Investigación en la cueva Rising Star plantea dudas ineludibles sobre la fisiología y las creencias humanas
¿Acaso la especie extinta de “hombre-simio de cerebro pequeño” desarrolló una cultura sofisticada milenios antes que nosotros?
Los científicos planean resolver uno de los mayores misterios arqueológicos del mundo.
Utilizando una gama de pruebas sin precedentes, los expertos están investigando si un grupo de “hombres-simio” logró crear una cultura compleja similar a la humana; potencialmente miles de años antes de que nuestra propia especie, el Homo sapiens, lo consiguiera.
Las pruebas que reunieron los científicos sugieren que hace unos 300.000 años surgió en el sur de África una compleja cultura de “hombres-simio” con algunas prácticas y sistemas de creencias que normalmente solo se asocian a la humanidad moderna.
A este misterio se añade el hecho de que la especie desaparecida hace tiempo se comportaba en varios aspectos clave como los humanos modernos y, sin embargo, parece haber sido capaz de hacerlo con cerebros que solo tenían un tercio del tamaño del nuestro.
El descubrimiento y las investigaciones en curso amenazan con echar por tierra aspectos clave de la forma en que el mundo científico entiende la evolución humana.
Las pruebas reunidas hasta ahora empiezan a sugerir que estos “hombres-simio” de cerebro pequeño podrían haber sido capaces de hacer siete cosas extraordinarias:
-Pensar en una vida después de la muerte (es decir, creer que existe algo más allá de la muerte).
-Creer que la vida después de la muerte tiene lugar en una especie de “inframundo”, situado debajo (y no encima) del mundo de los vivos. Esto implica que pueden haber desarrollado un sentido muy rudimentario de la cosmología.
-Concebir la idea de enterrar físicamente a sus muertos en ese “inframundo”.
-Entregar objetos funerarios a los miembros muertos de su comunidad, un acto que aparentemente implica que pudieron haber creído que los muertos podían utilizarlos de algún modo en la otra vida.
-Llevar a cabo posibles rituales (en concreto, comidas funerarias) dentro de su “inframundo”.
-Crear arte rudimentario (diseños abstractos) alrededor de la entrada de al menos una de las cámaras funerarias de ese “inframundo”.
-Planear algún tipo de sistema de iluminación relativamente complejo (una sucesión de pequeños fuegos o antorchas) que les permitiera penetrar en su “inframundo” y llevar allí a sus muertos.
Su “inframundo” se encontraba en las profundidades de un complejo sistema subterráneo, conocido como la cueva Rising Star, en lo que hoy es el noreste de Sudáfrica. Para llegar a la cámara principal (que alberga lo que parecen ser enterramientos) dentro de ese sistema había que recorrer un trayecto subterráneo de 130 metros de largo.
Algunos científicos han recibido el descubrimiento con entusiasmo; otros se mantienen escépticos.
“Sabemos que lo que estamos descubriendo abre nuevos caminos y, por tanto, es probable que suscite controversia. Por eso estamos desplegando todo tipo de tecnología de investigación posible para asegurarnos de que se encuentren el máximo número de pruebas adicionales”, declaró el líder de la investigación de la cueva Rising Star, el paleoantropólogo de National Geographic y la Universidad de Witwatersrand, el profesor Lee Berger, que junto con el coinvestigador, el experto en evolución humana profesor John Hawks, acaba de publicar un detallado libro de National Geographic sobre los descubrimientos, titulado Cave of Bones.
Ya se han realizado pruebas científicas preliminares, pero ahora se están planeando otras muchas para confirmar o modificar las conclusiones iniciales.
El aspecto más controvertido de la especie (denominada Homo naledi por los científicos) es el tamaño del cerebro de la criatura, apenas mayor que el de un chimpancé.
Por ello, una parte crucial de la investigación en curso será el examen detallado de los fragmentos de cráneo de la especie, hallados en el complejo de cuevas, para intentar comprender mejor la estructura y organización de sus cerebros. Hasta ahora se han encontrado allí restos de al menos 30 individuos, y es probable que en los próximos meses y años se descubran docenas más.
A pesar del pequeño tamaño de su cerebro, la criatura tenía unos lóbulos frontales muy desarrollados, similares a los de los humanos, la zona del cerebro que se sabe que interviene en la planificación y el lenguaje.
