La familia real necesita a las mujeres más que cualquier otra cosa, entonces, ¿por qué las odia tanto?
En el 25 aniversario de la muerte de la princesa Diana, no olvidemos la misoginia que empezó por una obsesión con lo que hacía en el Tren Real
Diana Spencer, le dijo su tío al mundo el año anterior a su boda con el príncipe Charles, “nunca había tenido un amante”. ¿Por qué necesitábamos saber eso? Bueno, como el propio tío le comentó al Daily Star en ese momento, “la pureza [parecía] estar en un punto crítico cuando se discutió ser una posible prometida” para Charles. “Y después de una o dos de sus novias más recientes, no me sorprende”, agregó el tío, nuestro buen Lord Fermoy, quien al parecer se sentía hablador ese día.
Este fue solo el comienzo del discurso público sobre la virginidad de Diana. Unos días después, el Sunday Mirror publicó un informe en el que se afirmaba que Diana se había encontrado con Charles (el hombre con el que aún no se había casado) por la noche a bordo del Tren Real. “Esta era la futura reina que sugerían que entraban y salían de contrabando del Tren Real para sus juegos traviesos”, escribió Tina Brown en su libro de 2007, The Diana Chronicles.
El palacio se involucró. El secretario de prensa de la Reina escribió al periódico para exigir una disculpa “en una publicación destacada, en la primera oportunidad posible”. El hecho de que ese detalle no sea tan sorprendente (por supuesto que el secretario de prensa de la Reina se involucró, por supuesto que la Reina se interesó personalmente en la mitología que rodea la virginidad de Diana) revela cuán acostumbrados nos hemos vuelto a la idea de que los límites personales funcionan… de manera diferente, digamos, en la familia real.
“¿En realidad era necesario que la noción de la castidad [de Diana] estuviera envuelta en plástico hasta el amargo final?” Brown escribe en su libro. La respuesta es un obvio no. Por supuesto, los miembros de la realeza no eran los únicos que se mostraban bastante raros con la noción de virginidad en esa época. El discurso continuó en esa dirección hasta finales de la década de 1990 y principios de la de 2000, momento en el cual las cosas comenzaron a cambiar, de forma lenta e imperfecta.
Pero hay algo muy real en esta anécdota, que hace que valga la pena volver a recordarla mientras la monarquía británica atraviesa una crisis de imagen pública al parecer interminable. “La compulsión de defender la virginidad de Diana quizás la impulsó la política de privilegios”, escribió Brown, al señalar que el Tren Real, como la mayoría de los lujos que disfrutan los miembros de la realeza, se financia con dinero de los contribuyentes. “...[Charles] sabía que lo último que necesitaba el Palacio en la víspera de un compromiso real era una disputa sobre el abuso de los lujos financiados con fondos públicos”.
Hay un defecto fatal en el corazón de la monarquía británica tal como la hemos llegado a concebir: puedes ser un miembro de la realeza (y disfrutar de un estilo de vida lujoso), siempre y cuando te conviertas en propiedad pública. Tu vida no te pertenecerá. Tu cuerpo tampoco. Apenas habrá una expectativa de privacidad. Es un mal negocio para ambas partes. Y se desarrolla de una manera bastante tóxica para las mujeres, en una forma muy similar a la de Ariel, que renuncia a su voz para poder crecer y casarse con el príncipe Eric.
Sin embargo, la familia real necesita mujeres. No solo porque ocasionalmente se sientan en la parte superior de su jerarquía, sino también por las relaciones públicas. Cuando leas sobre la familia real en una revista o en un periódico, leerás sobre sus mujeres. Por lo general, usan los atuendos más interesantes, los que merecen ser fotografiados desde múltiples ángulos y que los diseccionen comentaristas perspicaces. Dan a luz a niños y salen de la sala de maternidad, a veces solo unas horas después del parto, para presentar al mundo al último bebé. Siempre hay algo que decir sobre las mujeres. Son madres que se ocupan de sus hijos rebeldes. Son novias que pueden o no convertirse en esposas.
Si se convierten en esposas, aún hay más de qué hablar. La mujer en cuestión tiene que prepararse para su nueva vida como miembro de la realeza y familiarizarse con las minucias reales “Según el protocolo, si William no está presente, se espera que Kate haga una reverencia a todos los miembros senior de la familia, incluidas las princesas de sangre Beatrice y Eugenie, y siempre se espera que haga una reverencia a Camilla y al Príncipe de Gales”, se lee en un artículo de Vanity Fair de 2012 sobre el primer año de Kate como miembro de la realeza. “Si bien las pautas anticuadas no siempre se cumplen, la Reina cree que son fundamentales para sustentar a la familia, y Kate siempre se asegura de hacer una reverencia a la Reina y al Duque de Edimburgo. Al parecer, en privado, es lo bastante cercana a Camilla por lo que no hay necesidad de hacer una reverencia, ni lo hace ante los primos de William a menos que sea necesario en una ocasión formal, según un miembro de la familia”.
