Devotos veneran a la virgen más diminuta en el altiplano boliviano
Una niebla matinal cubre la capilla de piedra que se alza sobre una alta meseta en medio del árido altiplano de Bolivia cerca de La Paz a donde han llegado el sábado bajo un gélido frío invernal decenas de devotos de la Virgen María de las Letanías, la imagen católica más pequeña de apenas el tamaño de un pulgar.
Cada 13 de julio los creyentes de esta pequeña imagen peregrinan hasta esta capilla que se alza sobre un descampado cerca del pueblo de Viacha y unos 4.000 metros de altitud para venerar a su milagrosa patrona, celebrar una misa y procesión en su honor y después una fiesta con música, comida y tragos.
El templo de aspecto rural está situado a unos 37 kilómetros al suroeste de La Paz en lo alto de esta colina desde donde se observa la inmensa y ondulada planicie marrón del altiplano con los nevados de la cordillera de los Andes en el horizonte.
Tras la misa cuatro mujeres conducen las andas cubiertas de ceda. Encima se alza una corona bordada se yergue la diminuta divinidad casi invisible entre telas. Atrás va el cura, los pasantes de la fiesta, los devotos y una banda de música.
Cuenta la tradición que la virgen María apareció durante la colonia en el siglo XVII a una niña indígena y la salvó de ser picada por una serpiente cuando arriaba su rebaño por estos áridos parajes del cerro Letanías.
Al día siguiente cuando la niña volvió al lugar con otras personas encontró la imagen de la Virgen tallada en una diminuta piedra de 19,5 milímetros.
Los lugareños de origen aymara dicen que antes de la llegada de los colonizadores europeos donde ahora se alza el templo católico había un altar de piedra denominado waca, que era un sitio sagrado de adoración a los dioses andinos.
Por razones de seguridad y para proteger el patrimonio donado por los devotos, la diminuta virgen es llevada tras la festividad a un templo del vecino pueblo de Viacha de donde es traída hasta esta iglesia rural cada año en su festividad.
“La primera vez me trajo mi mamá cuando estaba en colegio, le pedí un milagro a la virgen y me cumplió. Desde entonces no dejo de venir cada año, es muy milagrosa”, aseguró Claudia Mendoza, una joven de 27 años de una comunidad rural cercana.
Ella ha llegado con su colorida vestimenta típica de la mujer aymara y relata que sus abuelos le contaban que en estos pedregosos lugares había serpientes.
Jannet Viscarra dijo que sus padres eran maestros rurales en pueblos aleñados y que siempre todo lo que pedían “la virgencita nos cumplió” por lo que colaboraron para levantar una capilla aledaña donde los fieles prenden velas a la patrona. “Me hizo sueños”, asegura.
El mes pasado, el gobierno de Bolivia declaró este sitio de peregrinación católica como Patrimonio Nacional. Bolivia es un país mayoritariamente católico.