Rusia está perdiendo la guerra contra Ucrania, pero ¿alguien ya le avisó a Putin?
Un año de guerra en Ucrania: incluso esta semana, el presidente ruso mostró cuán distante se mantiene de la realidad. El resultado, escribe Keir Giles, es claro: un conflicto sin final a la vista
Hace un año por estas fechas, para Vladimir Putin tenía todo el sentido del mundo lanzar su invasión de Ucrania. Esa decisión a menudo ha sido descrita como irracional por personas ajenas al Kremlin, pero dada toda la información que Putin tenía a su disposición, era perfectamente razonable.
Eso si creías, como aparentemente hizo Putin, en todo lo que la propaganda rusa había estado afirmando.
Es decir: no solo que los ucranianos no eran una nación real, sino que eran rusos frustrados y ligeramente inferiores que anhelaban la liberación de la camarilla neonazi que había tomado el poder en Kyiv. No solo eso, sino que Rusia tenía una fuerza armada apta para el conflicto en el siglo XXI. O, como mínimo, perfectamente capaz de llevar a cabo una operación de golpe de estado con rapidez y éxito, de modo que no hubiera necesidad de prepararse para una guerra prolongada. Pero, sobre todo, que no habría una reacción significativa de Occidente. No puede haber habido una luz verde más clara para que Putin actuara.
Pero entonces todo salió terriblemente mal. Los primeros logros tácticos locales de los militares rusos en algunas zonas no bastaron para superar los colosales fallos de inteligencia y planificación que condenaron la operación al fango ante la decidida y eficaz resistencia ucraniana. Una resistencia que Rusia, y muchos en Occidente, consideraban simplemente imposible. Y así, un año después, la guerra continúa.
Se podría haber pensado que la experiencia inyectaría una dosis de realismo en los cálculos de Putin. Pero en su discurso de dos horas sobre el estado de la nación del martes, Putin expuso una visión del mundo que está tan alejada de la realidad como siempre. No fue solo la extensa y conocida lista de agravios cometidos por Ucrania y Occidente, acusados de todos los crímenes que la propia Rusia está cometiendo. O el recital de las entrañables fantasías rusas sobre armas nucleares o “biolaboratorios” estadounidenses para Ucrania.
Incluso se extendió a su largo soliloquio sobre cómo la economía rusa está prosperando a pesar de la guerra y las sanciones. Putin se mostró orgulloso de la reducida tasa de desempleo de Rusia. No mencionó que esas cifras de desempleo están en un “mínimo histórico” en gran parte debido a la movilización y la emigración; el número de personas que han muerto en el frente y el número de personas que han huido del país porque prefieren no estar ahí.
El resultado neto de este distanciamiento de la realidad para la guerra es simple: va a continuar porque si Rusia está perdiendo, nadie parece habérselo dicho aún a Putin.
No se atisba el final de los combates, como tampoco se atisba el final del largo debate sobre cómo sería la victoria o la derrota para ambos bandos. Se discute mucho sobre cuánto puede conseguir realmente Ucrania, y si es de hecho posible desalojar a todas las fuerzas rusas de los territorios que actualmente sufren su salvaje ocupación. Pero, en cierto modo, la definición de la victoria ucraniana es menos importante a largo plazo que el concepto de derrota rusa.
El futuro estado de la seguridad europea depende de la futura condición de Rusia. Y la futura condición de Rusia depende del resultado de la guerra actual. Significa que hay muchas posibles Rusias futuras, pero la única que es capaz de iniciar el largo y lento proceso de reevaluar su lugar en el mundo es la que ha sufrido una derrota indiscutible e incontrovertible en Ucrania.
Se debe a que cualquier cosa que no sea una clara derrota no bastará para demostrar al presidente Putin, y a Rusia en su conjunto, que fue un error colosal iniciar una guerra de reconquista colonial para retroceder a una época de hegemonía rusa sobre sus vecinos.
Esto significa que cualquier resultado de la guerra en Ucrania que deje a Rusia con una percepción de éxito, aunque sea parcial (medido en territorio ganado, sin contar el precio en vidas perdidas), alimenta la semilla de futuros conflictos. Si Ucrania cae, Rusia pondrá los ojos en su siguiente objetivo, envalentonada por la victoria.
Si Ucrania se ve obligada a negociar un cese de las hostilidades, Rusia tendrá la oportunidad de convertir la guerra en otro conflicto congelado, que se descongelará en el momento que el Kremlin elija, cuando Rusia vuelva a sentirse lo bastante fuerte como para imponerse, y segura de que lo conseguirá.
El único factor que no cambia es la intención declarada de Putin. En su discurso del martes, Putin manifestó que “toda la arquitectura de las relaciones internacionales” estaba minada porque Estados Unidos ya no respetaba los acuerdos de Yalta y Potsdam del final de la Segunda Guerra Mundial, mismos que concedieron a la URSS la mitad de Europa. Es otro lamento por el dominio perdido de Moscú sobre el este del continente, y otro indicador de que sigue sin disminuir la ambición de Putin de someter los antiguos dominios imperiales, a pesar de que no solo son naciones soberanas e independientes, sino que muchas de ellas también son miembros de pleno derecho de la OTAN y la Unión Europea.
Y eso, a su vez, significa que los argumentos a favor del pleno apoyo a Ucrania para lograr una victoria lo más rápida posible no son solo morales, sino también prácticos. Proporcionar a Ucrania los medios para ganar la guerra no solo salvará vidas, sino que hará de toda Europa un lugar más seguro al hacer retroceder la ambición rusa sobre el continente entero.
Keir Giles es consultor sénior del Programa sobre Rusia y Eurasia en el Instituto Real de Asuntos Internacionales
Traducción de Michelle Padilla