Hay que comparar esto con el tratamiento que reciben los hombres. Claro, podría haber un artículo aquí o allá sobre los atuendos del príncipe Harry, o una explicación o dos sobre por qué él y William los educaron en Eton mientras su padre asistió a Gordonstoun. Pero no es nada comparado con la atención sin descanso que reciben las damas de la familia real, desde la propia Reina hasta Kate y Meghan.
Y, sin embargo, para una institución tan dependiente de las mujeres, la monarquía también les ha fallado de la manera más consistente. En esencia, es una institución sexista: no fue hasta 2013 (justo antes del nacimiento del primer hijo de Kate y William, el príncipe George) que se cambiaron las reglas de sucesión para eliminar la primogenitura de preferencia masculina e instituir la primogenitura absoluta en su lugar. En otras palabras, las reglas de sucesión cambiaron para favorecer al hijo o hija mayor, en lugar de solo al hijo mayor (entonces, si una niña es la mayor, se convertirá en monarca gobernante, incluso si sus padres tienen hijos varones. Antes, si nacía una niña y luego un niño, se degradaba y se convertiría en la segunda en la línea del trono una vez que su hermano llegara).
No puedo dejar de notar, también, que una reina consorte es la esposa de un rey, pero el esposo de una reina por lo usual no se conoce como rey consorte. Según Hello, “el título de Rey Consorte se usa de forma muy rara, y esto se debe a que la mayoría de las monarquías no tienen reglas formales sobre la tipificación del esposo de una mujer monarca”, casi como si la mayoría de las monarquías no desarrollaran un vocabulario para esta situación particular porque nunca surgió (Francia, de donde soy, nunca tuvo una reina gobernante).
Y luego están las otras cosas, pequeñas cosas que suman mucho. La grabación que surgió en 2017, en la que Diana contó que luego de confrontar a Charles por su infidelidad, él le dijo: “Bueno, me niego a ser el único Príncipe de Gales que nunca tuvo una amante”. La expectativa de que una mujer no solo presente a su nuevo bebé al mundo justo después de dar a luz, sino que lo haga con el cabello y el maquillaje completos. La rareza psicosexual de David Cameron al afirmar que la Reina “ronroneó en el teléfono” en 2014, después de que él le dijera que Escocia había votado para permanecer en el Reino Unido. La idea de que la esposa de un príncipe debe retorcerse en un millón de direcciones para apoyarlo, elevarlo, proteger a su familia, como si las mujeres fueran carbón para ser consumido en el horno real.
Y la misoginia no viene solo del interior de la casa. Hay que tener en cuenta el sexismo al que se enfrentan las mujeres desde el exterior cada vez que se asocian con la familia real. Kate Middleton (ahora amada por los fans reales) una vez recibió el apodo de “Waity Katie”, una referencia grosera y desdeñosa al hecho de que Kate y William salieron durante ocho años antes de casarse. Tres años antes de su boda, el Daily Mail afirmó que Kate y su hermana Pippa habían sido apodadas “the wisteria sisters” (en referencia a la glicina, un tipo de planta enredadera color azul) porque eran “muy decorativas, terriblemente fragantes y con una feroz habilidad para escalar”. El hecho de que la aventura de Charles y Camila se enmarcara tan a menudo como un problema de “Camilla contra Diana” (a modo de comparación entre las dos) en lugar de un problema de “el futuro rey engaña a su esposa”. El hecho de que cuando Harry y Meghan decidieron que preferían no vivir el resto de sus vidas como miembros de la realeza, el movimiento se conoció como “Megxit”: poner la responsabilidad y la atención en la esposa, en lugar del hombre adulto que había hecho la decisión con ella y que se originó dentro de la propia familia.
La monarquía tiene el poder de intervenir cuando las cosas empiezan a salir mal, como lo demuestra la petición de disculpas del secretario de prensa de la reina por las afirmaciones sobre el Tren Real hace 42 años. Entonces, cuando no lo hace, o cuando hace muy poco, demasiado tarde, se lee como una elección, más que como una inacción neutral.
“La monarquía británica es una institución de más de mil años con una directora general de noventa y seis años y un septuagenario que espera entre bastidores”, escribió Tina Brown en su nuevo y más reciente libro, The Palace Papers. “No se puede esperar que sea ágil”. Sea como fuere (y Brown no se equivoca aquí), también es una institución que vive de las relaciones públicas, y por lo tanto, de la relevancia. Si va a estar aquí, entonces necesita evolucionar. Darle a las damas un trato justo podría ser la mejor forma de comenzar.