“Una pérdida enorme”. En islas remotas de Nagasaki, versión de cristianismo se enfila a la extinción

En esta pequeña isla de la zona rural de Nagasaki, los cristianos ocultos de Japón se reúnen para adorar a lo que llaman el Dios de clóset —Dios secreto.
En una habitación especial aproximadamente del tamaño de un tatami, se encuentra una pintura en pergamino de una mujer asiática vestida con un kimono. Parece una bodhisattva budista que carga a un bebé, pero para los fieles, esta es una versión oculta de María y el niño Jesús. Otro pergamino muestra a un hombre con un kimono cubierto de camelias, una alusión a la decapitación y martirio de Juan el Bautista.
Hay otros objetos de culto de la época en que los cristianos japoneses tuvieron que esconderse de una persecución feroz, incluida una botella de cerámica con agua bendita de Nakaenoshima, una isla donde los cristianos ocultos o “kakure kirishitan” fueron martirizados en la década de 1620.
Pocos de los íconos en esta habitación diminuta y fácil de pasar por alto pueden vincularse directamente con el cristianismo —y ese es su objetivo.
Tras salir del aislamiento enclaustrado en 1865, luego de más de 200 años de acoso violento por parte de los caudillos militares insulares de Japón, muchos de los cristianos que previamente practicaban su fe en la clandestinidad se convirtieron al catolicismo tradicional.
Sin embargo, algunos mantuvieron la práctica no de la religión que les enseñaron los misioneros extranjeros del siglo XVI originalmente, sino de la versión idiosincrásica y difícil de detectar que cultivaron durante siglos en un juego clandestino del gato y el ratón con un régimen brutal.
En Ikitsuki y otras zonas remotas de la prefectura de Nagasaki, los cristianos ocultos todavía rezan a estos objetos camuflados. Aún cantan en un latín que no se ha usado ampliamente en siglos. Y todavía mantienen una religión que los vincula directamente con una época de samuráis, shogunes, misioneros mártires y creyentes.
No obstante, ahora los cristianos ocultos están en desaparición y existe una certeza creciente de que su versión única del cristianismo morirá con ellos. Casi todos son ancianos, y a medida que los jóvenes se mudan a las ciudades o le dan la espalda a la fe, los que quedan están desesperados por preservar la evidencia de esta rama del cristianismo y transmitir al mundo lo que significará su pérdida.
“A estas alturas, me temo que vamos a ser los últimos”, dijo Masatsugu Tanimoto, de 68 años, uno de los pocos que aún puede recitar los cantos en latín que sus antepasados aprendieron hace 400 años. “Es triste ver que esta tradición termine con nuestra generación”.
Los cristianos ocultos se aferran a una versión única de la religión
El cristianismo se extendió rápidamente en el Japón del siglo XVI, cuando los sacerdotes jesuitas tuvieron un éxito espectacular y convirtieron a caudillos y campesinos por igual, especialmente en la isla principal meridional de Kyushu, donde los extranjeros establecieron puertos comerciales en Nagasaki. Cientos de miles, según algunas estimaciones, adoptaron la religión.
Eso cambió después que los shogunes comenzaron a considerar al cristianismo como una amenaza. La represión que siguió a inicios del siglo XVII fue feroz: miles fueron asesinados y los creyentes que quedaron se vieron obligados a practicar su fe en la clandestinidad.
A medida que Japón se abrió a la influencia extranjera, una docena de cristianos ocultos vestidos con kimonos declararon cautelosamente su fe y su notable perseverancia a un sacerdote católico francés en la ciudad de Nagasaki, en marzo de 1865.
Muchos se convirtieron al catolicismo luego que Japón levantara formalmente la prohibición del cristianismo en 1873.
Pero otros optaron por permanecer como kakure kirishitan y continuar con la práctica que sus antepasados preservaron durante sus días en la clandestinidad.
Sus rituales son un vínculo directo con un Japón desaparecido
En entrevistas con The Associated Press, los cristianos ocultos hablaron de un profundo vínculo comunitario que surgió de una época en la que cualquier desliz podía condenar a un practicante o a sus vecinos.
Los cristianos ocultos se vieron obligados a esconder todo signo visible de su religión tras la prohibición del cristianismo y la expulsión de los misioneros extranjeros, en 1614. Las familias se turnaron para esconder objetos rituales preciosos y organizar servicios secretos que celebraban tanto su fe como su perseverancia.
Esto aún se da hoy en día, con la observancia de los rituales sin cambios desde el siglo XVI.
El líder del grupo en la zona de Ikitsuki se llama “oji”, que significa “padre” o “anciano” en japonés. Los miembros se turnan en el rol y presiden los bautizos, los funerales y las ceremonias de Año Nuevo, Navidad y las festividades locales.
Cada comunidad venera diferentes íconos y tiene distintas maneras de realizar los rituales.
En Sotome, por ejemplo, la gente rezaba a una estatua que llamaban María Kannon, una bodhisattva de la misericordia sin género sustituto de María.
En Ibaragi, donde unos 18.000 residentes adoptaron el cristianismo en la década de 1580, se encontraron un cuenco de laca con una cruz pintada, una estatua de Cristo crucificado y una estatua de marfil de María escondidos en la que se llamaba una “caja que no debe abrirse”.
Su culto gira en torno a la reverencia a los antepasados
Muchos cristianos ocultos rechazaron el catolicismo tras el fin de la persecución porque los sacerdotes católicos se negaron a reconocerlos como cristianos verdaderos a menos que aceptaran ser rebautizados y abandonaran los altares budistas que utilizaban sus antepasados.
