Alejandro González Iñárritu habla sobre su épica película ‘Bardo’ y su misión de “liberar el cine”
Alejandro González Iñárritu tiene la misión de “liberar el cine” de los límites de la realidad y cuenta nuevas historias sobre México, los migrantes y la vida misma, comenzando con su nueva película surrealista de Netflix. El director habla con Josh Marcus
En “Del rigor de la ciencia,” un cuento de 1946 del escritor argentino Jorge Luis Borges, un cronista ficticio del siglo XVII describe un gremio de cartógrafos que hacen mapas cada vez más grandes hasta que crean un “Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del. Imperio y coincidía puntualmente con él”. A medida que cambian los gustos, las generaciones posteriores declaran que el mapa es “inútil” y dejan que la gran obra se marchite bajo el sol del desierto, donde “Animales y Mendigos” habitan en las “despedazadas Ruinas del Mapa”. El microrrelato logra cuestionar la naturaleza de la investigación y burlarse de la historia del imperio, toda una hazaña para un cuento de un solo párrafo.
Ver las películas de Alejandro González Iñárritu, el guionista y director ganador de múltiples premios Oscar detrás de The Revenant, Birdman y Babel, puede sentirse como ver trabajar a Borges y a los cartógrafos al mismo tiempo. Iñárritu a menudo parece estar intentando hacer obras de arte que son casi tan grandes como la vida misma, y lo hace plenamente consciente de la imposibilidad de hacerlo, todo esto complicado aún más por los desafíos, también, plenamente reconocidos dentro del trabajo, de contar historias sobre la identidad y la historia como uno de los pocos mexicanos a los que se les ha dado un gran escenario de Hollywood y el presupuesto correspondiente.
Ahí está su llamada “Trilogía de la muerte” de Amores perros (2000), 21 Grams (2003) y la bien llamada Babel (2006), donde diversas historias con tenue relación se entrelazan, en escalas cada vez mayores, a través de zonas horarias y continentes, como corrientes en un gran océano. Está Birdman (2014), sobre una futura estrella de cine de superhéroes, interpretado por un Michael Keaton de cabello plateado, que una vez interpretó a Batman, que pierde lentamente la cabeza mientras lucha contra las críticas, e intenta demostrar su buena fe artística en Broadway. Mientras tanto, The Revenant (2015) se trata de enfrentamientos mucho menos teóricos, ambientados durante un gélido invierno entre la agitada violencia y la colisión cultural del territorio de Dakota de la década de 1820.
Con su nueva epopeya de Netflix Bardo, Falsa crónica de unas cuantas verdades, que es alucinante y tiene algo de autobiográfica,así como con su instalación itinerante de realidad virtual CARNE y ARENA: Virtually present, Physically invisible, Iñárritu está dando los mayores saltos de su carrera. Como le dijo a The Independent en una entrevista a detalle, ambos proyectos, que abordan el torbellino de la historia y la migración entre Estados Unidos y México, son sus intentos de “liberar el cine” de la narración lineal tradicional y explorar los reinos más desordenados y honestos de la conciencia humana.
“La narración convencional es muy limitada,” comenta. “Es una construcción. En la realidad de nuestras vidas, nuestras vidas están construidas con pensamientos aleatorios y miedos y sueños y recuerdos y preocupaciones por el futuro y fantasmas del pasado que pasan por nuestras mentes todos los días”.
Es una apuesta que, conCARNE y ARENA, le valió su quinto Oscar por logros especiales en 2017. También le ha valido algunas de las críticas más variadas de su carrera por Bardo, pero Iñárritu se anima con el desafío.
“Estoy tratando de explorar un paisaje mental, caminar en la conciencia, donde la yuxtaposición de imágenes y sonido puede crear una experiencia,” comenta. “Le podrías llamar la experiencia metafísica o la experiencia del sueño lúcido, donde de alguna manera esas experiencias te transportan a algún estado mental, no solo a nivel intelectual, sino también a nivel subconsciente... Incluso fracasar es mejor que no intentarlo”.
Este otoño visité CARNE y ARENA en un muelle tranquilo en un distrito de almacenes y fábricas en Richmond, California, al otro lado de la bahía de San Francisco. El ambiente soñoliento de la exhibición contrasta con el viaje a la madriguera del conejo que contiene. El proyecto es una combinación inclasificable de instalación de arte físico, película de realidad virtual y pesadilla encarnada directamente de los titulares.
La instalación, una colaboración con el director de fotografía Emmanuel Lubezki, la productora Mary Parent, ILMxLAB de Lucasfilm y la compositora Alva Noto, lleva a los espectadores a un viaje en solitario de alrededor de media hora, uniéndose a un grupo de migrantes que viajan desde América Latina a los EEUU, al otro lado de la frontera y los límites de los medios y la realidad.
La experiencia comienza en una habitación gélida inspirada en un centro de detención de Inmigración y Aduanas de EEUU, donde se alienta a los invitados a colocar sus zapatos en una escotilla de metal al principio, sin ninguna indicación de cómo los recuperarán.
