Familias marroquíes desplazadas de sus hogares de montaña se preparan para las noches sin cobijo
Rachid Alachoun, un fontanero de 40 años, limpia la ropa en el tejado de su casa. La mitad sigue en pie, mientras que la otra mitad se ha reducido a montones de escombros visibles desde el tejado.
Alachoun está entre los sobrevivientes cerca del epicentro de un sismo que golpeó Marruecos el pasado viernes. Las autoridades han reportado 2.946 muertos y varios miles de heridos.
Aunque tiene que caminar entre grandes rocas y cables para llegar a su cocina o su dormitorio, se ha quedado en la casa familiar en Amizmiz, cerca de Mellah, el antiguo barrio judío. La carpa que le dieron las autoridades, señala, es demasiado pequeña para toda su familia.
De modo que su vida continúa en casa.
Las sillas en lo que queda de la vivienda están cubiertas por el polvo de los muros rotos, y posesiones demasiado grandes para sacarlas —una lavadora, mesas y un refrigerador— siguen atrapadas dentro.
Él cocina pollo, zanahorias y aceitunas en una olla de hierro sobre la estufa de gas, en una zona que ha mantenido limpia. La situación es especialmente precaria cuando hay réplicas, como el temblor de magnitud 4,6 del jueves por la mañana.
A los Alachoun les dijeron el sábado pasado que había ayuda en camino. Llegaron entregas de comida y agua, pero seguían sin cobijo hasta el martes, cuando las autoridades les asignaron una de las aproximadamente 30 pequeñas carpas amarillas levantadas en una plaza cerca del centro de la ciudad, uno de los varios campamentos en la zona de Amizmiz.
“Nos dijeron que no fuéramos a por suministros y que los suministros llegarían. De modo que esperamos”, dijo la hermana de Alachoun, Loubna, desde la carpa de poliéster recubierto que comparte con otro hermano, su padre, su madre y un amigo cercano de la familia.
Los Alachoun están entre los muchos marroquíes que ahora se hacen preguntas sobre su futuro, especialmente conforme se acerca el invierno y las noches son cada vez más frías. Aunque muchos vecinos han recibido agua y comida, las autoridades dicen que reconstruir las poblaciones en el Alto Atlas podría tomar entre cinco y seis años, y han creado un fondo especial de recuperación.
Muchos residentes de Al Haouz, la provincia más afectada por los sismos, podrían mudarse antes de que se reconstruyan sus casas, pero los Alachoun están decididos a quedarse. La mayor parte de la gente en la zona se identifica como parte del grupo étnico mayoritario en Marruecos, los amazigh, y está muy aferrada a su tierra. Los Alachoun dudan que cualquier ayuda financiera pueda conseguirles un apartamento lo bastante grande para alojar a su familia en la ciudad de Marrakech, a más de una hora de distancia.
Ese es también el caso de muchas familias con niños pequeños.
Hasta el viernes, Naima Ait Brahim Ouali, limpiadora, vivía en la tercera planta de un edificio de apartamentos con sus cinco hijos en Sourejdid, un vecindario ahora destruido en Amizmiz. Ella y su hija se cayeron por las escaleras cuando el sismo remeció su edificio y destruyó por completo la planta más alta, explicó.
Ahora todo su vecindario se ha trasladado a una esquina de la ciudad de carpas levantada en el centro del pueblo. Ella teme por el futuro de sus cinco hijos —que tienen 25, 20, 19, 14 y 10 años— y algunos de los cuales acababan de comenzar el curso escolar la semana pasada.
A sus hijas les encanta estudiar árabe, y una lee el Corán con entusiasmo. Sus hijos sienten afición por el dibujo y el teatro. Pero ahora sienten miedo en torno a las 23:00, la hora a la que se produjo el terremoto del viernes pasado.
“Vieron la muerte”, dijo de sus cinco hijos. Una de sus hijas ha sufrido pesadillas.
UNICEF, la agencia de Naciones Unidas para la infancia, estimó esta semana que unos 100.000 niños “se han visto afectados por el poderoso terremoto”. La cifra sigue a una estimación anterior de la ONU de 300.000 personas afectadas por el desastre. En torno a un tercio de la población marroquí son niños.
Ricardo Pires, vocero de UNICEF, dijo que durante las catástrofes humanitarias la organización se preocupa por el trauma que supone para los niños el verse desplazados, además de por necesidades básicas como el acceso a agua limpia y suministros médicos.
“Hay niños separados de su familia. Podrían verse desplazados, en tránsito, y no saben a dónde ir para mantenerse a salvo”, explicó Pires. “Esto siempre es un importante riesgo en los desastres humanitarios o cuando se producen terremotos como este y resulta muy difícil llegar a algunas zonas”.
Ait Brahim Ouali dijo que incluso si el gobierno proporciona los fondos para reconstruir, no quiere vivir en un edificio de varios pisos hecho de ladrillo. Está decidida a quedarse en Al Haouz pese a las dificultades para ella y su familia.
“Tenemos miedo del futuro. Acabamos de comenzar el nuevo curso escolar, pero llegó el terremoto y lo arruinó todo”, dijo bajo un paraguas ante una carpa amarilla, mientras sus hijos jugaban dentro. “Sólo queremos un lugar donde escondernos de la lluvia”.