Para que el descubrimiento sea menos controvertido, los científicos tendrán que aportar pruebas adicionales de que el tamaño del cerebro no es necesariamente crucial en términos de capacidad cognitiva. Supondría echar por tierra literalmente siglos de creencias científicas.
La investigación realizada hasta ahora sugiere que los cadáveres de Homo naledi fueron introducidos y enterrados deliberadamente en el sistema de cuevas. Las pruebas reunidas hasta ahora apuntan a que miembros vivos de esa especie fueron los responsables de hacerlo.
Un individuo Homo naledi (un niño) parece haber sido enterrado deliberadamente con un ajuar funerario, una probable herramienta colocada en su mano derecha.
Ahora están previstas nuevas excavaciones que podrían revelar la existencia de más ajuares funerarios de este tipo en otras tumbas del “inframundo” del Homo naledi.
Cualquiera de estos descubrimientos reforzaría aún más la idea de que el Homo naledi tenía un concepto de la vida después de la muerte.
Un elemento clave de la investigación será la datación de los fogones utilizados para cocinar los alimentos (incluidos los antílopes) en el oscuro complejo subterráneo. Su datación es crucial para confirmar definitivamente que los fogones se fabricaron en la época del Homo naledi. Con el sistema de datación, conocido como resonancia paramagnética electrónica, quizá sea posible datar el esmalte de los dientes de esos antílopes y otros animales. Además, los arqueólogos intentarán utilizar otro sistema de datación para determinar la edad de una capa de cal solidificada que recubre algunos de los fogones.
Los individuos que cocinaban la carne de antílope y otros animales también parecen haber roto de forma intencional los huesos largos de esos animales, presumiblemente para extraer de su interior la muy nutritiva médula. Se llevarán a cabo análisis microscópicos de las fracturas óseas para intentar demostrar que se rompieron deliberadamente con una herramienta de piedra y no de forma accidental.
Otra parte fundamental de la investigación consistirá en estudios geomorfológicos detallados y de otro tipo de las paredes rocosas de las cuevas donde se han descubierto lo que casi con toda seguridad son grabados. En primer lugar, los arqueólogos tendrán que demostrar sin lugar a dudas que los diseños aparentemente grabados en esas paredes no pudieron haber sido producto de una erosión u otros procesos naturales.
Luego tendrán que demostrar que se hicieron con herramientas.
Y, lo que es más importante, los científicos planean datar los aparentes grabados utilizando la datación por series de uranio para revelar la edad de las manchas de material similar a la estalagmita (calcita) que se formaron en el interior de los grabados después de que se hicieran.
Los investigadores también buscarán restos de ADN de Homo naledi asociados a los grabados o a cualquier otro material adherido a las paredes de la cueva. El análisis se considera, ya que se sabe que otras obras de arte de la Edad de Piedra, aunque mucho menos antiguas, se crearon a veces utilizando una mezcla de pigmento y saliva potencialmente portadora de ADN.
“Actualmente estamos planificando la investigación científica más ambiciosa y exhaustiva jamás realizada sobre grabados prehistóricos aparentes. Si podemos confirmar con toda probabilidad que el Homo naledi creó los dibujos de la pared rocosa, el pensamiento científico sobre la evolución del pensamiento simbólico dará un giro de 180 grados”, declaró la especialista en arte rupestre Genevieve von Petzinger, colíder del grupo arqueológico con sede en España First Art Team, que está llevando a cabo el examen de los grabados de la cueva Rising Star.
Uno de los aspectos más notables del “inframundo” del Homo naledi es su difícil acceso. Llegar hasta él supone hoy un viaje subterráneo de 130 metros y 30 minutos de duración, que incluye unos 12 metros arrastrándose por estrechos pasadizos de entre 15 y 20 centímetros de altura, antes de descender por una “chimenea” casi vertical de 12 metros de longitud, con una anchura media de apenas 20 centímetros.
Los estudios geomorfológicos del complejo de cuevas sugieren que era casi igual de difícil en la época del Homo naledi. Por lo tanto, se habría necesitado una gran determinación y, posiblemente, incluso una visión ideológica, para que llevaran cadáveres, leña, antorchas y, potencialmente, antílopes y otras carnes en un viaje subterráneo tan desalentador.
El techo de diez metros de altura de la cámara funeraria principal se encuentra a gran profundidad bajo tierra, a unos 35 metros por debajo del mundo exterior y sin acceso aparente a la superficie.
