Rechazado por siglos, el vudú toma fuerza entre haitianos ante implacable violencia de pandillas
Los fieles del vudú cantan y sus voces se elevan por encima de los disparos que se desatan a kilómetros de distancia mientras los frenéticos tambores ahogan sus problemas.
Hacen una pausa para beber ron de pequeñas botellas marrones, giran al unísono al tiempo que cantan en criollo haitiano: “No nos importa si nos odian, porque no pueden enterrarnos”.
Rechazado públicamente por políticos e intelectuales durante siglos, el vudú se transforma ahora en una religión más poderosa y aceptada a lo largo de Haití, donde sus creyentes alguna vez fueron perseguidos. Cada vez más, buscan consuelo y protección de las pandillas violentas que han matado, violado y secuestrado a miles de personas en los últimos años.
La violencia ha dejado a más de 360.000 personas sin hogar, suspendió la mayoría de las actividades del puerto marítimo más grande de Haití y cerró el aeropuerto internacional principal hace dos meses. Los productos básicos, incluyendo alimentos y medicamentos, disminuyen. Casi 2 millones de haitianos están al borde de la hambruna.
Tan solo de enero a marzo, más de 2.500 haitianos murieron o resultaron heridos, un aumento superior al 50% en relación con el mismo período del año pasado, según Naciones Unidas.
En medio de la espiral de caos, numerosos haitianos oran más o visitan a sacerdotes vudú llamados “oungans” para solicitudes urgentes que van desde localizar a seres queridos que fueron secuestrados hasta encontrar medicamentos críticos necesarios para mantener a alguien con vida.
“Los espíritus te ayudan. Siempre están ahí”, dijo Sherly Norzéus, iniciada para convertirse en “mambo” o sacerdotisa vudú.
En febrero, invocó a Papa Ogou, dios de la guerra y el hierro, cuando 20 hombres armados rodearon su auto mientras intentaba huir de la comunidad de Bon Repos.
Con ella viajaban sus tres hijos y los dos hijos de su hermana, quien murió al dar a luz. “¡Los vamos a quemar vivos!”, recordó que le gritaron los pistoleros.
Las pandillas habían invadido su vecindario antes del amanecer e incendiaron casas en medio de disparos implacables.
“Le recé a papá Ogou. Me ayudó a salir de la situación”, refirió Norzéus.
Cuando ella abrió los ojos, los hombres armados le indicaron que podía irse con toda libertad.
El vudú fue uno de los fundamentos de la revolución que llevó a Haití a convertirse en la primera república negra libre del mundo, en 1804; una religión nacida en África occidental y traída a través del Atlántico por personas esclavizadas.
La religión sincrética que fusiona el catolicismo con creencias animistas no tiene un líder ni credos oficiales. Tiene un solo dios conocido como “Bondye”, que en criollo significa “Dios bueno”, y más de 1.000 espíritus conocidos como lwa —algunos de ellos no siempre benevolentes.
Durante las ceremonias vudú, a los lwas se les ofrecen delicias que van desde papaya y café hasta palomitas de maíz, piruletas y frituras de queso. Una ceremonia se considera exitosa si un practicante del vudú es poseído por un lwa.
Algunos expertos la consideran una religión de los explotados.
“El vudú es el sistema que los haitianos han desarrollado para afrontar el sufrimiento en esta vida, un sistema cuyo objetivo es minimizar el dolor, evitar desastres, mitigar las pérdidas y fortalecer a los supervivientes tanto como el instinto de supervivencia”, escribió el sociólogo haitiano Laënnec Hurbon en un ensayo reciente.
El vudú comenzó a tomar forma en la colonia francesa de Santo Domingo (hoy Haití) durante los rituales funerarios de los esclavos y los bailes llamados “calendas” que organizaban los domingos por la noche. También lo practicaban esclavos conocidos como cimarrones, quienes escaparon a montañas remotas liderados por François Mackandal, un sacerdote vudú.
En agosto de 1791, unos 200 esclavos se reunieron por la noche en Bois-Caïman (Bosque del Caimán), en el norte de Haití, para una ceremonia vudú organizada por Dutty Boukman, un renombrado líder esclavizado y sacerdote vudú. Sacrificaron un cerdo, bebieron su sangre y juraron mantener en secreto una inminente revuelta contra la esclavitud, según un médico cirujano presente en la ceremonia.
Después de una revolución de 13 años, Haití se independizó, pero el vudú permaneció oprimido.
Los nuevos líderes del país condenaron el culto vudú, al igual que la Iglesia católica.
Los líderes católicos exigieron a los feligreses que prestaran un juramento en que renunciaban al vudú en 1941.
Miles de seguidores del vudú fueron linchados y cientos de espacios simbólicos destruidos en lo que se convirtió en el ataque más violento en la historia de Haití contra la religión, según el periodista Herbert Nerette.
Pero el vudú persistió. Cuando François Duvalier asumió la presidencia en 1957, politizó la religión durante su dictadura y nombró a ciertos oungan como sus representantes, escribió Hurbon.
