“Quiero recuperar a mi padre”: la relación tóxica entre el príncipe Harry y su padre
El rey Carlos celebrará sus 75 años la próxima semana en Clarence House. Sin embargo, la ausencia del príncipe Harry en la fiesta empeorará la brecha entre padre e hijo. Flic Everett reflexiona cómo, detrás de casi todo padre exitoso, hay un hijo resentido
Esta nota fue originalmente publicada en noviembre de 2023.
Si bien uno de los tropos más trillados de todos los tiempos es la comparación entre la realeza y una tragedia griega (francamente, Zeus se reiría de las preocupaciones banales de la casa de Windsor), hay una similitud: ambas involucran a un padre enojado y distanciado y a un hijo infeliz y resentido.
Esta semana, se retomó la pelea entre Montecito y Clarence House, tras informes que sugieren que el rey Carlos III está molesto por no haber tenido noticias del príncipe Harry sobre su inminente fiesta para celebrar sus 75 años. Por su parte, Harry insistió en que no había recibido ninguna invitación.
Y así continúan las disputas entre la realeza británica. Se informa que Harry y Meghan, quienes se han negado a pasar Navidad con la familia real durante los últimos tres años, volvieron a hacer planes para quedarse en California, en lugar de viajar a Sandringham.
A simple vista nos puede parecer repetitivo y aburrido, pero Carlos y Harry no son los únicos.
Una de las razones por las que el drama televisivo Succession nos cautivó tanto fue su reconocible retrato de un patriarca emocionalmente violento y sus hijos frágiles que luchan por ganar su favor en el pozo de serpientes de la ambición. Era, como señalaron muchos críticos pomposos, una versión moderna de Shakespeare, quien era experto en padres furiosos y decepcionados y sus hijos amargados (como las hermanas Regan y Goneril). Nos resuenan este tipo de historias porque las reconocemos; desde el propio Zeus hasta Walter White de Breaking Bad, que intentó asegurar el futuro de tu amado hijo único pero gracias a su retorcida lógica, lo terminó cagando.
El paradigma de los padres difíciles y los hijos que anhelan complacerlos está bien arraigado en nuestra cultura. Por ejemplo, en la comedia de situación Frasier, el personaje principal homónimo mostraba un esnobismo insoportable hacia su padre Marty, un expolicía fanfarrón, pero en el fondo, lo único que quería era una palmadita en el hombro y que lo aceptaran en el club de Toby. (Sí que vamos a extrañar a Marty en la nueva versión).
Toda la trilogía de El Padrino trata, en esencia, sobre la tragedia de los hombres que intentan complacer a sus padres, pero nunca lo logran. Star Wars gira en torno al descubrimiento de que el malvado Darth Vader es el padre de Luke. En las populares novelas Cormoran Strike de Robert Galbraith (alias de J.K. Rowling), Strike está distanciado de su padre, una estrella de rock desganada y en decadencia, y pasa gran parte de los libros tratando de evitar conocerlo.
De hecho, los problemas paternos también se manifiestan en la vida real. Muchos han especulado que el deseo infantil (e incesante) de Boris Johnson de ser el “rey del mundo” fue el resultado directo del estilo de crianza único de su padre Stanley. Otro ejemplo es Nat Rothschild, el heredero aparente de una fortuna bancaria que tuvo una dramática pelea con su padre barón, cuando se casó con una exmodelo de toples. La riña entre Robin Birley y su padre, Mark Birley (propietario del club nocturno preferido de la aristocracia, Annabel’s) fue tan aparatosa que creó una cartera de establecimientos rivales propios, y se engancharon en un incansable conflicto en los tribunales hasta la muerte de Birley padre en 2007.
No son solo los hombres los que tienen disputas dramáticas con sus padres. El detonante en la relación de Meghan Markle con su padre se activó la víspera de su boda cuando Thomas, que debía acompañar a su hija al altar en la capilla de San Jorge, se vio obligado a perderse la ocasión después de una operación cardiaca. Desde entonces se ha producido un juego de lotería de drama sensacionalista, que incluye medios hermanos que sueltan la sopa, cartas filtradas y manchadas de lágrimas dirigidas a “Papá” y persecuciones de paparazzi, hasta el punto de que los recuerdos sobre el distanciamiento entre ambos ahora varían.
Menos complicado pero igual de tenso fue el dramático enfrentamiento entre Angelina Jolie y su padre, el actor Jon Voight, quien esta semana publicó un video detallando lo decepcionado que está de su hija. Es poco probable que reciba un regalo de parte de la casa Jolie esta Navidad.
Si escarbas en casi cualquier padre exitoso, es probable que encuentres un niño con problemas paternales, con las posibles excepciones de Bruce Springsteen y Gordon Ramsay, cuyos hijos parecen particularmente bien adaptados.
Los terapeutas podrían sugerir que se debe a patrones familiares tóxicos, creencias infantiles establecidas sobre lo que constituye el éxito y la virilidad, y la abrumadora conciencia de que es imposible estar a la altura de la figura paterna endiosada. A lo mejor es cierto, pero también se reduce a la decepción de ambas partes: un padre con la expectativa de tener un hijo a su imagen, que destaque sin eclipsarlo, y un niño, o niña, que sabe que nunca puede ser suficiente. La única solución es que el niño forje su propio camino y encuentre la manera de creer en sí mismo, lejos de las arenas movedizas de la aprobación paterna.
¿Hizo bien Harry en escapar de su destino y labrarse una nueva vida bajo el sol de California sin que la falange de cortesanos con zapatos pulidos le estuviera diciendo: “Eso no le va a agradar a su padre, alteza…”?
Quizás. Pero lo que está claro es que, a Sylvia Plath, que tampoco es ajena a los problemas paternos, se le ocurrió la mejor forma de lidiar con un padre tóxico: “Papi, papi, vaya infeliz. Ya me harté”.
Traducción de Michelle Padilla