La importancia del descubrimiento —que podría implicar que los “hombres-simio” tenían conceptos religiosos e incluso cosmológicos sobre la vida después de la muerte— es tan revolucionaria que a muchos científicos les resultará muy difícil aceptarlo.
Difumina de forma muy sustancial la barrera cognitiva entre nuestra especie (Homo sapiens) y nuestros antepasados y predecesores “hombres-simio”.
Y, sin embargo, si las investigaciones en curso refuerzan esas revolucionarias implicaciones, podrían arrojar una nueva y fascinante luz sobre los orígenes últimos de cómo y en qué siguen pensando y creyendo los humanos modernos.
La mayoría de la población mundial sigue creyendo en una vida después de la muerte, y las pruebas históricas y etnográficas demuestran claramente que un gran número de culturas humanas antiguas pensaban que esa vida después de la muerte se encontraba, cosmológicamente hablando, bajo el mundo de los vivos (en lugar de sobre este o, al estilo celestial, por encima de él). Y lo que es más revelador, se trata de un concepto global.
Al menos desde el IV milenio a.C., los antiguos sumerios (del sur de Irak) creían en un inframundo llamado Kur (que significa “tierra/suelo” o “montaña”). Los antiguos egipcios tenían un inframundo llamado Duat, mientras que los antiguos chinos tenían un concepto similar (llamado Diyu, que significa literalmente “prisión de la Tierra” y Difu, que significa literalmente “mansión de la Tierra”). En el hinduismo, existe el antiguo concepto del Patala (literalmente “lo que está bajo los pies”), mientras que en América, los antiguos mayas, los aztecas y los incas tenían conceptos del inframundo, al igual que los antiguos celtas, griegos y romanos en Europa, los polinesios del Pacífico, los inuit del Ártico y los pueblos de Japón y Corea. En el cristianismo, el concepto sobrevive como infierno.
La cultura funeraria aparentemente sofisticada del Homo naledi es significativa porque es la primera vez que los arqueólogos descubren pruebas de que una especie no estrechamente emparentada con nosotros, el Homo sapiens, practica este tipo de comportamiento.
Curiosamente, algunas comunidades de neandertales y Homo heidelbergensis enterraban o depositaban a sus muertos en cuevas, al igual que muchas culturas humanas modernas (Homo sapiens) desde la Edad de Piedra hasta nuestros días. En muchas civilizaciones antiguas de todo el mundo, los humanos incluso crearon cuevas artificiales, si no había cuevas naturales disponibles.
Es probable que la investigación en curso sobre los misterios de la cueva Rising Star arroje nueva y fascinante luz sobre los lejanos orígenes del pensamiento humano y los sistemas de creencias.
La implicación final puede afectar a cómo vemos la prehistoria que se remonta a varios millones de años atrás porque el Homo naledi, casi con toda seguridad, no fue un antepasado directo nuestro.
En cambio, el Homo sapiens sí lo es y el Homo naledi probablemente descendía de una especie antepasada común mucho antes de que ambos existieran, por lo que las similitudes en la creencia podrían ser coincidentes o heredadas de una prehistoria aún más profunda.
La investigación zoológica de los últimos años ha empezado a revelar que varias especies animales de gran inteligencia (elefantes, chimpancés, monos, urracas, delfines y otros) parecen tener “rituales” relacionados con la muerte, como montar guardia ante los muertos y, en algunos casos, cubrirlos con hojas y otros materiales. Las futuras investigaciones sobre este comportamiento animal podrían arrojar luz sobre los orígenes más remotos del comportamiento funerario de los humanos modernos y premodernos.
La investigación de la cueva Rising Star —que actualmente es objeto de un documental de Netflix de hora y media de duración (Unknown: Cave of Bones)— es multidisciplinar e internacional, y en ella participan arqueólogos, antropólogos físicos, geomorfólogos y otros científicos de Sudáfrica, Estados Unidos, Canadá, China, Nigeria, Alemania, Reino Unido, Italia, España y Portugal.
En el sistema de cuevas se han encontrado cientos de huesos de Homo naledi en una serie de expediciones realizadas en la última década. Los grabados acaban de publicarse, al igual que las pruebas del enterramiento deliberado de individuos de Homo naledi en la cueva. El libro detallado sobre el yacimiento, Cave of Bones, se publicó hoy martes.
Traducción de Michelle Padilla