticia: la Unión Europea decidió prohibir el uso del TPO, ya que investigaciones recientes apuntan a que podría aumentar el riesgo de cáncer y afectar la salud reproductiva.
Por otro lado, las alternativas al TPO, como la benzofenona y otros fotoiniciadores comunes, tampoco están libres de riesgos.
La benzofenona, por ejemplo, ha sido señalada como un posible disruptor endocrino, lo que significa que podría alterar el equilibrio hormonal del cuerpo. Otro reemplazo frecuente del TPO, conocido como TPO-L, plantea otros problemas: es tóxico para los ecosistemas acuáticos y puede provocar reacciones alérgicas en la piel.
Estos riesgos no son información clasificada. La Agencia Europea de Sustancias Químicas (ECHA) ofrece una base de datos pública donde cualquier persona puede consultar la peligrosidad y el impacto ambiental de miles de sustancias químicas.
No se trata de decir que el esmalte de uñas sea peligroso, sino de entender que incluso los productos más comunes esconden procesos químicos complejos. Decidir qué tan seguro es algo implica evaluar riesgos, beneficios y qué otras opciones existen.

Este mismo patrón se ha visto recientemente con dos sustancias de alto impacto: los PFAS, conocidos como “químicos eternos”, y el glifosato, un herbicida común en la agricultura.
La Comisión Europea impuso nuevas restricciones al uso de PFAS en espumas para apagar incendios, debido a que estas sustancias persisten en el ambiente y se acumulan en los seres vivos, lo que puede generar efectos dañinos a largo plazo.
En paralelo, el glifosato está siendo evaluado. Mientras la Unión Europea autorizó su uso por el momento, el Reino Unido aún debe definir su postura en el transcurso del próximo año.
Acerca del autor
Mark Lorch es profesor de Comunicación Científica y Química en la Universidad de Hull. Este artículo se publicó originalmente en The Conversation y se distribuye bajo licencia Creative Commons. Puedes leer el artículo original aquí.
Estas decisiones no se toman de la noche a la mañana, ni de forma automática. Este es el proceso detrás de la regulación de la seguridad química.
Qué es Reach y cómo funciona
Los medicamentos están fuertemente regulados a nivel mundial, pero las sustancias químicas no siempre reciben el mismo nivel de control. Sin embargo, en la Unión Europea y el Reino Unido, los químicos se gestionan bajo un sistema llamado REACH, considerado uno de los marcos regulatorios más completos del mundo en materia de sustancias químicas.
La diferencia básica entre cómo tratamos los medicamentos y los productos químicos tiene que ver con cómo entendemos el riesgo. A los químicos se les exige que sean seguros si se usan correctamente. En cambio, los medicamentos pueden ser aceptados incluso si presentan ciertos riesgos, siempre que los beneficios superen esos riesgos.
Por eso, tratamientos contra el cáncer que pueden causar efectos secundarios graves siguen considerándose aceptables: porque pueden salvar vidas. De forma similar, ciertos productos químicos muy peligrosos todavía pueden fabricarse y utilizarse, siempre que existan medidas de seguridad estrictas.
Qué hace el sistema Reach
En la Unión Europea y el Reino Unido, los químicos se regulan bajo el sistema REACH, uno de los más estrictos y completos del mundo. Las empresas deben registrar sus sustancias químicas y presentar información detallada sobre sus propiedades, peligros y manejo seguro. El principio es claro: “sin datos, no hay mercado”.
Los reguladores luego evalúan esa información, y pueden solicitar más si lo consideran necesario. Algunas sustancias pueden ser autorizadas, lo que significa que solo se permite su uso si la empresa demuestra que los riesgos están controlados, o que los beneficios sociales justifican su uso mientras se desarrollan alternativas más seguras.
Si una sustancia representa un riesgo inaceptable que no puede ser gestionado, los reguladores pueden restringirla o prohibir su uso en ciertas aplicaciones.
Además, si más adelante aparece evidencia que indique que un químico puede causar cáncer, afectar la reproducción, persistir en el ambiente o acumularse en seres vivos, puede ser incluido en la lista de “sustancias extremadamente preocupantes”.
Una regulación exigente, pero no infalible
REACH es un sistema exigente, paso a paso, que obliga a las empresas a demostrar que sus productos químicos pueden usarse de forma segura.
Pero en la práctica, muchos efectos se descubren con el tiempo, cuando los químicos salen del laboratorio y empiezan a usarse en la vida cotidiana. Por eso, decisiones sobre sustancias como el TPO, los PFAS o el glifosato pueden tardar años en resolverse por completo o incluso cambiar con el tiempo.
Seguro y sostenible desde el diseño
A raíz de casos como los del TPO, los PFAS o el glifosato, muchas voces afirman que, aunque REACH es uno de los marcos regulatorios más completos del mundo, no es suficiente.
De ahí nace un nuevo enfoque: “seguro y sostenible desde el diseño”. La idea es no esperar a fabricar un químico para demostrar que es seguro, sino diseñarlo desde el inicio pensando en su seguridad, su ciclo de vida y su forma de eliminación o reciclaje.
En este campo, la inteligencia artificial puede jugar un papel clave. Ya se está utilizando IA para predecir la toxicidad de sustancias químicas antes de que lleguen a producirse, lo que permite detectarlas y evaluarlas anticipadamente.
La química ha construido el mundo moderno: nos dio recubrimientos duraderos en las uñas, cultivos de alto rendimiento, sartenes antiadherentes, camperas impermeables y miles de comodidades que damos por sentadas.
Pero también ha generado compuestos que viajan demasiado lejos, duran demasiado tiempo y se acumulan donde no deberían.
El desafío no es dejar de usar la química. Es usarla con inteligencia.
Ya sea en manicuras, agricultura o espumas contra incendios, el principio debería ser el mismo: usar productos químicos que cumplan su función sin dejar una carga para el futuro.
Cuanto más podamos predecir sus efectos desde el principio, menos sorpresas tendremos más adelante.
Traducción de Leticia Zampedri