Sabes que no es real, pero al desnudo, con el concreto frío en tus pies descalzos, los bancos espartanos y los montones de zapatos gastados recolectados en la frontera real entre EEUU y México, te sumerges al instante en un estado de impotencia y miedo. No pude evitar pensar en la otra ocasión en que vi una pila de zapatos fantasmas, en el antiguo campo de concentración de Auschwitz en Polonia, y en los esfuerzos deliberados, desde hace tiempo, por parte de de funcionarios estadounidenses, de desviar a quienes cruzan la frontera lejos de los puertos de entrada autorizados, obligándolos a realizar viajes más remotos y fatales por el desierto como un método cruel de disuasión.
Suena una alarma. Una sirena roja sobre una puerta indica que es hora de adentrarse más en el laberinto. Otra discordante ruptura con la realidad.
Estás parado en una habitación grande, llena de arena real, iluminada por un anillo de luz naranja pardo. Un técnico te coloca en silencio un casco de realidad virtual y ya no estás solo. Paseas por el espacio, que ahora parece ser un desierto en 3D completamente renderizado justo antes del amanecer, con un grupo de migrantes animados, imágenes capturadas de movimiento de personas que cruzan la frontera real que Iñárritu seleccionó después de entrevistar a cientos de personas en un refugio para migrantes de Los Ángeles. .
La serenidad del desierto, los cielos estrellados, el canto de los insectos, no duran. Los faros de una camioneta de la Patrulla Fronteriza resuenan en la oscuridad, rayos tractores malévolos. No puedes evitar intentar esconderte detrás de un cactus virtual, pero sabes que no sirve de nada. Tu pulso comienza a acelerarse.
Antes de que puedas recuperar el aliento, agentes con chalecos antibalas te apuntan con pistolas a la cara y gritan en inglés y en español. Perros de búsqueda ladran a tus talones. Uno de los miembros de tu grupo, un anciano que habla una lengua indígena, parece confuso y desorientado. Hay bebés llorando. Una balsa tambaleante, repleta de gente y que parece estar cubierta de lodo negro, navega como si los migrantes de América Latina y el Mediterráneo entraran en un momento de comunión cuántica. Si caminas demasiado cerca de uno de tus compatriotas, verás un breve destello de un corazón gigante que late, como si estuviera dentro de su pecho, a una pulgada de su alma.
Luego, bam, la escena regresa al vacío del desierto, un día claro y hermoso, y no hay señales de las vidas o los legados que trajeron a las personas a este lugar y las llevaron a desaparecer de él.
La última parada del viaje es un largo pasillo lleno de pantallas empotradas, donde miras a los ojos de los migrantes reales cuyas historias acabas de saborear, mientras explican con sus propias palabras por qué se arriesgaron tanto para venir a los EEUU.
Los relatos son diversos. Un salvadoreño huye de la violencia de las pandillas. Un agente de la Patrulla Fronteriza ve a migrantes deshidratados y moribundos en sus pesadillas. Una madre, Carmen, tiene un hijo nació en Honduras y una hija que nació en los Estados Unidos. “¿En qué me convierte eso?” pregunta. Francisco, de 22 años, promete dar a los EEUU “todos mis talentos” a pesar del alto precio que tuvo que pagar para hacerlo. Todas estas historias, sin embargo, apuntan a la profunda fractura de vidas, identidades y morales en el sistema de inmigración de los Estados Unidos.
Iñárritu dice que se le ocurrió la idea de CARNE y ARENA, la primera película de realidad virtual que se estrenó en Cannes, cuando vio a “este monstruo naranja llamado Donald Trump” subir al poder, y vio cómo los medios mostraban imagen tras imagen de migrantes como una masa sin rostro de la humanidad e incluso los trabajos periodísticos investigados más a fondo comenzaron a parecer solo otro punto de datos sombrío y plano.
“Las palabras o las imágenes en cierto modo no son suficientes para hacernos comprender una realidad tan compleja. Lo racionalizamos. Interpretamos esos pensamientos de acuerdo con nuestro sistema de creencias, nuestra religión, nuestro origen social, nuestra nacionalidad o lo que quieras,” dice.
“Cuando vi la oportunidad de la realidad virtual, vi la oportunidad de traer más que palabras o imágenes para crear una experiencia, una experiencia sensorial donde golpea tu cuerpo,” él añade. “El cuerpo no miente. No tienes que interpretarlo. Es una frecuencia y sensación primaria que te impregna.
Cuando salí de la instalación, sentí una profunda gratitud por estar fuera de la oscuridad y la constricción del laberinto que el director había construido, y de regreso al sol, sintiendo una fresca brisa marina en mi piel. Al otro lado de la bahía, pude ver Angel Island, un nombre bastante irónico, donde alguna vez inmigrantes, luego prisioneros de guerra japoneses y alemanes, fueron detenidos, y tallaron graffiti en las paredes de piedra. Ahora es un popular destino de senderismo. La instalación había terminado, pero la arquitectura carcelaria de la inmigración estadounidense no se ha ido a ninguna parte.
Bardo: False Chronicle of a Handful of Truths, que se estrenó en los cines el mes pasado y ahora se transmite en Netflix, cuenta una historia de metaficción aún más radical.