En 2003, Jean-Bertrand Aristide, un sacerdote salesiano quien se convirtió en el primer presidente de Haití elegido democráticamente, reconoció al vudú como una de las religiones oficiales del país.
A pesar de esa formalización, el vudú aún es rehuido por algunos haitianos.
“Cuando dices que eres practicante de vudú, te estigmatizan”, afirmó Kadel Bazile, un ingeniero civil de 42 años.
Hasta hace poco, Bazile era católico practicante. Pero cuando perdió su trabajo y su esposa lo dejó hace casi dos años, un amigo le sugirió que probara el vudú.
“Lo que encuentro aquí es espiritualidad y fraternidad. Estar aquí es como estar en familia”, refirió mientras asistía a una ceremonia el 1 de mayo en honor a Kouzen Zaka, el lwa de la cosecha.
Se identifica más con Erzulie Dantor, la divinidad del amor representada por una virgen negra con cicatrices en la mejilla derecha.
“Ese es el espíritu que vive en mí”, dijo. “Ella me va a proteger”.
Cuando la ceremonia comenzó, Bazile sonrió y se movió al ritmo de los tambores mientras los bailarines giraban cerca y sus largos aretes se balanceaban al ritmo.
El vudú atrae ahora a más creyentes dado el aumento de la violencia de las pandillas y la inacción del gobierno, subrayó Cecil Elien Isac, un oungan de cuarta generación.
“Siempre que la comunidad tiene un problema grande, viene aquí, porque no hay justicia en Haití. La encuentras en los espíritus ancestrales”, agregó.
Cuando Isac abrió su templo hace años en Puerto Príncipe, unas ocho familias de la zona se hicieron miembros. Ahora cuenta a más de 4.000 —en Haití y en el extranjero.
“Tenemos un grupo de intelectuales que se ha unido”, reportó. “Antes, eran personas que no sabían leer ni escribir. Ahora (el vudú) tiene más visibilidad”.
Ese cambio se atribuye a pensadores como Jean Price-Mars, cuyo libro “Así habló el tío”, de 1928, visualizó el vudú como una religión “sin hacer sonrojar a las elites haitianas”, escribió el sociólogo Lewis Ampidu Clorméus.
“Hasta la década de 1920, el vudú haitiano era considerado generalmente como una serie de supersticiones, brujería y canibalismo ritual”, escribió Clorméus. “Hablar de vudú constituía una vergüenza para los intelectuales haitianos”.
Desde entonces, el vudú se ha convertido en un elemento clave de la rica escena cultural haitiana y ha inspirado música, arte, literatura y danza.
Se desconoce cuántas personas practican el vudú en Haití actualmente, pero hay un dicho popular: “Haití es 70% católico, 30% protestante y 100% vudú”.
El vudú también tiene innumerables lwas, aunque Ogou Je Wouj —el dios de los ojos rojos— se ha vuelto más importante para los haitianos dada la inseguridad en el país, explicó Erol Josué, cantante, oungan y director de la Oficina Nacional de Etnología de Haití.
Ogou Je Wouj es una manifestación del dios de la guerra y se cree que empuña un machete.
“Quieren poder en su cuerpo y en su mente”, dijo Josué sobre quienes buscan al dios.
Aunque los espíritus infunden energía y esperanza a los creyentes, los sacerdotes vudú advierten que no realizan milagros.
“Oramos, pero también estamos tomando precauciones”, enfatizó Isac. “Hay muchos lwas para protegerte del secuestro, pero si caminas por ciertas áreas, ningún lwa te va a proteger”.
En una tarde reciente, cientos de haitianos se reunieron en una colina empinada y se apretujaron en una pequeña iglesia para celebrar a San Jorge, un mártir cristiano que se cree que era un soldado romano venerado tanto por católicos como por practicantes del vudú.
Le ofrecieron dinero y oraciones con la esperanza de superar la crisis cada vez más profunda de Haití.
“Es muy importante estar aquí”, afirmó Hervé Hyppolite, un chef que practica el cristianismo y el vudú. “Encuentras fuerza, coraje y también protección”.
A su alrededor había un mar de gente vestida de caqui y rojo, los colores del santo. Algunos sostenían velas mientras un puñado de mujeres bailaban cerca.
“¡San Jorge!”, gritó el sacerdote que encabezaba la celebración. La multitud gritó en respuesta: “¡Te necesitamos!”.
Josué, el cantante y oungan, señaló que algunos jóvenes que se vuelven practicantes del vudú tratan de cambiar las oraciones tradicionales o ciertas prácticas, pero dijo que los oungan y mambos no lo aceptan.
“Les hacemos entender que esos espíritus son un símbolo de resistencia de la nación haitiana”, dijo. “Hay mucha sustancia en el vudú que puede conducir a un renacimiento de Haití”.
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El periodista de The Associated Press Evens Sanon contribuyó a este despacho.
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