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Una isla llena de carencias sobre el río Amazonas es el centro de una disputa entre Perú y Colombia

Franklin Briceo
Martes, 19 de agosto de 2025 11:35 EDT

La única calle pavimentada de la isla amazónica conecta el puerto y la vieja plaza de armas con una precaria estación policial. A sus lados se suceden casas de un piso, de madera y techos de zinc, levantadas sobre pilotes para evitar que se llenen de agua durante las inundaciones que se producen de marzo a mayo.

Santa Rosa -llamada así por una santa católica peruana del siglo XVI- no tiene desagües ni agua potable para sus 3.000 habitantes. Sólo la mitad de las viviendas tiene una tubería de plástico por donde llega agua, por lo que todos juntan la lluvia y la almacenan. Para disminuir su impureza, algunos pasan el líquido por una tela blanca que luego hierven en sus cocinas, la mayoría de leña.

“Nuestra isla sufre de muchas necesidades”, dijo limpiándose el sudor de la frente Marcos Mera, un peruano dueño de un restaurante y salón de baile donde canta vallenatos, cumbias peruanas y toadas brasileñas a sus clientes mientras almuerzan platillos peruanos consistentes en pescado crudo remojado en jugo de limón o arroz mezclado con huevo frito y trozos de cecina.

“Nos dan una hora de agua que no es de calidad”, añadió Mera mientras arreglaba las mesas de su local.

Sus habitantes cruzan en cinco minutos el río más caudaloso del mundo hacia las ciudades vecinas de Leticia, en Colombia, o Tabatinga, en Brasil, cuando necesitan un especialista o tienen una urgencia porque en la posta de salud de la isla, de puertas oxidadas y paredes descascaradas, sólo hay dos médicos recién graduados y no hay máquina de rayos X ni incubadoras para los recién nacidos.

En esa zona conocida como la Triple Frontera “todos nos ayudamos entre todos”, dijo el peruano Miguel Acubino, de 83 años. El jubilado conductor de botes, cuya esposa falleció en Santa Rosa hace una década y está enterrada en Tabatinga, visita con frecuencia a sus hijas y nietas que viven en Leticia y en la ciudad brasileña.

Santa Rosa es una aldea tan remota que ni siquiera tiene un cementerio oficial. “Aquí estamos olvidados, medio jodidos”, dijo Acubino mostrando los pocos dientes que le quedan y rascándose el interior de los oídos con un palito. Añadió que hay algunas tumbas en un terreno que se inunda varios meses al año cuando el Amazonas cubre parte de la isla. “Los muertos se quedan debajo del agua”.

Pese a estar a más de 1.000 kilómetros de Lima y sentirse olvidados, los isleños se reconocen como orgullosos peruanos. “Somos peruanos y si es necesario vamos a defender nuestra isla poniendo el pecho”, dijo José Morales afuera de su casa de cambio donde tranza soles, pesos colombianos y dólares.

Los isleños con frecuencia tienen billetes de Colombia, Perú y Brasil que usan a cada momento. Mera tenía en su bolsillo un billete de 50.000 pesos colombianos con la imagen del Nobel Gabriel García Márquez, otros de 20 soles peruanos con el rosto del novelista José María Arguedas y varios de dos reales brasileños con la efigie de la República. “Es normal, quien no sabe de la vida en la triple frontera no lo entiende”, dijo sonriendo.

La mayoría de los habitantes dijo que la relación con sus vecinos de Colombia y Brasil es cordial. “Vivimos pacíficamente compartiendo cultura, gastronomía, buenas ideas y opino que los políticos colombianos han cometido un exabrupto”, dijo Mera en referencia al desconocimiento de la jurisdicción peruana sobre la isla que hizo a inicios de agosto el presidente colombiano Gustavo Petro.

El cruce de palabras entre las autoridades de Perú y Colombia, sumado a la reciente detención durante siete días de dos contratistas colombianos que realizaban trabajos de georreferenciación en la isla sin permiso de las autoridades peruanas, ha provocado ligeros temores entre los colombianos que cruzan en bote hacia Santa Rosa para comer platillos peruanos.

Camilo Silvano, un mototaxista peruano cuya madre es colombiana, indicó que algunos colombianos tienen miedo de ser detenidos sin motivo. “Cuanto menos hablen los políticos, más tranquilos nos sentimos aquí”, dijo.

Pero el reclamo del presidente colombiano también ha provocado un efecto inesperado.

“Tengo que agradecer a Petro que haya hablado esas locuras. En todos estos benditos años nunca un ministro se había interesado en nosotros, pero ahora sí”, dijo Rudy Ahuanari, una enfermera que trata a pacientes con tuberculosis. “En verdad estábamos olvidados, ni Dios se acordaba”.

La última semana la presidenta peruana Dina Boluarte visitó por primera vez la isla después de más dos años de gestión y luego de los reclamos de Petro. Rodeada de ministros, militares y políticos de alto rango dijo que Santa Rosa es tan peruana “como la papa y Machu Picchu”, en referencia al tubérculo de origen peruano y a la icónica ciudadela de piedra Inca. También mencionó que Perú no cederá “un centímetro” de su territorio, pero quiere vivir “en paz” con los colombianos.

Boluarte ha prometido que mejorará el acceso a Santa Rosa. El arribo a la isla toma dos horas por avión desde la capital colombiana y luego otros cinco minutos en bote. En cambio, desde Lima se necesitan dos horas en avión hasta la ciudad de Iquitos y otras 15 horas en barco.

“Es verdad que por mucho tiempo nuestras poblaciones de frontera no han recibido la atención que merecen”, dijo la presidenta desde una tarima forrada de rojo y blanco ubicada frente al salón de baile de Mera.

Cuando la presidenta y las autoridades de Lima se marcharon de Santa Rosa, la isla quedó adornada de banderitas peruanas de papel colgadas de cordones.

Ahuyentando los mosquitos que se posaban insistentemente en sus brazos, la vendedora de comida María Rengifo, de 46 años, dijo que se siente peruana porque “aquí está mi familia, mis hijos, y en Perú están enterrados los de atrás de mí”.

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