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‘Crimen de una dinastía’ dramatiza sin necesidad alguna el turbio caso de la familia Murdaugh

Aunque cuenta con sólidas actuaciones, este drama criminal no revela nada que no hayamos visto antes

Katie Rosseinsky
Miércoles, 15 de octubre de 2025 17:54 EDT
Tráiler de ‘Crimen de una dinastía: el caso Murdaugh’
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Es un camino ya muy transitado. Una historia criminal escandalosa aparece en las noticias locales. Poco después, algún presentador de pódcast valiente decide investigarla a fondo. El tema gana tanta popularidad que las plataformas de streaming no tardan en sumarse con un documental lleno de expertos frente a cámara y videos caseros de mala calidad. Cuando la historia comienza a rozar la saturación, anuncian una dramatización solemne y pausada.

Ese ha sido, básicamente, el ciclo mediático que rodeó al infame caso de la familia Murdaugh en Carolina del Sur. Este clan dominó durante generaciones el ámbito legal local. Su legado, casi centenario, terminó con una caída abrupta que se extendió por unos cinco años y que parece salida de una novela gótica del sur de Estados Unidos, con ecos de Faulkner, Tennessee Williams y Truman Capote.

No resulta extraño que esta historia —cerrada recién el año pasado— ya haya sido contada hasta el cansancio.

El drama de Disney+, Crimen de una dinastía: el caso Murdaugh, representa la primera dramatización televisiva de esta oscura y extraña saga. La serie parte de un pódcast anterior, conducido por la periodista Mandy Matney, a quien interpreta Brittany Snow. A esto se suman al menos dos documentales (uno en Netflix y otro en HBO), un bestseller de investigación (The Devil at His Elbow, de Valerie Bauerlein) y una película producida por el canal Lifetime.

Tal vez por eso, a pesar de un elenco sólido y de un caso real tan poderoso, esta serie de ocho episodios parece atrapada en el desgaste narrativo: la historia conmocionó al país, pero su versión dramática llega sin frescura y con una energía ya debilitada.

Crimen de una dinastía está bien realizada, aunque le falta inspiración. La serie respeta al pie de la letra las reglas del true crime de prestigio: luce cuidada, pero no arriesga.

Desde el primer minuto se instala en el centro de la tragedia: Alex Murdaugh (Jason Clarke) llama al 911 completamente alterado, ya que acaba de encontrar a su esposa, Maggie (Patricia Arquette), y a su hijo menor, Paul (Johnny Berchtold), asesinados a tiros junto a los criaderos de perros en Moselle, la finca de caza de la familia.

A partir de esa escena, la narración retrocede dos años —de 2021 a 2019— para reconstruir el camino que llevó a los Murdaugh a ese punto de quiebre. La cadena de tragedias comienza una noche de fiesta y alcohol entre amigos. Paul, claramente ebrio, se pone al mando de una lancha de la familia, pero poco después, la embarcación choca contra un puente y tres de los pasajeros salen despedidos al agua. Dos sobreviven, mientras que el cuerpo de Mallory Beach, de 19 años, aparece una semana más tarde.

Crimen de una dinastía intenta, al menos en parte, mostrar cómo los Murdaugh usaron su poder, su influencia y su dinero para borrar del mapa un “problema incómodo”. Después de todo, Dios no permita que la muerte de una joven arruine el brillante futuro del hijo rebelde.

Sin embargo, la serie tropieza con una narrativa excesivamente explicativa y un elenco tan amplio que varios personajes entran y salen sin dejar rastro. Llega un punto en que resulta casi imposible saber cuál Murdaugh es cuál.

Jason Clarke usa múltiples prótesis para interpretar a Alex Murdaugh
Jason Clarke usa múltiples prótesis para interpretar a Alex Murdaugh (Disney)

Arquette y Clarke componen una pareja convincente, sólida en pantalla, aunque frágil en la historia que interpretan. Él aparece transformado bajo varias capas de prótesis y un tinte rubio amarillento que, francamente, roza lo distractor (al punto de que uno quisiera alcanzarle un shampoo matizante). Aun así, juntos logran transmitir la tensión de un matrimonio que se resquebraja tras una fachada de estabilidad. Alex es un abogado con reputación, pero depende de analgésicos y alcohol para atravesar el día, y ese hábito no solo corroe su salud mental, también ha dejado sus finanzas en ruinas.

A medida que su personaje se hunde, Clarke despliega escenas intensas, viscerales. Pero es Arquette quien ofrece una actuación más contenida y profunda. Su interpretación de Maggie capta, incluso en los momentos más silenciosos, el desgaste emocional de una mujer atrapada. Su frustración se intuye mucho antes de que estalle el caos. En una escena, por ejemplo, Maggie intenta relajarse en la bañera con los ojos cerrados, pero Alex insiste en interrumpirla con bromas pesadas, como lanzarle medusas al agua.

Las escenas compartidas con J. Smith-Cameron (Succession), quien interpreta a Marian, la hermana mayor de Maggie, son de lo mejor de la serie. Ambas actrices encuentran el tono justo, y juntas logran equilibrar los excesos melodramáticos que aparecen en otros tramos del relato.

Clarke y Patricia Arquette forman una pareja convincente en pantalla
Clarke y Patricia Arquette forman una pareja convincente en pantalla (Disney)

Pero ni siquiera las actuaciones destacadas logran disipar la sensación de que esta serie, en el fondo, resulta innecesaria. Cuesta entender qué valor agrega una dramatización así a un caso tan oscuro y ya exhaustivamente cubierto por otros medios.

Con ocho episodios, la historia se estira innecesariamente y se llena de subtramas que no avanzan ni aportan al eje central. Cuesta no pensar que, en términos televisivos, esto es el equivalente a una reunión que tranquilamente pudo resolverse con un correo electrónico.

Traducción de Leticia Zampedri

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