‘Incontrolables’: Toni Collette en su faceta más escalofriante dentro de este thriller de tintes sectarios
Esta serie de Netflix que desafía los géneros narra la historia de una escuela terapéutica para jóvenes con problemas en una “comunidad progresista”: combina ceremonias secretas impulsadas por psicodelia con las dificultades de ser un adolescente incomprendido y los horrores de la vida en un pequeño pueblo
Tall Pines, en apariencia, es la comunidad progresista perfecta. Cuando Alex Dempsey (Mae Martin), un policía trans, se muda al remoto Vermont con su esposa embarazada, Laura (Sarah Gadon), nadie se inmuta. Su nuevo compañero en la policía local incluso le asegura que será aceptado como uno más, lo cual resulta cierto. Hay mercadillos donde se venden conservas caseras, sesiones de yoga al aire libre y hasta una canasta de bienvenida en la casa de ensueño (y misteriosamente sin renta) en la que inician su nueva vida.
La identidad de género de Alex no supone un problema. Nada lo parece ser. Pero, ¿por qué todo resulta… inquietante?
El nuevo thriller de ocho episodios de Netflix, Incontrolables, fue creado y escrito por Martin, conocido por su carrera en el stand-up y la comedia romántica semiautobiográfica Feel Good. Ese bagaje cómico se convierte aquí en un recurso valioso: el tono de la serie mezcla humor oscuro y ritmo ágil, que contrastan con la atmósfera sectaria y perturbadora que sostiene la trama.
Los personajes, deliberadamente exagerados, potencian ese efecto. Y es Toni Collette quien se roba la pantalla en su mejor terreno: el horror. Su papel como Evelyn, fundadora carismática y profundamente inquietante de la Academia Tall Pines —la escuela para adolescentes problemáticos del pueblo—, resulta tan magnético como escalofriante. Evelyn parece salida de los años setenta, con su melena ondulada, gafas tintadas y bicicleta reclinada ridícula. Pero lejos de ser un personaje cómico, Collette transita con naturalidad de los abrazos cálidos a las miradas gélidas y afiladas como cuchillas. Su interpretación alcanza una perfección que hiela la sangre.

En la Academia Tall Pines, las técnicas “terapéuticas” se asemejan más a una forma de guerra psicológica que a un tratamiento real. Henchmen y henchwomen con nombres excéntricos como Duck y Rabbit aplican métodos crueles y poco convencionales con el objetivo de “liberar” a los adolescentes de su antiguo yo. El lenguaje propio de la terapia se convierte en un arma: se habla de “trauma intergeneracional” y de “pacientes identificados”.
Según explica Evelyn: “Ese es el miembro de la familia que carga con el dolor. Y ese dolor continúa hasta que alguien es lo suficientemente valiente como para sentirlo”. En Tall Pines, los estudiantes se ven obligados a sentirlo, quieran o no.
En este ambiente opresivo aterrizan las mejores amigas Leila (Alyvia Alyn Lind) y Abbie (Sydney Topliffe), enviadas desde Canadá después de que sus padres se cansaran de su consumo de marihuana y sus ausencias escolares. Ellas encabezan un reparto coral de jóvenes inadaptados, entre los que destaca especialmente Isolde Ardies, en el papel de Stacey, una fanática fracturada cuya simpatía exagerada provoca auténtica incomodidad.

A diferencia de muchos thrillers brillantes en lo visual pero vacíos en lo narrativo, que abundan en las plataformas de streaming, Incontrolables ofrece algo mucho más extraño y, al mismo tiempo, entretenido. Desde el punto de vista temático, guarda cierta cercanía con Nine Perfect Strangers de Hulu —donde el “gurú” de Nicole Kidman dirige un retiro poco convencional y perturbador—, pero aquí la idea se ejecuta con solidez: los personajes tienen peso propio y los giros bien calculados mantienen al espectador enganchado.
La serie se siente como un homenaje que cruza géneros. Hay ecos de terror que remiten tanto a La semilla del diablo (cuando Laura cree ver una cola en la ecografía de su feto) como al folk horror de Midsommar de Ari Aster (en los abrazos colectivos que transforman los cuerpos en un organismo único movido por la emoción). También aparecen guiños al desconcertante ¡Madre! de Darren Aronofsky (cuando el bebé nace en medio de una casa repleta de intrusos entrometidos).
Por su parte, las estrategias de fuga de los estudiantes-reclusos recuerdan a La gran evasión, mientras que la sensación de ser incomprendido y encerrado evoca a Inocencia interrumpida.
Sin embargo, tras los niños desaparecidos, los juegos psicológicos y los rituales psicodélicos se esconde quizás el mayor horror de todos: vivir en un pequeño pueblo donde todos conocen tu vida. Al final, ser aceptado no resulta tan idílico como parece. Porque, en realidad, no existe tal cosa como una conserva casera gratis.
Traducción de Leticia Zampedri