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Crecen las acusaciones de torturas en la ocupación de Jersón

Más de dos semanas después de la retirada rusa de Jersón, en el sur de Ucrania, testimonios de víctimas y familiares ayudan a descubrir lugares donde supuestamente se realizaron torturas en la ciudad durante los ocho meses de ocupación rusa

Sam Mednick
Martes, 29 de noviembre de 2022 03:52 EST
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Cuando una docena de soldados rusos irrumpió en la casa de Dmytro Bilyi en agosto, el policía de 24 años dijo que le dieron dos sombrías opciones: entregar su pistola o su madre y su hermano desaparecerían.

Bilyi entregó su pistola a los soldados, que llevaban ametralladoras y el rostro cubierto. Pero dio lo mismo. Le sacaron a rastras de su casa en el poblado de Chornobaivka, en el sur de Ucrania, y le llevaron a una prisión en la capital regional cercana de Jersón, donde dijo que estuvo encerrado en una celda y fue torturado durante días, con descargas eléctricas en los genitales y las orejas.

“Era como el infierno por todo mi cuerpo”, recordó Bilyi. “Quema muchísimo, es como si la sangre hirviera (...) Yo sólo quería que parase”.

Más de dos semanas después de la retirada rusa de la ciudad, testimonios como el suyo ayudan a descubrir lugares donde supuestamente se realizaron torturas en Jersón, que estuvo ocho meses ocupada por fuerzas del Kremlin. Se han encontrado cinco de esas salas en la ciudad, además de otras cuatro en la región de Jersón, donde la gente dice que fue confinada y sufrió golpes, choques eléctricos, interrogatorios y amenazas de muerte, según la policía.

Expertos en derechos humanos advierten que las acusaciones conocidas por ahora probablemente son sólo el principio.

“Durante meses hemos recibido información sobre torturas y otras clases de persecución de civiles”, explicó Oleksandra Matviichuk, responsable del Centro de Libertades Civiles, un grupo local de derechos. “Me temo que aún quedan por delante descubrimientos espantosos en Jersón”.

The Associated Press habló con cinco personas que dijeron haber sufrido torturas o detenciones arbitrarias de fuerzas rusas en Jersón o conocían a personas que desaparecieron y soportaron abusos. En ocasiones, dijeron, los rusos se llevaban a cualquiera que vieran: sacerdotes, soldados, maestros o médicos, sin motivo concreto. En otros casos, los rusos supuestamente habían recibido información de simpatizantes que dieron los nombres de personas que creían ayudaban al ejército ucraniano.

Una vez detenidas, esas personas dijeron que fueron encerradas en celdas abarrotadas donde recibían raciones escasas de sopa aguada y pan y se les obligaba a aprender el himno de Rusia, mientras oían los gritos de los prisioneros torturados al lado. Los detenidos fueron supuestamente obligados a dar información sobre parientes o conocidos con lazos con el ejército ucraniano, incluidos nombres y lugares revelados en notas manuscritas.

Bilyi, policía e hijo de militar, se mantuvo fuera del radar durante varios meses de la ocupación rusa, hasta que, según dijo, probablemente alguien le delató. Pasó cuatro días en una celda con otras personas, de donde le sacaban para interrogarle y aplicarle descargas eléctricas.

Los investigadores le acusaron de tener un Kalashnikov, y no sólo una pistola, y le presionaron para que revelara la ubicación de su padre. Después le dieron descargas durante media hora al día, durante dos días, antes de liberarle, dijo.

La policía nacional ucraniana afirma que soldados rusos cometieron más de 460 crímenes de guerra en zonas de Jersón ocupadas hasta hace poco. Las torturas en la ciudad se realizaban en dos comisarías, un centro de detención gestionado por la policía, una prisión y un centro médico privado donde se encontraron porras de goma, bates de béisbol y una máquina para aplicar descargas eléctricas, dijo Andrii Kovanyi, agente de prensa de la policía en Jersón.

Cuando Igor fue detenido en septiembre en el centro de llamadas donde trabajaba, le llevaron a una sala y le ordenaron que se quitara la camisa y pusiera las palmas de las manos en la puerta de metal para aumentar el flujo de electricidad y el dolor provocado por la pistola eléctrica, dijo.

El soldado ruso le dijo “¿Estás listo? Ahora vas a gritar como una perra (...). No saldrás de aquí, y te mataremos”, dijo Igor, que habló bajo condición de que sólo se empleara su nombre de pila para proteger su identidad.

El hombre de 22 años, acusado de revelar posiciones militares rusas a los ucranianos, dijo que le dispararon con el arma en la espalda durante dos horas y media, y después le obligaron a seguir despierto en una silla toda la noche.

Imágenes en su celular que pudo ver AP mostraban grupos de marcas rojas circulares a lo largo de su espalda. Le liberaron después de dos días, pero no antes de escribir una carta con detalles sobre un pariente de su tío, del que los rusos querían información.

Documentar los crímenes en Jersón será un desafío porque ninguna otra ciudad tan grande ha estado ocupada por Rusia durante tanto tiempo, indicó Brian Castner, experimentado asesor de crisis de Amnistía Internacional.

“Las pruebas deben reunirse y conservarse para mantener esa cadena de custodia, para que cuando haya justicia internacional, las pruebas sean sólidas y puedan exigirse responsabilidades a los autores”, señaló.

La policía en Jersón investiga y reúne testimonios. Pero cada día llega más gente y el sistema de justicia está sobrepasado, según expertos locales de derechos.

En marzo, poco después de que comenzara la ocupación rusa, un amigo de Dmytro Plotnikov fue capturado por rusos cuando fue a la plaza central de Jersón para hacer unos recados. Plotnikov conoce a otras tres personas que fueron capturadas y liberadas por fuerzas rusas, una de las cuales aún tenía magulladuras visibles en el cuerpo más de un mes después de que le soltaran, dijo.

Pero desde que los rusos abandonaron Jersón, lo que más le preocupa son los ucranianos que colaboraron con ellos y se quedaron.

En mayo, una vecina de Plotnikov compartió una foto de su hermana y su dirección en un grupo de chat ruso, dijo. Su hermana es abiertamente proucraniana, y la vecina la acusaba de difundir el odio contra el pueblo ruso, añadió. Si los soldados rusos lo hubieran visto, podrían haber ido a su casa y detenido a su familia, afirmó.

La policía ucraniana ha hablado con la mujer, pero sigue viviendo en la zona, indicó.

“Deberían ser castigados”, dijo Plotnikov. “Me avergüenza que esa gente esté por aquí (...) ¿por qué te pueden torturar en el siglo XXI por tu postura proucraniana, por tu amor por el idioma y la cultura ucraniana? No lo comprendo”.

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