¿Qué factor separa a India y Pakistán de la guerra nuclear?
Peter Popham advierte que India y Pakistán, pese a su historial de conflictos, no han establecido protocolos para evitar que las tensiones sigan aumentando hasta alcanzar niveles catastróficos
Para India y Pakistán, la guerra nunca está del todo enterrada; siempre late bajo la superficie. Desde la partición de 1947, nunca ha existido una tregua real.
El odio entre pueblos que fueron uno, la sed de venganza y la convicción arraigada en millones de paquistaníes de que toda la región de mayoría musulmana de Cachemira les pertenece por derecho, siguen alimentando un ciclo de violencia que se repite una y otra vez.
Hoy, India y Pakistán se encuentran de nuevo al borde de un conflicto total, en medio de la mayor tensión en décadas. Lo que era una calma tensa se rompió esta semana, cuando India lanzó la Operación Sindoor: ataques al amanecer contra nueve objetivos considerados “infraestructura terrorista” en territorio paquistaní y en la Cachemira bajo el gobierno de Pakistán.
El primer ministro de Pakistán, Shehbaz Sharif, calificó las acciones de India como un “acto de guerra” que dejó al menos 26 civiles muertos, entre ellos mujeres y niños, y afirmó que su país “tiene todo el derecho” a responder.
Mientras tanto, en el glaciar de Siachen, a 5.400 metros sobre el nivel del mar en lo alto del Himalaya, miles de soldados de ambos lados siguen enfrentándose cara a cara, 22 años después de firmarse un alto el fuego en lo que sigue siendo el conflicto más alto, y más inútil, del mundo.
Pero lo que hace tan peligroso este enfrentamiento entre vecinos, lo que activa de inmediato las alertas en el Consejo de Seguridad de la ONU y hace sonar las alarmas en la Casa Blanca, es que sus capitales, Nueva Delhi e Islamabad, están separadas por apenas 800 kilómetros. Eso, y el hecho de que ambos enemigos históricos están armados con armas nucleares. Un solo movimiento en falso podría significar la devastación mutua en cuestión de segundos.
El conflicto más reciente se venía gestando desde hace tiempo. Dividida por la Línea de Control, la frontera de facto, Cachemira ha tenido un estatus único y controvertido, reconocido por sucesivos gobiernos indios con un grado limitado de autonomía. Pero en 2019, en respuesta a una vieja exigencia de los nacionalistas hindúes, el primer ministro indio, Narendra Modi, eliminó esa autonomía, la convirtió en un estado más y provocó la furia de Pakistán.
Durante mucho tiempo, Modi pareció salir impune. Tras 30 años de insurgencia, una relativa calma volvió a los hermosos lagos y montañas de Cachemira y el turismo interno comenzó a recuperarse, hasta el mes pasado.
El 22 de abril, cinco militantes armados mataron a 26 no musulmanes cerca de Pahalgam, una localidad turística en la parte de Cachemira gobernada por India. Fue una emboscada que golpeó a los nacionalistas indios donde más les duele: el asesinato de civiles hindúes en la ruta hacia el templo en la cueva del monte Amarnath, sede de una importante peregrinación anual que cada verano atrae a decenas de miles de devotos. Para el gobierno de Modi, con su marcado sesgo religioso, fue un golpe cruel y cuidadosamente calculado.
Las autoridades indias afirmaron que sus nueve ataques aéreos nocturnos se dirigieron a sitios vinculados con organizaciones militantes con base en Pakistán, como Jaish-e-Mohammed y Lashkar-e-Taiba, responsables de atentados en Cachemira en el pasado. Sin embargo, el impacto sobre mezquitas y varios objetivos ubicados en pleno corazón de Pakistán, en la región de Punyab, incrementó de forma considerable el riesgo de una escalada grave.
El temor inevitable ahora es el de un posible intercambio nuclear. Ya en 2002, tras los atentados contra los parlamentos de Delhi y de Cachemira el año anterior, el mundo sintió por primera vez un auténtico escalofrío ante la posibilidad real de que esta vieja venganza se saliera por completo de control. La realidad es que no existe ningún mecanismo estructural que impida una conflagración nuclear.
Tras la crisis de Bahía de Cochinos, los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Soviética desarrollaron protocolos detallados para reducir el riesgo de accidentes y errores de cálculo. India y Pakistán, en cambio, ni siquiera han dado el primer paso con seriedad en esa dirección. En 2004, se estableció una línea directa nuclear entre ambas capitales. Hoy, el mundo reza para que nunca tenga que usarse.
Traducción de Leticia Zampedri