“Están muy orgullosos de lo que ellos y sus antepasados han creído” durante siglos, a pesar del riesgo a sus vidas, dijo Emi Mase-Hasegawa, profesora de estudios religiosos en la Universidad J.F. Oberlin, de Tokio.
Tanimoto cree que sus antepasados continuaron las tradiciones de los cristianos ocultos porque convertirse al catolicismo implicaba rechazar el budismo y el sintoísmo, los cuales se habían convertido en una parte importante de su vida cotidiana clandestina.
“No soy cristiano”, reveló Tanimoto. Aunque algunos de sus cantos en latín se centran en la virgen María y Jesucristo, sus oraciones también buscan “pedir a nuestros antepasados que nos protejan, que protejan nuestra vida cotidiana”, agregó. “No hacemos esto para adorar a Jesús o a María. ... Nuestra responsabilidad es continuar fielmente el camino en que practicaron su fe nuestros antepasados”.
Cantos arcaicos en latín son parte importante de la religión
Las ceremonias de los cristianos ocultos suelen incluir la recitación de cantos en latín llamados “orasho”.
Los orasho provienen de las oraciones originales en latín o portugués traídas a Japón por misioneros del siglo XVI.
Recientemente, en Ikitsuki, tres hombres realizaron un orasho poco común. Todos vestían kimonos formales oscuros e hicieron solemnemente la señal de la cruz frente a sus rostros antes de iniciar sus oraciones en una mezcla de japonés arcaico y latín.
Tanimoto, un agricultor, es el más joven de solo cuatro hombres que pueden recitar los orasho en su comunidad. De niño, veía con frecuencia a hombres recitar los orasho sobre tatamis (tapetes acolchados) ante un altar cuando los vecinos se reunían para funerales y conmemoraciones.
Hace unos 40 años, cuando tenía veintitantos años, tomó clases de orasho con su tío para poder rezar al Dios de clóset que su familia ha conservado durante generaciones.
Tanimoto mostró recientemente a la AP una copia desgastada de una oración que su abuelo escribió con pincel y tinta, similar a las que sus antepasados copiaron diligentemente de generaciones anteriores.
Mientras pasaba cuidadosamente las páginas del libro de orasho, Tanimoto dijo que entiende casi todo el japonés, pero no el latín. Es difícil, agregó, pero “simplemente lo memorizamos en su totalidad”.
Hoy en día, debido a que los funerales ya no se celebran en las casas y a que los jóvenes se van de la isla, los orasho solo se realizan dos o tres veces al año.
Investigadores y creyentes reconocen que la tradición se extingue
Hay pocos estudios sobre los cristianos ocultos, por lo que no está claro cuántos de ellos existen todavía.
Se estimaba que había unos 30.000 en Nagasaki, incluidos alrededor de 10.000 en Ikitsuki, en la década de 1940, según cifras gubernamentales. Pero el último ritual de bautismo confirmado ocurrió en 1994, y algunas estimaciones dicen que quedan menos de 100 cristianos ocultos en Ikitsuki.
El cristianismo oculto está vinculado a los lazos comunitarios que se formaron cuando Japón era una sociedad predominantemente agrícola. Estos lazos se desmoronaron con la modernización del país tras la Segunda Guerra Mundial, cuando los acontecimientos recientes revolucionaron la vida de las personas incluso en el Japón rural.
El consiguiente descenso de la población campesina y de jóvenes, junto con el aumento de las mujeres que trabajan fuera del hogar, ha dificultado mantener las redes sólidas que fueron el apoyo del cristianismo oculto.
“En una sociedad de individualismo creciente es difícil mantener el cristianismo oculto tal como es”, dijo Shigeo Nakazono, director de un museo local de folclore, quien ha investigado y entrevistado a cristianos ocultos durante 30 años. El cristianismo oculto presenta una debilidad estructural, reportó, ya que no tiene líderes religiosos profesionales que estén a cargo de enseñar la doctrina y adaptar la religión a los cambios ambientales.
Nakazono comenzó a recopilar objetos y a archivar las entrevistas en video que ha realizado con cristianos ocultos desde la década de 1990 con el objetivo de preservar un registro de esta religión en peligro de desaparecer.
Mase-Hasegawa coincidió en que el cristianismo oculto está en vías de extinción. “Como investigadora, será una gran pérdida”, dijo.
Masashi Funabara, de 63 años, funcionario del ayuntamiento ya jubilado, refirió que la mayoría de los grupos cercanos se han disuelto en las últimas dos décadas. Su grupo, que ahora cuenta con tan solo dos familias, es el único que queda, comparado con los nueve que había en su distrito. Se reúnen solo unas cuantas veces al año.
“La cantidad de tiempo en la que somos responsables de estos íconos sagrados es de tan solo unos 20 o 30 años, en comparación con la larga historia en la que nuestros antepasados mantuvieron su fe por temor a la persecución. Al imaginar su sufrimiento, sentí que no debía rendirme fácilmente”, agregó Funabara.
Al igual que su padre al memorizar los orasho, Funabara ha escrito pasajes en cuadernos. Tiene la esperanza de que su hijo, quien trabaja para el gobierno local, algún día acepte ser su sucesor.
Tanimoto también quiere que su hijo mantenga viva la tradición. “El cristianismo oculto se extinguirá tarde o temprano, y eso es inevitable, pero espero que perdure al menos en mi familia”, dijo. “Esa es mi pequeña luz de esperanza”.
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Eugene Hoshiko, fotógrafo de Tokio, colaboró a este despacho.
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