La película, la primera película de Iñárritu en 22 años que ha sido filmada en español en su México natal, lleva el nombre del concepto budista de los bardos, un estado liminal de varias etapas entre la muerte y el renacimiento. Sigue a Silverio Gama, un aclamado director mexicano, en su propio viaje de Ouroboros. Después de lograr el éxito en Estados Unidos, Gama regresa a su país de origen para aceptar un premio por su último proyecto: una “docuficción” sobre su vida e historia mexicana llamada…Falsa crónica de unas cuantas verdades.
La trama, sin embargo, es menos importante que el mundo que existe dentro. A lo largo de la película, las líneas entre la historia de Gama, las imágenes de su docuficción, el pasado y el presente, se entremezclan a la perfección, hasta que el límite no viene al caso.
Hay habitaciones que se llenan de arena del desierto. Un bebé vuelve a meterse en el útero y les dice a sus padres que no desea nacer porque el mundo está “demasiado j*dido”. Ajolotes anfibios nadan en vagones de tren inundados. Amazon intenta comprar un pedazo de la península de Baja California. Un agente de aduanas de EEUU, que parece ser mexicano-estadounidense, les dice a Gama y su familia que, debido al estado de su visa, Los Ángeles “no es su hogar”. Mientras los dos discuten sobre la naturaleza de lo mexicano y lo estadounidense, los guardias con librea del siglo XIX se llevan a Gama a rastras mientras grita y patea.
En una imagen muy cargada, el director ficticio sube a una pirámide azteca repleta de cadáveres indígenas y se encuentra con el conquistador español Hernán Cortés, quien afirma ser el primer verdadero mexicano.
Los críticos han aplaudido la película por sus imágenes asombrosas. (A menudo pienso en una secuencia en la que, en medio de la maraña intelectual de la película, la alegría pura de la danza y la música permite a Gama alcanzar un breve estado de nirvana en una fiesta, en un remolino en forma de nautilo de manos, mientras una versión cristalina a capella de ‘Let's Dance’ de David Bowie parece resonar en todo el teatro).
Otros han criticado lo que The New York Times llamó el “ego monumental” de Iñárritu y la “compañía exasperante y agotadora” de estar tan profundamente sumergido en la mente del director. Quizás debido a tales críticas, la versión de la película que se reproduce ahora es 22 minutos más corta que el corte que se estrenó en el Festival de Cine de Venecia. (La versión final todavía tiene una duración de casi tres horas).
Por supuesto, en el salón de los espejos de Bardo, todas estas críticas se expresan a fondo en la propia película.
En una escena, el protagonista de la película persigue a Gama por el desierto, exigiendo que su película alcance un final adecuado. El director, es decir, el ficticio, Gama, a veces silencia a personajes que se le pasan de la raya. En una de las escenas más divertidas y mordaces de la película, Luis, el antiguo colega de periodismo de Gama, que se quedó en México y ascendió hasta convertirse en un presentador de televisión prominente, aunque bromista, destruye por completo a su viejo amigo en una fiesta, arremetiendo contra él. la autoobsesión y la pretensión del trabajo de Gama.
Irónicamente, Iñárritu dice que no sintió la misma ansiedad creativa invasora en torno a la representación o la recepción crítica que sienten sus personajes de ficción cuando estaba haciendo su propia película alucinante sobre el mismo tema.
“No soy oficialmente embajador cultural de mi país,” dice. No tengo esa carga y esa responsabilidad. Para mí crear el camino es liberarme de esa responsabilidad de agenda política o trabajo social. Si mi trabajo es libre y representa cosas honestas, lo captará.”
Si hay un problema real que tiene con sus críticos, se trata más sobre el género. En una entrevista reciente con Los Angeles Times, Iñárritu argumentó que algunas de las reacciones negativas a su película están influenciadas por un “trasfondo racista,” una percepción de que el arte existencialista está reservado para los europeos, mientras que los latinoamericanos están confinados a la jaula ornamentada del “realismo mágico”.
Mientras terminábamos nuestra conversación, Iñárritu argumentó que está trabajando a partir de la larga tradición de artistas latinoamericanos como Borges o Gabriel García Márquez, quienes adoptaron miradas de la realidad tan prismáticas, irónicas y ambiciosas como cualquier filósofo europeo. o escritor.
“Siempre exploran esa posibilidad de tener experiencias personales, y una vez ficcionalizadas, se liberan de todo,” él dice. “Lo personal, lo universal. La ficción y la verdad”.
“Todo lo que empiezas a navegar con una gran libertad. Eso es lo que intento. Lo intento sin reglas”, concluye. “Eso es exactamente lo que quería expresar”.
Puede que no le gane la aclamación universal, pero pocos podrían acusar a Iñárritu de falta de ambición o de honestidad. A medida que el director avanza en sus exploraciones de crónicas falsas y verdades ilusorias, el público decidirá si sus películas se marchitan bajo el sol como reliquias ambiciosas e inútiles, trazan mapas del tamaño del Imperio o si se sostienen como espléndidas pirámides, que escalará la próxima generación, considerando las nuevas perspectivas que se les brindan desde tan grandes alturas.